La escena muestra a tres hombres reunidos en una cafetería, parecen amigos y están hablando de un lugar en el que por unos cuantos dólares se puede tener sexo con miles de chicas. Mientras se toman un café, uno de ellos le pide a los otros dos que le cuenten aquella historia ocurrida allí, tras la puerta verde.
Flash back: Una rubia, delgada, de ojos verdes que parece estar de vacaciones en un hotel campestre es secuestrada por un hombres que en un carro la llevan a un lugar desconocido. La víctima se llama Gloria. Así la nombra otra mujer que la recibe en un salón y con cariño le dice que nadie le va a hacer daño, que ella le va a ayudar a relajarse, que está cerca de vivir el momento más maravilloso de su vida, que alguna vez ella también pasó por lo mismo.
Gloria deja de resistirse, se acuesta y deja que las manos de la mujer le hagan un masaje que se va convirtiendo en hipnóticas caricias. “Tus pechos van a sentir calor, un hormigueo en tus pezones. Siente el goce que yo te proporciono, el placer te consume” le dice la iniciadora de ese ritual que está cerca de comenzar.
El lugar al que la llevaron forzada es un cabaré. Tras una puerta verde se aprecian las paredes rojas, las suntuosas lámparas antiguas y decenas de enmascarados, mujeres con pelucas, hombres travestidos, sentados como en un gran teatro están a la espera del show central mientras una mujer mimo los entretiene.

“Están a punto de presenciar la violación de una mujer que fue raptada, ella no opondrá resistencia, y aunque a veces parezca que no, ella gozará de todo lo que le harán, relájense y disfruten plenamente”. Una poderosa voz anuncia le entrada de Gloria, su cuerpo desnudo se entrega —en una larga escena— a cuatro mujeres vestidas que con sus lenguas y sus pares de manos recorren su cuello, sus labios, su tetas, su abdomen, su vagina entreabierta.
El clímax aumenta cuando entra un hombre de raza negra, luce un largo collar de huesos en su pecho desnudo, de la cintura para abajo viste una trusa blanca con un agujero por el que exhibe su miembro. Se ve como recién salido de la selva. El público quiere tocarlo, pero él se escurre, llega hasta Gloria y su lengua va directo a su sexo. Ella sigue callada, en trance. La penetra. Ese primerísimo primer plano del pene-pelvis-pubis se intercala con uno del rostro de Gloria que parece en éxtasis.
El público ya ha comenzado a masturbarse, los hombres con la bragueta abierta, las mujeres con sus dedos estimulándose entre las piernas. Luego de la eyaculación, se descuelgan del techo tres columpios, tres hombres se suben a ellos y con maniobras circenses, la raptada intenta complacerlos al tiempo. A ninguno parece importarle el público, como si no existieran.
Fuera del escenario, en los sofás desde donde los observan, comienza la orgía sicodélica. Unos se quitan las máscaras, otros se desnudan, se arman grupos, tríos, parejas, sexo colectivo, hombre con mujer, mujer con mujer, dos hombres con una mujer, dos mujeres con un hombre. Están en lo suyo y no miran el espectáculo en el que en cámara lenta Gloria es bañada con el semen de los extraños.
Fin del flash back. Los tres hombres de la cafetería sonríen, se han divertido con lo sucedido esa vez detrás de la puerta verde. The end.

Detrás de la puerta verde es un filme icono del cine pornográfico. Dirigido por los hermanos Jim y Artie Mitchell, protagonizado por Marilyn Chambers —una bomba sexual que estuvo por mucho rato en el top de las más cotizadas y mejor pagadas actrices del star system porno norteamericano— y filmado en 1972, logró recaudar 25 millones en taquilla. Esta película se centra en la figura del voyeur y su interrelación con el exhibicionista, una metáfora del consumo de pornografía en el que hay un público, un espectador, que también interactúa activamente en la escena.
Los hermanos Mitchell rodarían más películas y construirían un pequeño emporio del entretenimiento para adultos que se caracterizaba no solo por hacer cine sino en poner de moda el sexo en vivo en teatros —once en total— que eran a su vez salas de cine. El principal, el Teatro O`Farrel, en San Francisco fue conocido como el Carnegie hall del sexo y fue constantemente atacado por políticos republicanos que consideraban que allí se atentaba contra las buenas costumbres. Pero el porno era y es tan buen negocio que podía sobrevivir a cualquier interés de eliminarlo.
El cine de sexo explícito es un eslabón más, en movimiento, de lo que eran las fotografías obscenas que en el siglo XIX causaban placer y estupor al mismo tiempo en las grandes urbes como Londres y París. Las modelos eran prostitutas y por eso no es de extrañar que las primeras películas porno hechas en Francia —cuna del cine— tuvieran como escenario clandestino los prostíbulos, lugares emblemáticos de la socialización entre varones, en el que exhiben y ponen a prueba su masculinidad. Era allí y en los clubes para fumadores donde comenzaron a exhibirse estos filmes.
Es en 1972 que el cine porno sale de su anonimato. Ese es el año en el que además de Detrás de la puerta verde, se filma Garganta profunda, del director Gerard Damiano. El sexo oral teje los hilos argumentales de esta película, que 53 años después de haberle dado la vuelta al mundo sigue siendo la más famosa de “la industria de entretenimiento para adultos” que es como se le llama ahora al negocio, para evitar la palabra “sexo” y “pornografía”. Aunque hacerla solo costó unos cuantos días y 250 mil dólares, la taquilla de meses alcanzó una cifra asombrosa para la época: 6 millones de dólares.
Luego de su éxito inicial, Gerard Damiano filmó, en 1973, El diablo y la señorita Jones, una película perturbadora en algunas escenas como la del demonio semental que copula y copula sin mostrar su rostro de placer, oculto entre una máscara. Otro ritual de iniciación de la mujer en el mundo del goce masculino: en el imaginario de las historias del cine porno no hay mujeres violadas, este acto es reemplazado por un ritual en el que ellas acceden y se hallan en un mundo desconocido, de sexo con muchos hombres y mujeres, que, afirma el semiólogo Roman Gubern está un “perenne y entusiasta estado de disponibilidad sexual, lo que evacua automáticamente el fantasma de la violación”.

