En Caldas hay un árbol que ha marcado la historia de generaciones y de cuyo origen y edad se debate todavía hoy. Parecido a la famosa paradoja del huevo o la gallina, en Victoria algunos anotan que la ceiba ya se encontraba en el centro del parque principal —donde está hoy ubicada— cuando el 23 de diciembre de 1879 los colonos decidieron mover el pueblo desde la cuchilla de Bellavista hasta su lugar actual; mientras que otros dicen que el árbol fue sembrado muchos años después en ese mismo sitio, cuando ya las primeras calles y carreras habían tomado forma.
Este ejemplar de ceiba pentrada, la misma especie protagonista de cosmogonías indígenas en toda América Latina, se “eleva a los cielos altivos” (como dice el himno del pueblo) como centinela de mitos, leyendas, memoria, tradición oral e identidad de un municipio a medio camino entre el valle del Magdalena y las estribaciones de la cordillera central.



La bella dama que se levanta en el parque Rafael Uribe Uribe, del que los victorianos no se cansan de decir que es el más bello de Caldas —título otorgado en un concurso realizado hace ya varias décadas— no parece estar del todo bien. Tal vez agobiada por los años, por los embates de un clima cada vez más impredecible y salvaje y por las condiciones de ser un árbol urbano, desde hace algún tiempo empezó a dar muestras de mala salud.
En época de revoluciones digitales, uno de los árboles más “instagrameables” del departamento y hasta de Colombia, dio señales para llamar la atención. Luego del duro fenómeno de El Niño que azotó al país y parte de Suramérica entre fines de 2023 y principios de 2025, la recuperación de sus hojas fue más lenta.
Es que la ceiba de Victoria no solo ha marcado el espacio físico de aquella localidad, sino que establece estaciones. Estos periodos de tiempo varían dependiendo de su apariencia, desde las distintas tonalidades de verdes de sus hojas, la caída de éstas a manera de un otoño tropical, las ramas desnudas, la floración, hasta el posterior desprendimiento de mota que convierte al parque y calles aledañas en una especie de paisaje preinvernal.

Cansada de este mundo que va tan rápido, la ceiba decidió tomarse una pausa y no caminar igual… Y esta lentitud de su ciclo vital implicó que la vida en el pueblo que arropa con sus ramas se sobresaltara. Cabezas mirando hacia arriba y dedos señalando hacia las ramas se han hecho tendencia en el parque principal de Victoria.
A lo anterior se han sumado una amalgama de nuevos expertos en biología, botánica, climatología, ciencias forestales, entre otros, cuyos conocimientos han sido otorgados en la universidad de la vida. Porque en este tipo de pueblos, en los que la tradición oral y cuchicheo está a la orden del día, sí que aplica aquella consigna de la comunicación política y corporativa de que “lo que no digo yo lo dicen otros”. Así que muchos han optado por ser la voz de la ceiba y decir que es lo que le está sucediendo.
Un poco de realidad para la leyenda
Para dirimir esa paradoja de cómo, cuándo y por qué la ceiba de Victoria nació o se “levantó”, ya no quedan voces, pero sí oídos que escucharon a quiénes vieron lo que pasó en su proceso. Cuenta Jaime Vargas, historiador perteneciente la Academia de Historia de Caldas y quién ha dedicado su vida a escudriñar los secretos del poblamiento, fundación y vida municipal de esta localidad, que la ceiba dio sus primeros brotes cerca de donde hoy está ubicado el cementerio y que posteriormente fue resembrada en su lugar actual, en una ceremonia especial que congregó a todos los gamonales de la aldea de ese entonces.
De la fecha no hay registros, pero de acuerdo con el testigo del que Jaime habla, mientras en Europa se sentían los estallidos de las bombas y la metralla por la I Guerra Mundial, en Victoria una ceiba nacía y era posteriormente trasplantada. Aproximadamente entre 1914 y 1918.
El registro de nacimiento de la pentrada o al menos su aproximación, es de especial relevancia, porque ante los sobresaltos en sus ciclos, los cálculos de la esperanza de vida de la especie no se han hecho esperar. No hay un dato exacto, pero lo que sí es cierto es que es más joven que la última fundación del pueblo, es decir, aún no tiene la bobadita de 146 años de edad.
Victoria y lo que hoy se conoce como Magdalena Caldense han sido una tierra de ceibas. Todavía es común encontrar en los relictos de bosque, que la ganadería ha dejado en la zona, muchos de estos hermosos seres. Incluso, hasta hace un par de años, la ceiba del parque tuvo una vecina con la que se acompañó por décadas, de la que la separaban unas pocas cuadras, la ceiba de Pipintá.
Aquel viejo árbol, ubicado en los terrenos propiedad de los herederos de alemanes que pasaron por Victoria, fue dejando caer sus ramas de a poco, hasta que una tarde, con un fuerte estruendo, como si estuviera diciendo adiós, se desprendió de sus últimos pedazos.

