Lilia Vargas: la gema del rock manizaleño

29 de agosto de 2025

Lilia Vargas y Jorge Álvarez fueron los pioneros del rock en Manizales cuando este género y lo que se le pareciera era censurado y mal visto. No eran cosas de “gente bien”, ni de “jóvenes con futuro”.
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“El punk es heavy metal mal tocado” dijo alguna vez Steven Harris, el fundador de Iron Maiden y armó un revuelo internacional, nada raro entre dos géneros musicales cuyos seguidores, históricamente se han llevado mal. Es posible verlos en las calles de cualquier ciudad enfrentarse con cinturones de taches, botas reforzadas en la punta, anillos y cadenas. Y no es común verlos reunidos en el mismo lugar escuchando bandas, conversando sobre temas comunes, haciendo proyectos juntos. Pero sucedió, y en Manizales… y por muchos años, en la sala de música del Teatro Fundadores.

En la década de los 90, los martes y los viernes en la tarde, por las escaleras del elegante teatro solo se veían subir mechudos vestidos de negro desde las botas hasta el cuello, con sus accesorios brillantes, con cara de rebeldía, de hastío, de querer darle golpes al mundo pero rebosantes de juventud. Punkeros, metaleros, rockeros, hiphoperos, amantes del ska y hasta del reggae ocupaban juiciosos su lugar en el salón para ver en el televisor los videos y conciertos de grandes y pequeñas bandas del mundo. Por allí pasaron The Residents, Rush, Metallica, Los Ramones, Sex Pistols, Black Sabbath, Rammstein, Motorhead, Queen, Led Zeppelin y Pink Floyd entre otras mucho menos conocidas.

Estos video conciertos, la mayoría de ellos, casi imposibles de conseguir en ese tiempo, eran el anzuelo para que estos muchachos y muchachas se encarretaran con la vida, para que encontraran su lugar en el mundo. El plan tuvo un nombre, Nueva Conciencia Juvenil, y al frente de él estaban Jorge Álvarez y Lilia Vargas, una pareja de artistas que además de ser pioneros del rock en Manizales exudaban una pasión por ser maestros, unos convencidos del poder transformador del arte.

Lilia Vargas y en los tiempos de «Nueva Conciencia» / Crédito: Bernardo Peña.

Lilia nació con un Carnaval del Diablo y Jorge vio por primera vez la luz en la capital del mundo. Eran muy jóvenes y no se conocían cuando dejaron Riosucio y Nueva York para encontrar su destino en Manizales. Por muchos años la melodía ha sido el motivo de sus vidas. En 1992, el entonces secretario de Desarrollo Comunitario, Gilberto Cardona, les propuso realizar un taller de música moderna para jóvenes de barrios de escasos recursos. Así se hizo. La pareja, además, presentó el proyecto ante la ONU y este organismo internacional lo aprobó. Esto les permitió tener recursos que serían bien empleados.

Desde la sala de música de la Biblioteca Municipal, ahí en Fundadores, Nueva Conciencia pelechó como si fuera un robusto árbol. Lilia decía que “el crecimiento personal fue el punto más importante a desarrollar, de él y a él llegan todas las actividades propuestas”. Desde la música se pasó a la literatura, a las artes plásticas, a la ecología, al deporte, a las terapias de encuentro. “Queríamos proponer una búsqueda de valores que ayudara a fortalecer una conciencia colectiva en lo ecológico, lo político, lo económico, lo social y lo humano”.

Giovanny Largo y su X2 teatro, Los poetas tóxicos, Los Ángeles con la cara sucia, Nórida Sorda, entre otras tantas agrupaciones musicales y culturales fueron parte de Nueva Conciencia. Lentamente se abrieron a la ciudad, más allá de sus nichos.  En medio de los video conciertos, surgieron las clases de guitarra, de gramática musical y de ahí las de pintura, las de danza, las de teatro. Se fortalecieron asociaciones ecológicas como «Amigos Defensores de Monteleón» que tenía un proyecto de educación ambiental en la comuna cinco, y se pudo imprimir la primera edición de la revista Colectivo Libertad, que venía gestándose desde tiempo atrás.

Néstor García Kiro quien integró Nueva Conciencia, se acuerda de las muestras de bandas locales, tanto en Fundadores como en la Media Torta de Chipre, de cómo se movía fuertemente el tema ambiental haciendo entre otras cosas jornadas de reforestación, de cómo se facilitaba el estudio en el Sena y en otros institutos, de los cursos de economía solidaria y de cómo algunos fueron creando sus propias microempresas o consiguiendo empleo en las casas comunales de los barrios. “Es que más que un taller de música, esto fue una escuela de pensamiento integral”.

