Como piedra para aguapanela

16 de diciembre de 2025

Un cuento es una pregunta. La ubicación del autor no coincide necesariamente con la del narrador. Lo bello es más hermoso narrado desde lo adverso.
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La anécdota es sencilla y, a pesar de haberla escuchado hace 25 años, no he podido convertirla en un cuento. Y es que ese, el del cuento, es el mejor destino que podría correr aquella confesión, me digo. Aunque lo he intentado en ocasiones anteriores, el sinsabor de que algo se escapa vuelve y me hace escribir sobre el mismo asunto.

Quizá, en lugar de buscarle enredos para que acontezca, debería describir la situación tal y como fue. Sí, es tan valiosa en sí misma que no necesita trama. Además, tampoco alcanza a definir a un personaje como para dedicarle una novela. Cada tanto regresa a mi pensamiento como escena de una comedia de enredos. Hoy la dejaré registrada en estas páginas porque no sé a dónde ir con ella.

Pero, antes, la leña

Desde hace varias semanas, a ese chismecito que escuché en la adolescencia, le quise dar forma literaria con alguna de las tantas sugerencias que vimos en el Diplomado en Escritura Creativa de la Universidad Tecnológica de Pereira.

La experiencia de las clases cada fin de semana, durante casi tres meses, fue muy gratificante. Valoro mucho el análisis que se hizo de textos literarios, cómic y cine, así como de los objetos con que habitamos el mundo. Estudiar estas materialidades desde la perspectiva del creador, es decir, desde aquella que escanea las fibras del tejido, más que la de quien se deja arropar, es una aventura que desafía, que interpela lo que creemos saber de la literatura y su creación.

Para este objetivo contamos con Edison Marulanda, Wilson Ospina, Alberto Rodríguez, Mario Cárdenas, Katherine Rendón, Lina María Parra, Santiago Rodas, Paul Brito y Rigoberto Gil Montoya. Desde sus experiencias conocimos cómo se pueden entablar diálogos con el archivo, las fuentes bibliográficas, la tradición, la imagen. Eso sí, más que la fascinación por la fama y el éxito, la realidad del desafío y la necesidad del trabajo empedernido han sido las mayores ganancias para nuestro espíritu inquieto.

Este balance no puede dejar de lado a las y los colegas. Sus voces, sus rostros, sus pasiones, sus inquietudes, sus comentarios lograron compactar un grupo por el que siento nostalgia, ahora que no tengo que apurarme para asistir a nuestros encuentros viernes y sábados. Y es que no siempre se tiene la oportunidad de reunir a cultores de la palabra como Arredondo, Quintero, Acevedo, Millán, Velásquez. Así mismo, la maleabilidad de la imagen estuvo presente a través de Viviana, Juan Eduardo, Camila. El pensamiento depurado y demoledor lo traían Camilo, Nicolás y Laura. Con Daniel llegaba ese hermano mayor que se va a las trompadas por defenderte: bueno, esa es la imagen que se me ocurre para describir a ese argentino que invitaba a la camaradería, tierno y sin pelos en la lengua. Carolina nos acercaba al mundo sobrenatural, ya desde su pinta gótica (muchas veces disimulada en el uniforme de la empresa). El periodismo también estuvo presente a través de Nathalia, Johan y Maritza. Cada sesión nos recibió con la buena energía de Dita, de Jennifer, y el café de Alejito. Tiempo hizo falta para en medio de los recesos seguir el diálogo, las risas, las recomendaciones de los demás participantes. Espero que algo pueda continuar cuando visite en Guática el café de Rosalía y sigamos preguntándonos hasta qué punto editorializamos nuestras historias.

Evoco nombres y rostros, sueño con una antología que recoja nuestros trabajos y así comprobar qué tanto caso hicimos de las recomendaciones del profesor Rodríguez o si aceptamos el reto de Marulanda cuando nos habló del usar palabras significativas, sencillas, hermosas. ¿Qué habrá pasado con los ladrones de gallinas, con el viejito enamorado, el vampiro paisa, los dientes de sor Josefa?