No ha sido la primera vez que la salud de la ceiba del parque principal ha llamado la atención de los victorianos. Hace algunas décadas, una herida en su corteza, la humedad y las lluvias hicieron que por uno de sus costados se notara algo de podredumbre, lo que hizo que fuera necesario un tratamiento especial para curarla.
Esta vez, ante el inusualmente largo periodo de desnudez de sus ramas, las alarmas también saltaron y llegaron expertos traídos de la capital. Los días en que los funcionarios de Corpocaldas y del Jardín Botánico de Bogotá estuvieron atendiendo a la bella dama, los victorianos contuvieron la respiración, como quiénes se sientan ansiosos en las afueras de un consultorio médico a la espera de los resultados de salud de un ser querido.
A grandes rasgos, el diagnóstico no era fatal y hubo tranquilidad. Pero como si la ceiba quisiera decir algo más, en medio de las tempestades propias de esta zona, el árbol fue dejando caer partes de sus ramas y el ruido de estas al desprenderse hacía eco en los corazones de los victorianos.
El más fuerte de todos estos estruendos sucedió a la luz del día, cuando equipos de la Alcaldía tuvieron que cortar un brazo muy grande de la ceiba que había sido —de acuerdo con lo que dicen quiénes estuvieron pendientes de una noche de tormenta— impactado directamente por un rayo.
El espíritu de la leyenda
En un suceso del que todavía se debate en las cantinas y cafés del pueblo, se dice que hacia principios de la década de 1990 habitaba en la ceiba un enorme búho, que era admirado por propios y visitantes. Con el paso del tiempo empezaron a aparecer en el parque las cabezas de loros o pericos, que pasaban la noche en el majestuoso árbol. La población impactada por la dantesca escena matutina culpó al búho, pero no se atrevían a hacer algo al respecto debido a los agüeros que hay alrededor de esta ave.
Un día, en medio de tragos, un comandante de policía municipal empuñó su arma, disparó hacia las ramas y mató al búho. La historia la recoge también Jaime Vargas en su libro “Más allá de la realidad, más allá de la leyenda”, en el que añade: “cuando la enigmática y colosal ave cayó al suelo, el cielo se oscureció como si una tormenta estuviera por caer sobre la tierra y se escuchó un estruendo que todavía resuena en las cavernas encantadas de la montaña Bellavista”.

La historia es válida traerla a colación, porque cuando la gran rama de la ceiba fue cortada a principios de 2025, su estruendo fue tan poderoso que todavía resuena en las cavernas encantadas de Bellavista y probablemente hasta en las de Caño Seco y La Miel, las mismas donde los Pantágoras enterraron a sus muertos.
En pocos minutos el vídeo de la caída de la rama, tomado por curiosos que se agolparon alrededor del parque, se había hecho viral en miles de chats de Whatsapp y redes sociales, con una velocidad marcada más por el sentimiento que por el Wi-fi o 5G.
En abril de 2019, cuando Notre Dame en París se incendió y fue consumida por las llamas, casi que en vivo y en directo, la aguja central de esta catedral gótica cayó de una manera dramática. Los historiadores anotaron que sus restos se clavaron en el alma de los franceses, pues por Notre Dame había pasado la historia de Francia; la coronación de Napoleón, la celebración de la liberación de París por parte de los aliados, los sepelios de jefes de Estado, etc.
Así mismo sucedió cuando la gran rama de la pentrada cayó, esta se clavó en la esencia misma del ser victoriano, pues bajo el abrigo de la ceiba, la pequeña aldea, producto de la colonización antioqueña, fue tomando cada día más forma.
La ceiba fue testigo de los ecos del Bogotazo en el Oriente de Caldas, vio llegar los cadáveres de la masacre de la Italia en 1963 que fueron apilados en la Alcaldía, a sus pies retumbaron las balas de la primera toma guerrillera a un municipio de Caldas, perpetrada por las FARC en 1983 y notó la violencia paramilitar de fines de los 90 y principios de los 2000. Además sirvió de eco para los “discursos ventijulieros” de plaza pública de los protagonistas de lo que se llamó el Yepobarquismo y en menor medida del “Mariolizcanismo” y contempló las calles solitarias del confinamiento de la pandemia. Y ni hablar de los miles de recuerdos que cada victoriano ha construído a la sombra de un árbol que ya es leyenda.

Así como no hay certeza de su fecha de nacimiento, tampoco la hay de su partida, pero las señales que ha dado la ceiba han movido fibras. Un ser vivo tan grande y majestuoso hoy recuerda lo efímero que pueden ser lo que el hombre da por hecho y considera eterno, el pestañeo de tiempo que pueden llegar a ser 150 años para la madre naturaleza y el ruido que hacen las cosas al caer.
Probablemente haya ceiba por muchos años más, pero en Victoria alrededor de un tinto, una tamarindo o un amarillo, el tema está a la orden del día y algunos dicen que no quieren vivir para ver cuando la ceiba cumpla su ciclo.
De pronto no habrá ciclo que cumplir, porque la ceiba al ser toda una leyenda ya ha traspasado las fronteras de la realidad. Si tenemos en cuenta que con el oxígeno que producen sus hojas se han llenado, al menos en parte, los pulmones de los hijos de Victoria, incluso de quiénes ya no están en este mundo, la pentrada seguro también está elevando sus ramas a los cielos altivos en la eternidad.
