Cucarachas

11 de julio de 2025

Esta artista ha hecho de tatuar cucarachas un asunto político, de memoria colectiva. Se trata de no olvidar que entre el 2002 y el 2010 nuestro Estado decidió que algunas vidas valían menos.
Compartir publicación en

Uno

Por diversos rincones de Colombia caminan a diario doscientos treinta personas que en el empeine, en la pantorrilla, en la espalda, en el antebrazo tienen tatuada una cucaracha que sostiene un cartel con él número 6402. Hay pocas de color café y sí muchas azules, rosadas, verdes, rojas, arcoíris, en blanco y negro pero todas tienen en común que son hechas por Laura Herrera. La idea nació en octubre de 2021 cuando hacía un afiche con el decálogo de las posturas del estudio de tatuajes al que había ingresado como aprendiz. Toda vida importa era una de las consignas y pensó en Nietzsche y su sentencia si matas a una cucaracha eres un héroe, pero si matas a una mariposa eres un monstruo. La moral tiene criterios estéticos para dibujar ese insecto condenado a ser vilipendiado, aplastado por ser feo. Han pasado los años y esta artista —también ingeniera biológica y periodista— ha hecho de tatuar cucarachas un asunto político, de memoria colectiva. Se trata de no olvidar que entre el 2002 y el 2010 nuestro Estado decidió que la vida de los hippies, de los campesinos, de los desempleados, de los jóvenes de barrios marginados, de los habitantes de calle, valían menos… que el país no se iba a lamentar si desaparecían o si eran “dados de baja” en una guerra en la que no participaron. Desde el voz a voz, desde los talleres con víctimas, desde las redes, ha ido sumando gente que desea hacerse el tatuaje y así llegar a la misma cifra —o más— de falsos positivos enunciada por la JEP. “Es cuestión de tiempo y plata para la difusión, si fueran mariposas hace rato ya habría superado ese número” pero alcanzar esa meta es solo una excusa. El propósito real es tener conversaciones, las que se dan entre quienes deciden imprimirlas en su piel, y entre quienes preguntan con asombro en la calle el porqué de ese tatuaje, y sobre todo, por el significado de ese número. El proyecto @somoscucarachas quiere allanar un camino, “en tanto avancemos en reconocernos en una cucaracha, más lo haremos en reconocernos en otro ser humano, por medio de ese símbolo, derrumbamos prejuicios”.

Dos

Vi que voló de mi bluyín hasta la persiana. Acababa de llegar de un recorrido nocturno por el cementerio y sus mausoleos de personajes célebres. Tal vez allí nuestros destinos se cruzaron. Era enorme y oscura, de esas que se alimentan de las tumbas. Me recorrió un escalofrío al entender que sin percatarme, estuvo aferrada a mí esa media hora que duró el trayecto de regreso en taxi hasta mi casa. Sin darle la espalda caminé hacia la puerta que da al interior. Mi idea era pedir ayuda, que alguien viniera a salvarme… pero ella leyó mis pensamientos y desplegó su alas. Alcé mis brazos a manera de escudo, salté a la cama, me cubrí con las sabanas para que no me atacara. La fobia que les tengo no es normal, va más allá del fastidio, del asco, es un terror que me paraliza y que tal vez surgió a los seis años cuando a la medianoche me despertaron los gritos desesperados de mi hermano mayor. Algo se le había metido al oído y lo tuvieran que llevar a Urgencias. Diagnóstico: una cucarachita exploradora. Desde ese entonces duermo con las orejas tapadas. Asomé la cabeza para ver dónde estaba y la vi, serena al lado de la manija, impidiendo mi escape. El plan B era ir hasta la otra puerta, la que da a la calle. Tratando de no hacer ruido fui hacía allí, pero de nuevo adivinó mi estrategia y echó a volar… no hacía mí sino hacía a esa esa salida para posarse cerca a la chapa. En ese momento entendí que lo nuestro era algo personal. Que solo uno de los dos podía sobrevivir. Grité el nombre de mis hermanas, pero ninguna me escuchó. Tampoco se trataba de dormir, no habría podido con ella vigilándome. Tenía que matarla. En cámara lenta, agarré una de mis botas. Tengo una pésima puntería pero está vez no podía darme el gusto de fallar. La tiré, y sí… cayó aturdida unos segundos, los suficientes para que huir y pedir ayuda.

