14 de noviembre

19 de noviembre de 2025

Adiós a esos días en los que presencié, de sol a sol, la existencia de mi hija. 
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Es viernes y son las 7:50 a.m. Salí por primera vez, después de cuatro meses, con destino al trabajo. Espero en portería un carro que pedí por aplicación. Me vestí de negro, coloqué un rebozo de flores de colores sobre mis hombros y me cargué una bolsa de tela con mi computadora y el termo con café. Antes de salir, le di un beso en la mejilla a mamá y otro en la frente a bebé, y cerré la puerta sin mucho protocolo. Creí que eso sería todo, simple, pragmático. Pero no.

Me siento en el carro. El conductor saluda y comenta lo bonito de mi rebozo. Le respondo algo amable y breve, disimulando la turbación. Me siento extraña. ¿Es tristeza? ¿Desasosiego? Uhmmm. Él me muestra un saco tejido que lleva en el carro. Lentamente, articulo las sílabas para ocultar el bulto que se forma en mi garganta. Está muy lindo, le digo. Sin embargo, fracaso, mi voz se corta y los fragmentos salen débiles, apagados. Miro por la ventana del carro esta calle que ya sé de memoria, desde hace años marca el inicio de mi rutina diaria,

Recuerdo una anécdota que tía ha contado tantas veces. La historia es más o menos así. Cuando terminó la licencia de maternidad de mamá—solo de tres meses—, tía asumió mi cuidado para que ella pudiera trabajar y sostenernos a las tres. Entonces, mamá administraba un almacén de muebles y electrodomésticos en Ibagué. Un día, mamá llegó a la hora del almuerzo. Estaba cansada por los dramas de la empresa y el sol sofocante de ese pueblo grande y seco. Tía cuenta que yo, que tenía unos once meses, estaba parada en medio de la sala, apoyada en el brazo del sofá. Mamá pasó por al lado, me saludó con ternura: “Hola, mi nino lindo” y siguió a descargar el bolso sobre el comedor. Tía le preguntó: ¿Oiga, no nota algo raro? Mamá revisó la sala de un vistazo. Dudó. Nada. Negó con un gesto. “¡la niña ya está caminando!”, alegó. Ese día, di mis primeros pasos sola y logré sostenerme.

Estamos en el semáforo de la esquina. La aplicación indica que el conductor me dejará en 800 metros. Él me dice que le gusta la ropa tejida a mano, artesanal. Es linda, alcanzo a responderle. ¿Qué habrá sentido mamá entonces? ¿Cómo fue para ella notar que me pasó sin mirar? ¿Cómo tramitó sus ausencias tan repetidas? ¿Cómo sobrevivió sin ser testigo de esas primeras veces?

Hoy estoy del otro lado. Ahora soy yo quien interrumpe la bitácora de gestos, movimientos, miradas, sonidos y carcajadas… Algo se interpone, durante ocho horas diarias, en este álbum de primeras veces. Imagino que sus nuevos gestos llegarán en fotos, videos o en historias que otras presenciarán. Tendré que construir a mi cría a partir de esos retazos, a partir de aquellas voces que me narrarán su existencia. Me pregunto si notaré sus cambios o si la productividad nublará mis ojos y dominará mi mente. Adiós a esos días en los que presencié, de sol a sol, la existencia de mi hija. 

Me bajé del carro y le agradecí al conductor. Caminé hacia la entrada del trabajo y me dije: Hoy es 14 de noviembre, está bien estar triste y no tener la más mínima idea sobre cómo sobrevivir a todo esto.

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  • Ibagué, 1997. Periodista, columnista y gestora cultural en Quindío. Licenciada en Español y Literatura. Coautora de la antología "Elipsis 2020" del British Council y de la colección "Espresso Literario" de la de la Secretaría de Cultura del Quindío. Actualmente cursa una maestría en Estudios Culturales y hace parte de la Red Latinoamericana de Periodistas de Distintas Latitudes.

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Directora Adriana Villegas Botero