La pelea con el diablo

25 de diciembre de 2025

Él creía que disimulaba bien que estaba sobrio, y nosotras pretendíamos hacerle creer que no nos dábamos cuenta de que estaba borracho
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«There are families who live out their entire lives without a single thing of interest happening to them. I’ve always envied those families», The Prince of Tides, 1991.

Mi papá abrió la puerta del garaje por completo y sacó el carro para liberar el espacio. Ese año, 24 de diciembre de 1986 u 87, quería matar un marrano para toda la cuadra y andaba frenético de aquí para allá tratando infructuosamente de llevar a cabo su propósito. Imagino que esperaba que un marrano se materializara en ese espacio, o que, claro, mi mamá le resolviera, como siempre, cualquier cosa que implicara algo de labor doméstica.

“Como yo he sido andariego y a mí ninguno me aterra, cuando saco mi machete, se pone a temblar la tierra”.

Jairo entraba y salía de la casa, se paraba en el antejardín, le gritaba a los porteros del edificio del frente que llamaran a todos los vecinos y les dijeran que en el hogar de la familia Mesa Villegas estábamos invitando a una marranada de navidad. Volvía a entrar y ponía por quinta vez consecutiva La pelea con el diablo, de Octavio Mesa.

“Ayer peleé con el diablo, que dicen que es muy bravo, le pegué una machetera que yo me quedé asombrado”.

Mientras tanto nosotras, mi mamá, mi hermana y yo, le prestábamos la suficiente atención para que no se sintiera ignorado, desairado, y tratábamos de ignorarlo lo suficiente como para que cualquier vecino que por equivocación llegara a nuestra puerta se diera cuenta de que todo se trataba de las locuras de un borrachito.

“Le tiré el carriel pa’trás y el poncho me lo cantié y del primer machetazo, la cola se la boté”

No sé en qué momento bebía mi papá porque esa noche no recuerdo haberlo visto con la botella en la mano. Esto sucedía en la fantasía en la que él creía que disimulaba bien que estaba sobrio, y en la pésima actuación de nosotras tres en la que pretendíamos hacerle creer que no nos dábamos cuenta de que estaba borracho. Una pantomima a presión que nos salía mal a todos.

“Continuamos la pelea y antes que la gente viera con la punta del machete le pinté una calavera”.

Mientras tanto, mi papá seguía vociferando que fuéramos de casa en casa a llamar a los vecinos, que él ponía el marrano y ellos el aguardiente, que preguntáramos dónde se podía conseguir a esa hora un marrano y un matarife, que resolviéramos cómo podíamos pasar la mesa del comedor para el garaje para arreglar allí toda esa comida y que en qué olla de nuestra cocina podíamos poner a fritar los chicharrones.

“Y el que no quiera creer ni me quiera parar bola, que se acerque para acá que yo le muestro la cola”.

No sé por qué yo estaba convencida de que iba a llegar mucha gente y de que íbamos a tener que ponernos en la tarea hipócrita atender a la visita con nuestra mejor cara, pero eso no pasó. Nadie, absolutamente nadie, acudió al llamado de mi papá, que al final se aburrió y se quedó dormido. 

“Y el que no quiera creer ni me quiera parar bola, aue se acerque para acá que yo le muestro la cola”.

Nosotras cerramos la puerta y apagamos la música cuando Octavio Mesa iba por la décima quinta vez de quitarle al diablo la cola. Sé que no soy la única a la que la música de navidad le trae recuerdos salvajemente alegres.

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  • Manizales, 1974. Periodista. En 2020 publicó "Como Hombres": el mundo de las mujeres en zapatos masculinos.

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