Estos días pasados estuvimos viajando con Ana, David e Isabel para hacer un audiovisual. Algo sobre el cuidado del agua en el Oriente de Caldas y de cómo la gente resiste y se convierte a sí misma en la alternativa a un hidroextractivismo depredador, que se alía con la violencia armada para cumplir sus objetivos financieros, sus expectativas económicas, etc. Pero ese será el lado A. Ya lo veremos.
El lado B. Quizás no, y no me parece justo que se vaya del todo al olvido. Así que ahí les va el texto. Es un mix de momentos absurdos, dulces, dolorosos, bizarros, mágicos. Sí, todo al mismo tiempo. Los pongo aquí para hacerles justicia a sus presencias, unas humanas otras no. Que de alguna manera nos acompañaron, abriéndonos el camino para recorrer seis municipios en cuatro días, pasando de la Van, a la chiva, al moto carro, a la chalupa, al bus, para visitar a Joha, Doris, Don Uriel, Javier, Diego, Laurita, Merardo. Andando, mojándonos y palabreando en tantos ríos: Guali, Guarino, Tasajos, Tenerife, Dos quebradas, Casanguillas, Purnio, Yuma, Magdalena, Rio claro, Pontona, Doña Juana y otros y otros.
Estábamos en Mesones. Esa parada antigua que hay bajando del Páramo de Letras, en la que es ley la aguapanela con queso o el chorizo. Un señor que venía en nuestro mismo carro, ruta Manizales-Samaná, nos pone conversa. Y de la nada empieza a contarnos de cómo sube y baja dos o tres veces por semana, en esta misma ruta, para hacerse la diálisis. Nosotros que íbamos quejándonos de las primeras 3 de 9 horas de viaje nos miramos sorprendidos. Manizales es su mejor opción —si así se puede decir— y entre ires y venires, tiene que aguantar lo que más pueda, trabajar en el campo con una malla interna que le quedo de un accidente y una peritonitis, y alargar los días para limpiar la sangre. Lleva así varios años. Nos volvemos a subir al carro y me quedo pensando en la idea del centro y la periferia. Hay de bordes a bordes ¿Qué se sentirá esperar una muerte así?
Al día siguiente cuando se baja de la chiva, en la que volvemos a encontrarnos con él en la ruta entre la cabecera de Samaná y la vereda de Encimadas, nos volea la mano y deja ver una sonrisa, devuelvo la sonrisa y me duele. Me volteo y le pongo conversa a Daniela, una niña de unos 7 años que viene a mi lado en la chiva, para olvidarme. Está seria, apenas me mira mientras conversamos, tiene su mirada todo el tiempo al horizonte. Me quedo igual que ella mirando a la cordillera, cuando advierto que esta ahí el Kumanday. Visto desde el otro lado. Mucho más lejos de lo que estoy acostumbrado a verlo o saberlo en las mañanas desde mi ventana.
Ella me mira, con cara de “a este que le paso” y me dice, allí desde “la Sombra” se ve mejor. Así fue, y con esa excusa logré que me fuera narrando el camino, contándome lo que seguía y seguía: La Cristalina, Yarumal y Yarumalito… Mientras las nubes subían por encima de la selva, y nosotros en la chiva, desde la curva en el borde del abismo, veíamos una especie de mundo al revés. En el que un océano de agua surgiera de abajo hacía arriba, atravesando hojas y troncos, una ola-nube como una lámina delgada de luz amarrillenta. Hermoso, esto es el agua digo. Ella me mira, otra vez con esa cara. Nos reímos. Corte.
Vamos ahora en un moto carro, entre la cabecera de Victoria y la entrada de la Reserva natural Bellavista. Son casi las 5:00 p.m. se va la luz y nos deja la Van. Tenemos el tiempo justo y llegamos al tropel, me bajo de primero, siento que algo cruza y luego lo veo. Es la sombra de una gran ave, nos quedamos en silencio para poder grabarla, al fin se nos va, y nos cuentan que es un halcón. Una de tantas aves que ha hecho famoso a este lugar. Que es la puerta de entrada de un corredor biológico que desde esta selva húmeda baja al bosque seco, hasta llegar al valle del Magdalena. La imagino volar río abajo. Observando a su paso como cambian las formas y los colores. En el camino encontraría la minería de oro sobre el río Purnio, una parte de ella artesanal, otra ilegal y al mando de grupos armados. Corte.
Entrábamos a la zona de los pescadores, en la Plaza de mercado en La Dorada, en eso ven a David con la cámara y le dicen venga grábela. No le de susto. Aunque no entendemos, vamos curiosos a mirar y entramos a un corrillo, unos cinco hombres conservan su distancia de la pitón, mientras otro de ellos la sostiene de una fibra roja, que lleva amarrada a la cabeza. La serpiente tendrá unos 5 metros, dice uno. Y será que se van a dignar venir los bomberos, dice el otro. Ella está inquieta, los mira fijamente y se va alternando el contrincante. Uno se le acerca por detrás y casi la toca. Aquí parece que tiene un machetazo dice. Al fin llegan los bomberos. Por eso les darán una semana libre, dice uno. Tendría unas 20 libras, responde el otro. Y se van dispersando. Aunque nunca lo dicen, queda claro que no sienten que hayan recibido una recompensa justa. Por atraparla sin hacerle daño, transportar, cuidarla y entregarla. Corte.
Merardo y Laura están conversando. Sentados en la canoa, afuera de la ranchería, a escasos dos metros del río. La conversa toma un tono de chiste y él suelta una frase a manera de estocada. “Al final quedaremos como los caimanes, solo en estatuas. (Se refiere a los pescadores). Y me da por responderle, o como “la dorada”, que ya no se pesca, solo esta la del monumento. Me refería al monumento de la mano con una “Dorada”, una especie que un día fue tan abundante, que le dio nombre al municipio. Su lomo perlado, brilla con el sol, que allí nunca falta.
Al fin nos vamos y los pescadores organizan “el lance”, algunos se van con ellos, me quedo en la playa. Un pescador que llega nos cuenta que en la noche anterior tan solo hubo dos pescas, reforzando el discurso de que el río esta cada vez más limpio de pescado. Un bagre sapo y un pataló, sentencia. Queda la sensación de que no traerán nada. Llegan entre risas, han pescado una “Dorada” que tiene la mitad del tamaño de Laura. Vea que apareció de quien estábamos hablando, me dice. Nos reímos.