Sobre la valentía de pasar años observando gotas de agua

10 de noviembre de 2025

En ambientes de captura de la atención, lo que perdemos no es la capacidad de saber cosas, sino la capacidad de distinguir el bien del mal.
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Hace poco conocí de Arthur M. Worthington, un físico inglés que se hizo famoso por sus estudios de la mecánica de fluidos. Lejos estoy de conocer de los detalles de semejantes esoterismos científicos. Pero, al ojear los artículos de y sobre Worthington, me pareció que hay algo de atractivo en la idea de dedicarse a estudiar las leyes detrás de las formas que deja una gota de agua al caer.

La idea está presente en los diagramas de las gotas. Uno logra observar, sin necesidad de entender los detalles técnicos, que a alguien (por la razón que sea) le interesaba describir y catalogar los distintos patrones de las gotas de agua. Que cuando cae rápido, que cuando despacio, que cuando cae desde cerca y desde más lejos con respecto a la superficie, etcétera (acá un tratado completo). Claro, Worthington estaba «prestando» o «usando» su atención. Pero, más que eso, se estaba inventando algo. Estaba escribiendo en un formato comprensible, para él y para los demás, algo que parecía ir emergiendo gradualmente con el tiempo.

Creo que las palabras poéticas serían esperar o demorarse en la gota de agua, al menos las palabras que ayudan a dejar de pensar en la atención como herramienta. Se trata de una manera de pensar en la atención que se ha popularizado gracias a las lecturas de la filósofa francesa Simone Weil y de la filósofa inglesa Iris Murdoch. En esta tradición, lo que hay de problemático en la «economía de la atención» o en la «economía de la información» no es que la atención se capture o que la información sea mucha. Si algo revelan los diagramas de Worthington es que la información ya era mucha hace cien años y que la atención podía ser capturada. Y si nos ponemos en esas, lo mismo pasaba en tiempos de Alexander von Humboldt, de José Celestino Mutis o de Juan de Castellanos.

Lo problemático de los ambientes de captura de la atención es que nos dejan sin aliento. Nos quitan la posibilidad de mirar para otras partes, y eso es lo que necesitamos para esperar y demorarnos. Para demorarnos en una gota de agua, en las matas, en la psicología de un animal de compañía, en las causas profundas de la injusticia, en el mensaje urgente que estamos, desde hace meses, evitando enviar. En la tradición de Weil y Murdoch, la atención es una capacidad ética, no intelectual. En ambientes de captura de la atención, lo que perdemos no es la capacidad de saber cosas, sino la capacidad de distinguir el bien del mal. Si quisiéramos evitar perder la atención, quizás necesitamos uno o dos consejos prácticos, pero más que todo necesitamos valentía.

Leo sobre Worthington casi con nostalgia. Parezco estar bajo la ilusión de que los años idílicos sin TikTok y Twitter eran años menos distraídos. Como si en tiempos de Worthington o Humboldt no hubiera alcohol y juegos de azar, y como si Sócrates no se hubiera quejado de esos jóvenes distraídos y poco disciplinados de su época. Quizás en los tiempos que corren haya algo más insidioso en los ambientes de captura de la atención, pero la tentación de evitar el silencio seguiría presente si me quitan el teléfono: hay algo muy incómodo en escucharme a mí mismo para decidir lo que hay que hacer. Quien no quiera que Instagram lo rescate del riesgo de pasar tiempo realmente a solas, que tire la primera piedra.

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