El fútbol y la política siempre han caminado de la mano, pero hoy en día parecen gemelos. O si no que lo digan estos dos hermanitos: Infantino el politiquero y Trump el soccer lover (la primera palabra también leerla con u). La semana pasada el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, le dio el Premio FIFA de la paz a Donald Trump: una especie de consuelo por no haber recibido este año el Nobel de la Paz. Es como si la Fundación Nobel le otorgara de un plumazo la Copa del Mundo a Cristiano Ronaldo o tan contradictorio como si le dieran a Infantino el Premio a la Cabellera Más Radiante.
Ya que hablamos de su cabeza —a riesgo de que me tachen de “calvofóbico”—, Infantino es un hombre bastante brillante y de mente amplia; y a juzgar por su relación estrecha con Trump (se les ha visto juntos desde que estuvieron en la toma de posesión de Trump hasta en la Cumbre de la paz de Egipto; y así, en cuanto evento haya con cámaras, flashes, jeques y megamultimillonarios), Infantino es en la práctica una especie de embajador trumpista o, en jerga futbolera, un volante de contención que hace el trabajo sucio para el goleador.
Si no fuera porque al presidente de la FIFA no le cuesta para nada arrodillarse ante el mejor postor, pues ha tenido una actitud de lamezuelas con Putin y con el emir de Catar (el jeque Tamim bin Hamad Al-Thani), entre otros, se diría que es un trumpista de pura cepa. Sin embargo sus actitudes lo delatan: esos chascarrillos flojos de politiquero, esa adulación barata a cuanta barbaridad haga o diga el viejo Donald, esos gestos de risa fácil, esa forma tan hipócrita de cerrar los ojos y de asentir, dan cuenta de que Infantino es de los que con la misma mano con la que te da palmaditas en la espalda también te clava el puñal por detrás. Igual que Trump, claro: te quiere si te necesita; no vales nada si no tienes poder. En cuanto alguien dé el papayazo de perder elecciones, ya no habrá amistad entrañable que valga ni sonrisa hipócrita ni premio de consolación.
Yo le agradezco a Infantino que nos la ponga tan fácil. Ese Premio FIFA de la Paz que le dio a Trump en la aburridamente gringa ceremonia del sorteo de los grupos al Mundial es de una extravagancia tal que ya no puede hablar de la supuesta “neutralidad política” que debe mantener la FIFA. En 2018 dijo “Está muy claro que la política debe mantenerse al margen del fútbol y el fútbol debe mantenerse al margen de la política” y véanlo ahora, dándole un premio de paz a un sujeto que manda a bombardear el mar Caribe como si solo jugara fútbol.
La política de la FIFA siempre ha sido y será ir detrás del dinero: su ideología brilla con el oro como la calva de Infantino. Por complacer al poder, Infantino es capaz de cualquier voltereta argumentativa —digamos, como las chilenas que hace Cristiano Ronaldo, pero con palabras—.
Comparte con Joseph Blatter (expresidente de la FIFA, quien dimitió en 2015 por corrupción) no solo la dirigencia de la FIFA sino también la nacionalidad suiza (hay suizos que son expertos en falsas neutralidades) y, al parecer, formas politiqueras de mantenerse en el poder. En Colombia sabemos mucho de esto último; tenemos grandes ejemplos de dirigentes deportivos con buena apariencia de lagartos.
Y ya que nos pusimos creativos, le propongo a Infantino establecer de una vez por todas los Premios Infantino para dejarles una huella de su humilde altruismo a las futuras generaciones, como lo hizo Alfred Nobel. Aquí le sugiero algunos nombres:
Premio Infantino de Medicina: a Vladimir Putin, presidente de Rusia, por el avance que le ha propiciado a la medicina al implementar tan diversas formas de desaparecer enemigos; Premio Infantino de Química: a Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, por el desarrollo de armas químicas como el fósforo blanco para que árabes y palestinos puedan generar sus propias defensas; Premio Infantino de Literatura: al ayatolá Ruhollah Jomeiní de Irán, por haber permitido que el escritor Salman Rushdie se volviera famoso y escribiera sus libros en defensa de la libertad de expresión; Premio Infantino de Economía: al presidente de Venezuela Nicolás Maduro, por facilitar que su pueblo innove en las diversas maneras de aguantar hambre y por llevar a la práctica el concepto de economía de la escasez; Premio Infantino de Física: al líder supremo de Corea del Norte Kim Jong-un por su progreso avanzado de las armas nucleares en beneficio de la humanidad.
En Colombia tenemos mucho que agradecerle a Infantino. Por él ya sabemos que hay dirigentes lagartos en cualquier parte del mundo, por él presenciaremos —¡la mejor noticia del año!— el clásico de clásicos en el Mundial, Cabo Verde versus Arabia Saudita, y por él enfrentaremos a nuestro archirrival de toda la vida, la selección de Uzbekistán. Aunque, para decirlo con practicidad reptiliana, esos días será la segunda vuelta presidencial en Colombia y preferiría que perdiera Colombia para que los arribistas que son hinchas de nuestra amada selección se aburran, les dé pereza y no salgan a votar por Abelardo.