El futuro hecho pixeles

22 de diciembre de 2025

Es cuestión de adaptarse, nos dicen. Y como la IA se reinventa cada seis meses, cada seis meses habrá que adaptarse. Estaremos condenados a correr para siempre, sólo para quedarnos donde estamos.
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El optimismo es una de las mayores virtudes del ser humano, y no por ser la fuerza vital de visionarios y soñadores, sino por imponer esa sensación fantástica de que las cosas irán siempre por buen camino. La Inteligencia Artificial (IA) promete lo que antes era cosa de utopías: grandes avances en medicina, soluciones al cambio climático, el crecimiento de economías e índices de prosperidad, el fin de las hambrunas y las guerras, y hasta el milagro de que el arte se haga solo.

Los fatalistas, en cambio, nos hablan de totalitarismos, desastres ambientales, guerras eternas, vigilancia masiva, armas biológicas, la aniquilación de la humanidad y, quizá, la todo ser vivo.

A veces se nos obliga a escoger cuál de los dos escenarios nos dará vueltas en la cabeza, aunque ambos tengan el potencial de ser igual de ridículos. Cuando los oigo mencionar en cualquier discusión sobre la IA (discusión que, desgraciadamente, se hace más ineludible) debo morderme la lengua para no articular verbalmente mi disgusto.

Hablar del potencial de la IA, sea para alcanzar la utopía o para matarnos entre todos, es un recurso fácil para desviar la discusión de lo que hace ahora mismo la IA, especialmente la «generativa». Se tratan siempre de promesas o amenazas. Cosas del futuro, de aquí a cinco o cincuenta años. Para visualizarlo mejor, es como hablar del punto seis cuando estamos en el uno. Se nos olvida, ojalá sin querer, que para llegar al seis hace falta pasar por los otros cuatro.

Hablemos del punto uno, entonces. Para hoy, a mediados de diciembre de 2025, sabemos que el uso masivo de la IA generativa y los LLM (Large Language Models) provoca una disrupción sin precedentes en aspectos a nivel individual, político, económico, académico, climático y hasta humanitario. Los índices de democracia se desbarrancan, los discursos de odio se vuelven pan de cada día, miles de trabajadores pierden sus empleos, casi cualquier pieza de arte (protegida por leyes de propiedad intelectual) ha sido utilizada para engendrar imitaciones sin permiso de sus autores y sin reconocerles su mismísima autoría. Las noticias falsas, ahora acompañadas con reporteros falsos, voces falsas, imágenes o vídeos falsos, confunden incluso a quienes hace dos años se creían inmunes a la desinformación. No son cosas del futuro: ocurre ahora.

Los optimistas saben que para alcanzar sus promesas se necesita una buena regulación, y que las regulaciones se hacen en parlamentos, y que a los parlamentarios los elige la gente, y que la opinión de la gente se nutre de la información que consume, y que mucha de esa información circula en el safari de las redes sociales.

Esa información es la que hoy se degrada por el uso malicioso de la IA: campañas de desinformación y discursos de odio infectan el ecosistema de medios, erosionan la confianza en las instituciones, impulsan partidos e ideologías extremistas cuyo lema de campaña amenaza al engranaje que hace rodar la democracia y, en consecuencia, las regulaciones necesarias para que las promesas de los optimistas se hagan siquiera imaginables. La Unión Europea, quien hasta ahora lideraba los esfuerzos (Ley de Inteligencia Artificial de la UE), enfrentaría una pausa o revisión de sus medidas por presión de la administración de Donald Trump, quien hace apenas unos días emitió una orden ejecutiva que prohíbe a los estados de su país crear leyes para regular la IA. No es sorpresa para nadie que en su discurso de investidura apareciera acompañado con los dueños de estos gigantes tecnológicos.

Mientras tanto se nos habla de oportunas regulaciones que hoy no existen, se ignoran las sí existen y se violan a la vista de todo el mundo, con nuestra complacencia y participación. La IA generativa lleva años violando las leyes de propiedad intelectual en casi todo el mundo, y a una escala tan desorbitada que cuesta pensar que habrá alguna forma de aplicarlas: así de simple se acaba la justicia. Nos dejan con el paliativo de que otras leyes, las que todavía no existen, podrán moldear una correntada de poder y persuasión que hoy no responde a nuestros estados de derecho, en países donde todavía ese término es más que ornamento. Si ocurre ahora, en democracia, con instituciones aún funcionales, ¿qué viene después?, ¿cómo pretendemos moldear el desarrollo de la IA, si ella elige a conveniencia a cuál de nuestras leyes servirse de desayuno?

Nos cuentan de anteriores revoluciones tecnológicas, y que siempre nos adaptamos. Es cuestión de adaptarse, nos dicen. Los escritores, por ejemplo, deberíamos aprovechar la IA para impulsar nuestro trabajo (es decir, para conservarlo). Y como la IA se reinventa cada seis meses, cada seis meses habrá que adaptarse. Como en una cinta de correr, el esfuerzo no es cuestión de dirección ni progreso, sino de permanencia. Estaremos condenados a correr para siempre, sólo para quedarnos donde estamos.

Mientras corremos y esperamos a que un adulto responsable, los congresistas o Dios se encarguen de materializar la tal regulación, tendremos menos colegas, y por lo mismo, sindicatos débiles. Nos hacemos reemplazables, pues un paro, de tantos que hemos hecho para conseguir derechos y hacer de su cumplimiento una tradición, ya no servirá para nada: ¿qué paraliza un paro, si ya no hay nada que parar?

Es muy cierto que la IA llegó para quedarse, y sé que mi argumento está empapado de nostalgia y frustración (al menos como garantía de que seguimos siendo seres humanos), pero no hay excusa para permitir que una fogata se convierta en incendio forestal mientras le rogamos al cielo que las llamas quemen para el otro lado. Ahora mismo no hay camino, y nunca lo habrá si permitimos que se violen nuestras leyes, que se celebre la impunidad, que nos envenenen el pensamiento, que normalicemos el plagio, que hagamos mantras con discursos de odio y que hagan piñata con la democracia.  La democracia, por desgracia, no está en los términos y condiciones.

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  • Manizales, 1998. Escritor y activista. Líder de Latin-Amerikagruppene i Norge (Comité Noruego de Solidaridad con América Latina), miembro de la junta directiva de Handelskampanjen (Campaña Comercial) y activista de la organización Skeiv Verden (Mundo Queer).

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