Me imagino lo mucho que se debieron divertir los profesores Juan Manuel Ramírez y Juan Manuel Acevedo al revisar nuestros textos. Deseo que esos borradores les hayan gratificado el alma, pues sin su gestión no habríamos tenido diplomado. Y ojalá que otros tantos que quedaron en lista de espera puedan participar de este proyecto en el futuro. Así que pendientes de las redes de la Maestría en Estudios culturales y narrativas contemporáneas de la UTP: https://www.instagram.com/maestriaenestudiosculturales?igsh=cXN5M2R6ZnJ3Z24x

Ahora sí, a dejar hervir

Retomemos. Hablaba al inicio de querer hacer un cuento con la anécdota que escuché en un convento. Me entretuve hablando del diplomado por la oportunidad de encontrar las herramientas para hacerlo y es en ese punto en el que estamos.

En muchas de aquellas clases, repasamos la idea de Piglia en la que un buen cuento son dos historias. Desarmamos y armamos de nuevo aquella tesis con textos de gran calidad que le daban la razón. Entonces aparecieron preguntas tales como ¿Cuál es la hipótesis de trabajo en un cuento? ¿Qué vestigio naufraga en la superficie y cuál es el tesoro que permanece sumergido? Mis notas de los seminarios con Paul Brito y Rigoberto Gil Montoya se confunden. No sé cuál de los dos dijo qué. Pero ahí están las sentencias: Un cuento es una pregunta. La ubicación del autor no coincide necesariamente con la del narrador. Lo bello es más hermoso narrado desde lo adverso.

Busco en el arsenal de citas que colecciono, aquellas que le puedan dar forma a ese microcosmos que escuché el primero de octubre del 2001, en el Monasterio de San José. Fijo la atención en la cita de santa Teresa de Jesús: “en la cocina, entre los pucheros anda el Señor”. Leyéndola, a su vez, sor Juana Inés de la Cruz, aventuró la hipótesis según la cual: «si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito». Abandono el convento y desde el frente austrohúngaro Ludwig Wittgenstein me suma su propia experiencia: “Cuando mejor puedo trabajar ahora es cuando estoy pelando patatas”. Valga la pena aclarar que el verbo trabajar es utilizado aquí por el filósofo para designar al acto de escribir filosofía.

No obstante, creo que, si sometiese la conversación de la que fui testigo a un método de cocción tan erudito como el anterior, los ingredientes se me desharían y quedaría tan solo con una colada insípida y sin punto.

Otro método puede ser el de la imitación: copiar ritmo, motivo, personajes. Para esto repaso dos cuentos. En el primero, ¡Arriba Dios! ¡Abajo el diablo!, Laura Esquivel propone la historia de una monja cuyas ideas de superioridad racial se vienen al traste cuando rompe su ayuno de las suculencias indígenas: “sin importarme las consecuencias, me bebí una grande y rica taza de chocolate, de un solo y continuado sorbo”.

Quizá María Cristina Aparicio, con su cuento Xocolatl, aporte todavía más. Sus monjas, también en la Nueva España, se encuentran con el regalo de Quetzalcóatl a los aztecas. La reacción de la protagonista, sor Isabel, es la de sonreír porque “el contenido no le pareció más que barro convertido en bebida”.

Sin embargo, la sentencia implacable de Horacio Quiroga cae sobre mí: «Si quieres expresar esta circunstancia… no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla».

Y, por último, unas astillas de canela y un chorrito de anís

Respiro para llenarme de paciencia. Algún día podré describir como el sol se filtraba, alegre y juguetón, después de atravesar el jardín y reflejarse en el rocío de las hortensias, al locutorio en el que la comunidad de carmelitas, tras las rejas, escuchaba a la joven franciscana, devota de santa Teresita, como yo, hablando de su experiencia en Italia, a donde llevó un atado de panela.

Algún día describiré las notas de aquellas risas delicadas, al comprender el equívoco de las hermanas europeas, cuando se escandalizaron de que la pereirana pusiese a hervir «esa piedra» con la que había cargado desde Colombia.

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  • Licenciado y Magíster en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Docente en la IE Miracampos de Quinchía (Risaralda). Ha cultivado la narrativa en cuentos y novelas, así como la reseña de libros en prensa.

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