Que el acto de violar —de ejercer a la fuerza el poder masculino sobre la mujer— sea matizado, sustituido por los rituales de iniciación o de toma de conciencia sexual es uno de los protocolos infaltables de un gran porcentaje del cine porno que se ha realizado y se realiza en el mundo. Robert H. Rimmer realizó un catálogo de las 25 convenciones típicas del porno heterosexual. Estas dan cuenta de que la industria pornográfica es un universo de la dominación masculina: ayuda a construir unas reglas, un imaginario de la heteronormatividad que no es más que esos ideales, conceptos, reglas, actitudes, gestos, lenguajes impuestos por la masculinidad hegemónica.
Además de la ausencia de mujeres “violadas”, entre esas convenciones está: Las mujeres nunca parecen violentas. El preámbulo no es importante, cuando se acercan a un hombre van directo a la bragueta. Gozan lo indecible con la felación. Siempre están húmedas aunque la estimulación del compañero haya sido poca. Parecen alcanzar el éxtasis frotando el semen en su cuerpo. Son felices tragándose hasta la última gota cuando eyaculan en sus caras. Después de que corre el semen se acaba la escena. No suele haber abrazos o diálogos posteriores. No existen los celos, los te amo, los te quiero —se disocia la emoción sexual de la afectividad—. Nunca quedan embarazadas a pesar de que no se usa el preservativo ni se habla del uso de anticonceptivos. Ellas parecen no menstruar. Les encanta el sexo con otra mujer —siempre debe haber por lo menos una escena lésbica—. Son solteras, divorciadas y si están casadas les encanta el libre intercambio de pareja. La infidelidad no es censurable. Son muy pero muy escasas las mayores de 40 años y si las hay en el filme son de extras y en personajes que no tienen que desnudarse. Casi siempre hay una orgía. Los hombres a lo largo del filme tienen sexo con por lo menos dos, tres o más mujeres. Y entre otras más, no son pocas las películas que abordan la fantasía masculina de tener una virgen, o una mujer sin experiencia, que lo aprende todo del hombre.
En una película como Detrás de la puerta verde pueden verse esas convenciones: la violación se matiza al ritualizarla, hay orgías, intercambio de parejas, no hay sentimientos de amor, hay baños de semen, hay éxtasis con desconocidos, hay escenas lésbicas, e incluso aparece otra convención que también es frecuente, la del sexo interracial, que como afirma Gubern, obedece al “fantasma masculino de la rendición erótica de la mujer burguesa y blanca, que sucumbe al placer viril en su estadio más brutal y primitivo, encarnado por el hombre de raza negra”.

