A la orden del día de esta semana está la lamentable noticia de los judíos asesinados en una playa en Australia, mientras celebraban una de sus fiestas religiosas mayores, en plena temporada de celebración de festividades cristianas de Navidad o nacimiento de Jesús. Aunque la fecha en que hubiera nacido el que se supone es el hijo del dios de los cristianos ha sido acomodada o adaptada según varios criterios de conveniencia e interpretación. Claro que el Janucá (Hanukkah) que celebraban los judíos no tiene nada que ver con Jesús de Nazaret, aunque se ubique en cercanías de diciembre y que sea común que les den regalos a los niños judíos durante esa semana. Esa fiesta religiosa-nacionalista celebra el triunfo de los macabeos (judíos) sobre los griegos sucesores de Seleuco —uno de los herederos del poder de Alejandro Magno—, la recuperación de la independencia judía y el retiro de los íconos paganos (léase: de otras religiones) del templo de Jerusalén, en el siglo II a. N.E.. A ese suceso, la tradición judía le adiciona el hecho extraordinario (“milagro”) de que se pudiera encender el candelabro del templo durante ocho días con el muy poco aceite que había.
En este contexto, y en medio del desprestigio que vienen teniendo los judíos (sionistas y semitas), se debe insistir en que el asesinato de personas durante cualquier fiesta religiosa es totalmente rechazable. Es necesario que se pueda celebrar, incluso ondeando la bandera de un país como lo hacían estos judíos con la bandera de Israel, país creado para ellos en condiciones todavía discutibles. Es importante que todos —incluidos los judíos y todos los israelíes— aceptemos que los creyentes y entusiastas de las religiones puedan ondear la bandera de los países en los que mayoritariamente se profesa una religión, como puede suceder en Palestina con el islamismo. Eso requiere, claro está, que primero se formalice la existencia del estado de Palestina y se respete la existencia de sus nacionales —musulmanes, de otra fe, o de ninguna— en un territorio que también les es tradicional. Y claro, que los judíos entiendan que ellos son un país, una nacionalidad con una religión mayoritaria e identitaria a la que tienen todo el derecho; pero que no son los únicos que tienen esas características y esos derechos.
Como contexto de la coyuntura, consideremos que la causa de los asesinatos acaecidos esta semana no es que en Australia no quieran a los judíos (“el gobierno australiano no los quiere”, dijeron algunos), o que en ese país haya “mucho islamista”, en su mayoría nacidos en otros países: los tiene que haber, pues Australia es un país que ha recibido muchos migrantes musulmanes, provenientes de la gran región asiática-pacífica cercana a ella. Eso también está sucediendo en muchos países del tradicional “primer mundo” por muchas razones, entre otras el envejecimiento de sus poblaciones y la necesidad de personas que ejecuten los oficios y tareas poco apetecidas por sus nacionales; o ante las situaciones económicas o políticas que se suceden en los países de origen de los migrantes. Ha aparecido luego la hipótesis de que el atentado fue obra de integrantes o seguidores del Daesh —o el autodenominado ISIS—, lo cual es muy posible pero no está demostrado. Este grupo extremista islámico tendría sus argumentos religiosos para odiar a los judíos, por ser parte de todos los “infieles” (no fieles a su fe) del mundo; pero puede tener otras de tipo político, ante las acciones de los israelíes en contra de algunas naciones en las que prima el islamismo. Ante esto, es claro que todos debemos presionar y perseguir esas formas de ataque violento contra ciudadanos que profesan una religión u otra, así como exigir que cesen las acciones violentas del gobierno israelí y de sus admiradores políticos o religiosos contra otros nacionales o creyentes en opciones diferentes de la judía.
Como dato ilustrativo, el líder de Israel, Benjamín Netanyahu acaba de acusar al primer ministro de Australia de “haber contribuido a crear las circunstancias para ese atentado”, pues ese país reconoció hace dos meses al Estado palestino —como 155 de los 193 estados miembros de pleno derecho de las Naciones Unidas— y que allí se han permitido manifestaciones contra la masacre en Gaza, como lo hacen normalmente la mayoría de los países.
Terminemos explicitando una paradoja interesante acerca de cómo se dan los desconocimientos, descalificaciones, acusaciones y reclamos mutuos en estos enfrentamientos: la religión judía reclama ser la propia, la correcta, frente al cristianismo y el islamismo, y que ellos son “el pueblo escogido” por dios —el único que existe —el de ellos—, mientras los extremistas de Daesh hacen algo similar afirmando en su bandera que «no hay más deidad que Dios (Alá)», y que «Mahoma es el mensajero de Dios (Alá)», con base en lo cual pretenden luego eliminar a todo aquel que no se convierta a su credo. En ese contexto, nos resta desear que todos celebremos —o no— estas fechas en calma.