“El opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los propios oprimidos”, Simone de Beauvoir.
La idea de que no hay nada más peligroso para una mujer que otra mujer nos viene de la cultura machista. Para algunas personas esto es difícil de entender porque parece contraintuitivo. Entendemos el machismo como una forma de opresión de los hombres hacia las mujeres, y se nos escapa que las mujeres participamos de esa cultura de muchas formas.
Para el sistema patriarcal es conveniente que las mujeres no nos asociemos. De la misma manera que una pareja maltratadora intenta mantener alejada de su familia y de su red de apoyo a la persona maltratada, en este sistema se busca que desconfiemos unas de otras con la misma lógica de “divide y vencerás”. Es más fácil controlar y dominar a una sola persona que a un conjunto. Esta división es ocasionada por nosotras mismas, y pareciera que nadie nos obliga, pero los discursos se instalan dentro de la cultura y luego no es tan sencillo desafiarlos.
Es muy fácil ver que lo más peligroso para una mujer no es una mujer. Aunque es cierto que nuestros vínculos tienen las mismas tensiones y dificultades que cualquier otra relación, no somos las mujeres las que cometemos los feminicidios, ni las que con mayor proporción y como parte de una estructura violamos, maltratamos, abusamos, de otras mujeres.
Las mujeres hablamos mal de las otras mujeres, denigramos de quienes no nos gustan, criticamos la forma de vestir de las demás, inventamos chismes y hacemos daño. Y existe, claro, la violencia física entre mujeres, los asesinatos. Muchos de estos hechos derivan de la misma idea machista de que las mujeres no podemos ser amigas. Pero la proporción de estos hechos y de esta violencia es muy inferior a la violencia machista. Son cosas incomparables.
Desde hace un poco más de un mes vengo adelantando los talleres Cuerpos, Poder y Resistencia en las comunas San José y Bosques del Norte de Manizales como parte del Programa de Estímulos de la Secretaría de Cultura y Civismo de la ciudad. Llego a ellos a contar mi propia experiencia y a dialogar con mujeres y algunos pocos hombres sobre violencia de género, violencia sexual y feminicidio. La emoción compartida es potente y muchas mujeres y hombres me cuentan sus propias historias.
Salgo de estos espacios con el corazón apretado después de escuchar, por ejemplo, la culpa que todavía cargan con sus historias las mujeres adultas mayores que me cuentan que fueron violentadas por sus maridos, sus vecinos, desconocidos. Tengo la sensación de que lo que hago tiene poder. Busco incidir en esas violencias. Tengo fe en que si hacemos consciencia sobre el origen del desequilibrio entre mujeres y hombres podremos cambiar un poquito nuestro entorno. Quiero tejer redes con ellas. Y para eso hace falta superar las desconfianzas que hemos heredado.