El filósofo Paul Preciado afirma que la pornografía dominante es una máquina política, una potente tecnología de producción de género y de sexualidad. “Para decirlo rápidamente: la pornografía dominante es a la heterosexualidad lo que la publicidad a la cultura del consumo de masas: un lenguaje que crea y normaliza modelos de masculinidad y feminidad, generando escenarios utópicos escritos para satisfacer al ojo masculino heterosexual. Ese es en definitiva la tarea de la pornografía dominante: fabricar sujetos sexuales dóciles…hacernos creer que el placer sexual “es eso”.
El contenido pornográfico que se produce en el mundo —ya sea el de las grandes productoras, el amateur, el que se hace para Onlyfans, o para X— está generalmente gobernado por un punto de vista predominantemente masculino. La industria para adultos estimula especialmente la sexualidad masculina, diseña las historias, los planos, las convenciones para la mayor excitabilidad erótica visual del hombre en relación con la mujer que se supone es más dada al rito, al tacto, al verbo.
Roman Gubern afirma que la figura que delata con más nitidez la perspectiva masculina del género es “la práctica no infrecuente de eyacular sobre el rostro de las actrices, en un acto que tiene como resultado iconográfico una suerte de singular condensación freudiana (cara/semen). El semen sobre el rostro femenino, que la mayor parte de actrices confiesan detestar, además de verificar para el mirón la autenticidad de la eyaculación masculina, implica un mancillamiento simbólico del sujeto poseído, por medio de una marca visible de posesión y de dominio. Viene a constituir una marca del macho sobre la parte más expresiva y emocional del cuerpo de la hembra, dominada y poseída por él”.
El semen en el cine porno es como el maná, como una bendición que el macho deja caer sobre la hembra. Por eso la estructura de las películas de esa industria se articulan ante la toma cumbre, la del plano del semen manando. Por algo, en el argot de esta industria se le llama elocuentemente money shot, y es el por el que cobran los actores y que justifica el dinero pagado por quien consume.
Lo hiperbólico es una de las características del cine pornográfico más convencional. Las bocas, vaginas, anos que todo lo tragan, los penes descomunales, la facilidad con la que dos o más personas deciden tener sexo y los juegos de grupo en todas las posiciones e intercambios posibles son imágenes repetidas incesantemente en unos primeros planos solo visibles por el camarógrafo —o en el porno amateur de ahora, por el celular, que bien ubicado, graba todo sin necesitar quien lo dirija.
Una de esas hipérboles es la abundancia en el porno de los gang bang, que son esas escenas en las que un solo sujeto copula con muchos individuos del sexo opuesto a la vez. Como una “nostalgia del harem” perdido —así lo nombra Gubern— abundan los filmes en el que hombres superdotados —los actores Rocco Siffredi y Nacho Vidal por ejemplo— “satisfacen” al mismo tiempo a diez, veinte y hasta treinta mujeres que suelen tener entre ellas escenas lésbicas.

En 1982, el periodista J. O´Higgins le preguntó a Michael Foucault si él tenía alguna explicación para el hecho de que los hombres parecieran en la actualidad mejor dispuestos a aceptar la bisexualidad en las mujeres que en los hombres, y él contestó que eso tenía que ver con el papel que juegan las mujeres en la imaginación de los hombres heterosexuales. “Ellos las consideran desde siempre como su propiedad exclusiva. Con el fin de preservar esta imagen, un hombre debía impedirle a su mujer estar demasiado en contacto con otros hombres. Las mujeres se vieron así restringidas al solo contacto social con otras mujeres, lo que explica que una tolerancia más grande se haya ejercido con respecto a las relaciones físicas entre ellas. Los hombres piensan que las mujeres solo pueden experimentar placer con la condición de que los reconozcan como amos y señores”.
La mujer como objeto de deseo de los hombres y no el hombre como objeto de deseo de las mujeres sigue siendo una regla del género. Pero cada vez hay más excepciones. La sueca españolizada Erika Lust es una de las que ha atrevido a introducir visiones, gustos feministas en este mundo macho. Con filmes como Una buena chica, Cinco historias solo para ellas, Proyecto Barcelona y Cabaret Desire ha intentado cambiar unos códigos. En sus filmes hay desayuno después del sexo, hay mucha oralidad pues sus personajes femeninos suelen contar sus aventuras sexuales, hay eyaculación en la cara —“échamelo en la cara como en las películas porno le dice a su amante la protagonista del corto Una buena chica— pero el hombre luego la besa y no le molesta saborear su propio semen, e incluso hay escenas sexuales entre dos hombres, elemento tabú en las películas “heterosexuales”.
“Mi perspectiva es diferente porque soy mujer y feminista. Intento mostrar a la mujer con otros códigos… En el cine porno se ve que las escenas son fingidas. Es un cine hecho por hombres que solo intenta provocar a los hombres, van detrás del placer y el deseo masculino. Los hombres no pueden saber cómo siente una mujer cuando tiene sexo” afirma Erika Lust. Ella ha ganado premios, se ha ganado un nombre en la industria pero está lejos de ser tan comercial como el otro porno al desplazar la mirada, la de la cámara, que por ende es la del espectador, hacia otros focos de atención: ahora es una mujer que la mira.

Para septiembre de 2025, las páginas de contenidos para adultos más visitadas fueron Pornhub.com, Xvideos y Xhamster. El país más consumidor es Estados Unidos. Con 80,4 millones, 42,9 millones y 14,6 millones, respectivamente de visitantes a estas tres web, Colombia ocupa el número 17. Son los hombres quienes más consumen pornografía en el mundo. Aunque el de las mujeres ha aumentado considerablemente en los últimos años: En las estadísticas que publica anualmente Pornhub, en 2024 la balanza estuvo inclinada 62 a 38 a favor de ellos. Ellas subieron dos puntos en relación con el 2023.
Este lento cambio en la mirada masculina para poner también el foco en la femenina tal vez sea uno de los factores que han llevado al aumento del consumo de pornografía en las mujeres. Y aunque no hay estudios que expliquen razones, en Latinoamérica es menos desequilibrado el balance entre ambos géneros. Después de las filipinas —allá es la inversa, ellas 59%, ellos 41%— son las argentinas, las colombianas y las mexicanas, en ese orden, las que entran en esa puerta verde que es su móvil o su ordenador para ser parte de ese ritual del porno.