Fidelina y el rastro familiar que borró la tragedia

7 de diciembre de 2025

Ni de Diego Augusto, ni de Esperanza, ni de Julián ni mucho menos de Fidelina se volvió a saber algo y esa incógnita ha sido una especie de marca que arrastra mi familia materna. Luego de cuatro décadas, el tema todavía es recurrente.
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Tres días luego de la avalancha de Armero, a las afueras del hospital de Lérida, en medio de la búsqueda de heridos y muertos, Margot Chavarro Delgado, acompañada de un grupo de tíos y primas, preguntó por su abuela Fidelina Delgado Orozco; por su prima Esperanza Viana Delgado; por Julián Laverde, el esposo de Esperanza, y por Diego Augusto Laverde Viana, el hijo Esperanza y Julián, un niño de 7 años. Todos estaban en Armero la noche del 13 de noviembre de 1985. Alguien respondió que Diego Augusto había sido reclamado por una tía paterna.

La noticia sobre el niño fue un momento de descanso, en medio de esos días de angustia y dolor que sucedieron a la erupción del nevado del Ruiz. Una luz de esperanza que se encendía: Diego Augusto estaba vivo, a salvo, con una tía paterna.

“…Algo imposible, porque ella, Martha Laverde García, murió en la tragedia, presuntamente fue suplantada…” Así se lee en un formato de la Fundación Armando Armero, la organización que desde hace décadas se dedica a buscar los niños desaparecidos o que fueron separados de sus padres y familiares. El formulario, diligenciado a mano por Rosario Viana Delgado, una tía de Diego Augusto continúa… “Por otra parte una paisana de Ambalema me manifestó que estando en Armero buscando a su esposo, el nombre del niño aparecía en la lista de sobrevivientes, al preguntar le dijeron que el niño había sido trasladado a Ibagué”

Fragmento de Formulario de la Fundación Armando Armero para Búsqueda de Diego Augusto Laverde Viana / Crédito: archivo de Rosario Viana Delgado.

Pero ni de Diego Augusto, ni de Esperanza, ni de Julián y mucho menos de Fidelina se volvió a saber algo y esa incógnita ha sido una especie de marca que arrastra mi familia materna desde entonces. Luego de cuatro décadas, el tema todavía es recurrente, tanto que a pesar de que nací años después de ese noviembre negro, a veces creo que también viví esos días en los que los hijos y nietos de la abuela Fidelina organizaron grupos de búsqueda para recorrer los hospitales y albergues de Ibagué, Lérida, Mariquita, Ambalema, Líbano y otros tantos lugares a los que estaban llevando a los heridos, damnificados y muertos de Armero, con la ilusión de hallar noticias de su gente.

Es que en este país de desaparecidos, en el que miles de familias buscan respuestas de qué pudo haber pasado con algún ser querido, la erupción del Ruiz dejó una avalancha de historias inconclusas. En los grupos de Facebook de sobrevivientes y personas que vivieron de cerca la tragedia de Armero y que a propósito del aniversario número 40 se han reactivado, abundan los relatos de quiénes nunca supieron más de los suyos. “Que lo vieron por última vez subiendo al Cerro de la Cruz…”, “…Llamó desde la estación de Bomberos de Guayabal y nunca más se volvió a saber de ella…”, “Los vieron saltando entre los escombros preguntando por su mamá…”, “Lo subieron a un helicóptero y nadie más dio razón de él…”

Frases cortas que encierran dramas y que se convirtieron prácticamente en la única esperanza de quiénes incluso hoy esperan a que los suyos aparezcan. Pasaron los días, los meses y los años y la incertidumbre no cesó, tanto que Margort, Alfonso y José Ivo Delgado, los hijos de Fidelina, se fueron a la tumba buscando noticias de su mamá; mientras que Teresa, quién con 91 años es la única hija viva de Fidelina, todavía espera que las historias que quedaron en puntos suspensivos luego de la erupción del nevado del Ruiz, tengan un punto final. Para ella la carga es mayor, pues ese día no solo perdió a su mamá: Esperanza era su hija, Julián era su yerno y Diego Augusto su nieto.

Es que a pesar de los años, la memoria de Teresa, mi tía-abuela, permanece firme. Han sido muchas las veces que me he sentado con ella hablar para escudriñar en sus nostalgias y la tragedia casi siempre aparece. “Que años después un médico dijo que la había visto en un hospital…”, “Que vieron al niño corriendo en un pueblo cercano…”, “Que un sobreviviente las vio cuando la avalancha llegó al centro…”. Pero nada concreto. Todos son relatos de terceros en los que abunda más la duda que la certeza.