Llegar a construir un proyecto tan potente no fue un asunto del azar: estaba profundamente arraigado en las propias experiencias de Lilia y Jorge, de lo que fue su juventud y sus luchas para defender sus diferencias, su actitud iconoclasta ante la vida, esa que los llevó a ser los pioneros del rock en Manizales cuando este género y lo que se le pareciera era censurado, mal visto. No eran cosas de “gente bien”, ni de “jóvenes con futuro”. De hecho, uno de los primeros trabajos de Lilia fue como profesora de música en el Gimnasio Los Cerezos. Duró poco y por fortuna pudo encontrar un lugar propicio para poder enseñar mucho más que acordes y gramática musical.

Lilia Vargas hace algunos meses en el Silmaril, en Manizales.

Lilia comenzó a cantar y tocar guitarra desde los siete años. No tenía diez cuando fue parte del «Discometro musical», un concurso que llevaba las mejores voces a conciertos en diferentes regiones del departamento. En Riosucio, su papá Francisco Vargas era quien diseñaba y fundía los diablitos que se le entregaba a los matachines más destacados de cada carnaval. Siendo una quinceañera, ella se mudó a Manizales e ingresó al Conservatorio en la escuela de Bellas Artes. No era una estudiante clásica y en su aprendizaje comprendió que podría refutar la música académica.

“La Compañía” fue el primer grupo de rock en el que participó. Vestida de negro o gris y encerrada en sí misma, miraba la vida de otra manera. Luego Integró el dúo «Fandango» especializado en música brasilera y romancero español. Siendo vocalista de «La Salamandra» conoció a Jorge Álvarez. Él había vivido hasta los ocho años en Nueva York, y en una vieja entrevista cuenta que en su primer día de clase en Manizales el rector lo presentó ante todos los estudiantes para que le colaboraran porque era extranjero. “Cientos de niños corrieron a husmearme como si yo fuera extraterrestre”.

Él estudió un poco de Periodismo, de Publicidad y de Música. Ninguna carrera lo satisfizo. Recorrió el mundo y de ahí que fuera dueño de una videoteca de rock envidiable, única, que fue el material de clase en los talleres de Nueva Conciencia.  Los Helmets, Aeda, Limón y Medio, The Bob y Fua fueron los grupos musicales donde participó como baterista antes de conformar con Lilia y otros tres músicos, el grupo con el nombre tal vez más largo en la historia del rock: El Banco Central de Sonido de la Real Cofradía de las Santas Gemas.

En Las Gemas Lilia brilló. / Crédito: foto publicada por Cesar Valencia Trejos en su cuenta de Facebook.

Con el tiempo el quinteto se convirtió en cuarteto y el nombre se redujo a Las Gemas. Ahí experimentaron la fusión de rock con otros ritmos contemporáneos como el jazz y la música latina. Durante cinco años y medio, Lilia, Jorge, Kiko y Álvaro López estructuraron un grupo musical que no buscaba vender su imagen y que logró un estilo muy propio sustentado por canciones escritas por ellos mismos. Motivos personales llevaron a cada uno a optar por la disolución del grupo pero Jorge y Lilia siguieron juntos. Solo la muerte logró separarlos.

Luego del fin de Nueva Conciencia, Lilia siguió trabajando con la comunidad, con los jóvenes, con la cultura, desde espacios como la Universidad de Caldas, Comfamiliares y los clubes juveniles del ICBF. Fue, entre otras muchas cosas, una de las gestoras del Festival de la Niebla, que luego se convertiría en Manizales Grita Rock. Una vida plena que se apagó esta semana, muy prontamente, el pasado sábado 23 de agosto, a sus 63 años. La madre del rock en Manizales se ha ido con su voz, con su guitarra, con sus abrazos generosos para Jorge y para todo aquel que los necesitaba.

Quedan sus recuerdos y sobre todo sus enseñanzas, la manera como permitió que muchos jóvenes rompieran el cascarón que los aprisionaba para poder crecer, volar a su manera. Como escribió en sus redes sociales, Karolina Urbano, una de sus pupilas, los de Nueva Conciencia “éramos una tribu muy grande”. Aquel salón en el Teatro Fundadores no fue solamente un espacio para el arte, fue “un escudo para enfrentar a la Manizales conservadora y pacata de los 90 y Lilia era el refugio”.

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  • Periodista, editor y magister en Estudios Socio espaciales. Trabajó en La Hoja de Medellín y La Patria, entre otros. Ha sido profesor de periodismo en la Universidad de Antioquia y la Pontificia Universidad Bolivariana. Callejero y relator de polvos urbanos.

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