El show de la propia muerte

12 de noviembre de 2025

Todo esto me ha hecho pensar en la dicotomía del amo y del esclavo, y justo me vi la última película de Frankenstein, dirigida por Guillermo del Toro, basada en la novela de Mary Shelley: Frankenstein o el moderno Prometeo.
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Cada tanto las redes sociales dejan su estela de muertes trágicas. En Cali, la noche del 25 de octubre, una mujer de 23 años quedó en coma después de un reto alcohólico en un bar para ganarse $1’500.000 y cientos de likes: en medio de las risas y con los lentes de las cámaras de los celulares apuntándola, la mujer se tomó un cucaracho doble en cinco segundos, una cerveza sin parar, 13 segundos de aguardiente y por lo menos 10 shots de diferentes tragos. En la última prueba el cuerpo no aguantó más: se desmayó, se broncoaspiró con su propio vómito y no le llegó oxígeno al cerebro por varios minutos. El bar no respondió: un amigo las recogió a ella y a sus amigas para llevarla al hospital. Allí le diagnosticaron muerte cerebral y, tras cuatro días en la UCI, murió. Eso sí, se volvieron virales sus videos del reto alcohólico.

La muerte como espectáculo, la vida como algo que se arriesga por un puñado de “Me gusta”. ¿Qué serías capaz de aceptar por mantener contentos a los tiranos de tus seguidores? Lame un inodoro, elige ser una princesa de Disney para bajar 15 kilos en 10 días —sé Blanca Nieves y come solo manzanas rojas o vuélvete Pocahontas para solo tomar té—, defeca en la piscina de tu vecino, déjate ver el culo de tanto en tanto. Tienes que venderte a ti mismo para ser exitoso en la vida: el algoritmo quiere que lo seas. Si te conviertes en el esclavo de tu propio invento, no te preocupes: lo importante es que tus seguidores aumenten. Aun después de muerto pueden verte y te darán like. Eres inmortal, solo debes dar ese paso y salir de la zona de confort.

Todo esto me ha hecho pensar en la dicotomía del amo y del esclavo, y justo me vi la última película de Frankenstein, dirigida por Guillermo del Toro, basada en la novela de Mary Shelley: Frankenstein o el moderno Prometeo. Tanto en la película como en el libro se esboza la pregunta de quién es el verdadero monstruo, si lo es la criatura incomprendida hecha de retazos de hombres muertos o si lo es el genio malvado que quiere trascender la frontera entre la vida y la muerte y convertirse en su propio dios.

La película logra lo que el libro no: mostrarnos el proceso minucioso de elaboración de un hombre, la sangre regada en el piso, los cadáveres desperdiciados, la unión de tendones, músculos y huesos con la electricidad. Aunque el filme es indulgente con el monstruo; en el libro, el engendro es un asesino, un ser capaz de matar a personas inocentes para llevar a cabo su venganza. En cambio, en la película, solo mata porque se defiende. Esta es la época en la que somos más complacientes con los villanos, tal vez porque sabemos que tenemos tanto de inventores locos como de monstruos.

Igual que el Prometeo griego que traiciona a Zeus y les regala a los seres humanos el fuego y el conocimiento de las artes y las técnicas, el Prometeo moderno —o Víctor Frankenstein— descubre la posibilidad de crear vida con sus madejas de nervios, huesos y vísceras. El Prometeo griego es castigado al encadenamiento perpetuo y a ofrecer su hígado como carne para el buitre; el Prometeo moderno recibe como castigo el convertirse en esclavo de su criatura.

Pero, en esto que han llamado “posmodernidad”, se vuelve difusa la frontera entre creaciones e inventores, monstruos y genios malvados. En su última columna de El colombiano, “Quiero tener más cosas”, Sara Jaramillo Klinkert así lo dice: “Estoy convencida de que cada quien crea sus propios monstruos. Yo tengo unos cuantos conmigo a los que todavía alimento con el mismo juicio con el que alimento a mis perros”.

Esto lo escribió por la niña Momo —como el supuesto reto Momo que invitaba a los niños a suicidarse en Internet— de la novela de Michael Ende. A la niña su padre le da una muñeca que le dice: “Soy la muñeca perfecta”. “Te pertenezco”. “Quiero tener más cosas”. La muñeca no para de desear, el padre quiere satisfacer el deseo de comprarle siempre más cosas a la muñeca y más amigas muñecas a la muñeca. Y así el monstruo se convierte en amo, a costa del deseo de acumulación, parecido al deseo infinito de ver más y más videos inservibles sin ningún propósito —el vicio posmoderno del scrolling—.

Creo que el Prometeo posmoderno está más cerca de lo que creemos. Nosotros somos inventor y monstruo. Las pantallas son ese monstruo que nos demanda atención infinita. De la historia de Frankenstein se recuerda la imagen del genio loco y de su criatura, pero a menudo se olvida quién cuenta la historia: Robert Walton, el explorador y navegante del ártico que, junto a su tripulación, encuentran a Víctor Frankenstein moribundo. Walton le narra la historia de Frankenstein a su hermana Margaret a través de cartas. Es posible que nuestro castigo sea mostrar, en vivo y en directo, el show de la propia muerte.

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  • Manizales, 1993. Es escritor, editor, periodista y politólogo. Autor de los libros ‘Donde el eco dijo’, ‘De noche alumbran los huesos’ y ‘Como un volcán entre los huesos’. Ha publicado textos de periodismo narrativo en revistas como El Malpensante, Vorágine, Universo Centro, Late, Literariedad, La Cola de Rata, entre otros. Algunos de sus textos de ficción han recibido reconocimientos. Trabaja como editor en Jaravela Editores.

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Directora Adriana Villegas Botero