A Fidelina, mi bisabuela, la sorprendió la tragedia en uno de sus viajes, pues a pesar de su avanzaba edad, pasaba temporadas entre Caldas, Tolima y el Valle del Cauca visitando a sus cuatro hijos y a sus nietos. Una especie de nómada no digital, sino maternal. De acuerdo con la genealogía familiar que señaló tantas veces José Ivo (mi abuelo) los papás o tíos de Fidelina probablemente llegaron a lo que hoy es Victoria, en Caldas, provenientes de La Ceja, en Antioquia a finales del siglo XIX. Las correrías “maternales” de Fidelina iniciaban en el Oriente de Caldas, pasaban por Honda y Ambalema para encontrarse con sus hijas Margoth y Teresa y terminaban en Zarzal, en el Valle, donde vivía Alfonso, su hijo otro, que había hecho su vida como trabajador de los ingenios azucareros.

Dicen, que días previos y ante la caída de cenizas, un familiar de Fidelina se ofreció a llevarla hacia Honda o Ambalema, pero ella se negó, pues quería esperar en Armero a que su bisnieto Diego Augusto terminara el año lectivo el viernes de la semana en la que ocurrió el desastre, para posteriormente llevarlo donde sus abuelos a pasar vacaciones.

Fidelina era madre soltera, descendiente directa de la colonización antioqueña que fundó los pueblos del Oriente de Caldas y que de acuerdo con lo que cuentan quiénes la conocieron y a pesar de las humildes condiciones en las que nació y se crio y a su falta de educación, fue una especie de rebelde para su época, pues anotaba que no necesitaba ni casarse, ni tener un hombre a su lado para sacar a su familia adelante. Una mujer de carácter recio, que viajaba con una pequeña maleta y a la que en las casas de sus hijos y sus nietos, donde se alojaba, siempre se le guardaba un plato, una cuchara y un pocillo para su uso exclusivo.

El 13 de noviembre de 1985 desapareció el rastro de la abuela Fidelina, pero ella es una marca indeleble para sus descendientes. Su carácter y sus costumbres dejaron una huella tan profunda que incluso términos como “fidelino” o “fidelinudo” se usan entre sus nietos, bisnietos o tataranietos para describir cuando alguno de ellos se obsesiona casi que al extremo por el aseo personal o la limpieza de la casa.

Placa en el monumento funerario de la familia Delgado en Armero, Tolima.

Con el tiempo se fueron atomizando aquellos grupos de búsqueda que se conformaron en la familia Delgado luego de la avalancha, y que los llevó durante esos días y noches de caos a recorrer trochas y carreteras paralelas para moverse por el norte del Tolima, pues las principales vías estaban bloqueadas por los lahares que bajaron por los ríos Gualí, Lagunilla o priorizadas para ambulancias. A pesar de que el rastreo en hospitales y albergues cesó con las semanas, cada uno de los que conoce la historia siempre está alerta para encontrar una pista. Especialmente de Diego Augusto, el niño que supuestamente fue reclamado por una tía paterna luego del desastre, ya que se han escuchado versiones como que al parecer lo llevaron a vivir a pueblos cercanos o que incluso, con las décadas, un hombre que aparentemente hoy tendría su edad, ha observado desde lejos la casa de sus abuelos en Ambalema, pero que cuando se le pregunta si necesita algo, se marcha sin responder.

Los últimos esfuerzos se han realizado desde hace algún tiempo con la Fundación Armando Armero, a la que se ha enviado información para que se produzca un milagro y un eventual reencuentro, como ha sucedido con un puñado de niños de Armero que dieron en adopción.

En las ruinas Armero, en el lugar en el que quedaba la casa en la que vivían Esperanza, su esposo Julián Laverde y Diego Augusto, se ha levantado un monumento fúnebre, otro más en ese bosque de tumbas y cruces que quedó tras la avalancha, al que acuden, especialmente en los aniversarios, los miembros de la familia Delgado a visitar y a presenciar, que como es tradición cada 13 de noviembre, la Fuerza Aérea Colombiana descargue sobre esa zona una lluvia de pétalos de flores. En medio del revoloteo de los helicópteros y de las oraciones que siempre se rezan, los pedazos de rosas caen como un bálsamo para los corazones que visitan ese valle de lágrimas.

Helicóptero de la Fuera Aérea Colombiana lanzando pétalos de rosa sobre las ruinas de Armero en uno de los aniversarios de la tragedia. / Crédito: Jairo Andrés Vargas Delgado.
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  • Caldense, del Oriente. De profesión Comunicador Social y Periodista y especialista en Opinión Pública y Mercadeo Político. Con afición por la historia, la geografía, la política, la música, los medios, las letras y la memoria. Con un pie en Bogotá y otro en el Oriente de Caldas, ha investigado y narrado historias del conflicto y la violencia en esta región. En la capital se ha movido "detrás de" la prensa y en frente de la comunicación estratégica y corporativa.

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