Tres

Juan Bautista López tuvo una familia de cucarachas. La primera que llegó a su vida fue Marta. Le puso ese nombre el día que la conoció. Ella se metió en su cuarto y él, estudiante de biología, no pensó en hacerle daño. Al contrario, busco algo de comida para darle. Al otro día, al regresar de clases, no la vio y se le ocurrió llamarla. Al ratico apareció y en recompensa, le dio de comer. El ritual se volvió diario, hasta que llegó Blanca. Y luego Isabel, Lucía, María, Elena, Marta Lucía, Marina, Cristina, Azucena, Naycet, Francia, Diocelina, Luz Dary, Alicia, Rosalía, Linda y la Ñebo. Dieciocho en total, “todas con nombres que tenían un significado en mi vida” recuerda el ahora docente de la Universidad Nacional. Les compró una vajilla de juguete en algún almacén de cachivaches. Marcó cada platico de sopa y seco y ellas respetaban el de cada una. “Se pusieron gordas y hermosas”. Se dice que las cucarachas son muy inteligentes, que tienen memoria, toman decisiones colectivas y responden a estímulos de recompensas y castigos. Bastaba con llegar por las noches a la habitación, descalzarse, llamarlas una a una —aunque con tantas ya confundía sus nombres— para que fueran saliendo de su escondite en las rajas en la madera del viejo chifonier. Llegaban casi en gallada y luego de comer buscaban sus pies para posarse. “Eran muy celosas de mis dedos pero entendían que en ocasiones les tocaba compartirlos. Ya en las mañanas cuando me iba para la universidad, les ordenaba que fueran a guardarse”. Se sabe que estos insectos del orden de las Blattodeas pueden tomar decisiones sobre dónde refugiarse y dónde buscar alimento luego de considerar factores como la seguridad, la disponibilidad de comida y la atracción social. Ese acogedor espacio se convirtió en su hogar hasta que pasó lo inevitable: Juan Bautista le dio posada a un hermano que llegó de visita, y se lo olvidó hablarle de sus mascotas. En el transcurso de la tarde sintió un palpito, entendió lo que estaba a punto de suceder. Cuando regresó ya era tarde, no pudo evitar la masacre.

Si valoras el periodismo artesanal, ayúdanos a seguir adelante.
Cada aporte, grande o pequeño, hace la diferencia. Puedes apoyarnos a través de Vaki.

Autor

  • Periodista, editor y magister en Estudios Socio espaciales. Trabajó en La Hoja de Medellín y La Patria, entre otros. Ha sido profesor de periodismo en la Universidad de Antioquia y la Pontificia Universidad Bolivariana. Callejero y relator de polvos urbanos.

Publicaciones relacionadas

Si valoras el periodismo artesanal, ayúdanos a seguir adelante.
Cada aporte, grande o pequeño, hace la diferencia. Puedes apoyarnos a través de Vaki.

En Barequeo nos interesa el periodismo artesanal, hecho a mano, con tiempo para escribirlo y tiempo para leerlo. Buscamos historias y enfoques como quien busca pepitas de oro.

Somos un grupo de periodistas que, desde Manizales, Colombia, generamos un medio de comunicación para fortalecer la deliberación pública desde nuestro territorio.

Creemos en la veracidad, la argumentación, el disenso y el valor de la escritura para la construcción de memoria histórica.

Correo: [email protected]

Directora Adriana Villegas Botero