Intenciones móviles

8 de noviembre de 2025

Los datos muestran que entre los opcionados a la Presidencia podríamos ver a un “nuevo Rodolfo” en la derecha —esta vez con el nombre Abelardo— al lado de un personaje conocido del centro —Fajardo—, y del actual candidato de la izquierda —Cepeda.
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Esta semana regresaron las encuestas de opinión política, reempacadas siguiendo la nueva legislación, pero con resultados parecidos a los que se traían hace tres meses, cuando entró en veda impuesta por la reciente ley que regula las condiciones para elaborar y divulgar estudios sobre intención de voto. La discutida regulación busca controlar varias condiciones de las encuestas, como los criterios de selección de la muestra con el objetivo que representen mejor a todo el país o las regiones, según sea el caso. Y prohíbe la realización de encuestas en ciertos períodos antes de las elecciones, permitiéndolas —particularmente su divulgación— solo cuando falten tres meses para la inscripción de candidatos a los comicios.

La idea que motivó esta ley es el temor más o menos fundado y más o menos fantasmagórico: que las encuestas de opinión falsean o no representan la realidad de los candidatos y que la divulgación de los resultados de esas encuestas afectan la evolución “normal” de la opinión. En principio, tenemos que suponer que todas las encuestas que publican las empresas dedicadas al tema son reales y no inventadas. Y hay que entender que ninguna encuesta es “la realidad”, sino muestra una parte de ella. El complemento de este planteamiento es que las opiniones de las personas son temporales, transitorias y cambian según varios factores. Uno de ellos es conocer lo que piensan los demás, “la gente”, o la mayoría. Es decir, las encuestas sí pueden tener efectos sobre la opinión ciudadana, en cuando muestran una parte de lo que sucede (“lo que dicen una parte de las personas”), pero no deciden de forma directa o intrusa la forma como las personas opinan y votan. Lo mismo que lo podría hacer una conversación con alguien a quien uno respeta.

Quienes son convencidos o fieles de un punto de vista, de una ideología o de un partido es poco probable que cambien de opinión. Pero a su lado está el gran grupo de los indecisos sobre un tema o una elección, que son los que —paradójicamente— tienden a decidir el resultado de las votaciones cuando los convencidos de una y otra opción no son mayoritarios. En las conversaciones sabemos que siempre hay quienes quieran quedar bien y sondean lo que opina o puede opinar la mayoría de los presentes, para “montarse en ese bus”: es una forma de ser aceptados. Pero en las elecciones el asunto es más complejo y toma tiempo. Es posible que cuando una persona no tiene razones claras para votar por una u otra opción mantenga la tendencia a preferir a quien vaya ganando en las encuestas (suponiendo que “por algo será”), pero ese no es siempre el caso. Por ello, los candidatos tratan de hacer noticia, tener presencia en los medios y los debates, como formas de buscar subir unos puntos frente a sus competidores en las encuestas de intención de voto.

Desde el punto de vista técnico, siempre será deseable que el tamaño de las muestras sea tan grande como se pueda, aunque la teoría de probabilidad explica que una “buena” muestra es igual de válida que otra de mayor tamaño. El criterio de selección es el factor que más puede garantizar la validez o representatividad de una muestra. En ese sentido, la regulación que exige que las encuestas de tipo político incluyan a todos los municipios de 800.000 habitantes o más, así como “un subconjunto de municipios pequeños, medianos y grandes de todas las regiones del país”, es bien intencionada, aunque incrementa los costos de este tipo de estudios. Claro que esa exigencia supone que el comportamiento electoral o la probabilidad de voto es la misma en todas las ciudades y municipios, asunto sobre el cual no hay certeza alguna. Adicionalmente, para la publicación de encuestas y sondeos, se debe indicar toda la información sobre el contexto, técnica utilizada, financiación y texto de las preguntas, los cuales son buenos elementos de juicio para los lectores “juiciosos” —que no son la mayoría.

Un asunto diferente a la técnica y cuidado en la realización de las encuestas son las inferencias y conclusiones que se saquen de una encuesta: no siempre el que va adelante gana y no siempre el que va perdiendo pierde. Y “el vaso” siempre estará “medio lleno o medio vacío”, según le vaya a nuestro candidato en una encuesta. Lo claro es que, en general, ninguna encuesta aislada predice con certeza el futuro resultado de una elección, pero sí da información interesante y útil para las campañas y para los ciudadanos. Es posible que varias encuestas a lo largo del tiempo tiendan a predecir de mejor manera lo que va a suceder, pero siempre habrá unas que aciertan y otras que no lo hacen, pues sus muestras son diferentes y cambiantes. En este momento faltan cinco meses para las votaciones de congreso y las consultas interpartidistas, con lo cual hay tiempo para hacer varias encuestas.

Para el caso de la encuesta divulgada esta semana por la empresa Cifras y Conceptos, se indagó por 31 aspirantes —precandidatos— a la Presidencia, a 3.361 personas de 54 municipios. Entre los asuntos preguntados, los encuestados debían responder a quién apoyarían entre los aspirantes de cada una de las tendencias políticas, técnica que presenta problemas, pues cada persona opina sobre quién debería ser el candidato de los partidos por los que no quiere votar. A pesar de ese enredo sobre la forma de decidir quién representa a las alianzas, los datos muestran que entre los opcionados a la Presidencia podríamos ver a un “nuevo Rodolfo” en la derecha —esta vez con el nombre Abelardo— al lado de un personaje conocido del centro —Fajardo—, y del actual candidato de la izquierda —Cepeda. Esto mostraría nuevamente una tendencia de los votantes de derechas a evitar candidatos profesionales de la política formal y a preferir personajes con razonamientos elementales, que utilizan las amenazas y el humor; retadores y atrevidos en sus planteamientos, y que regañan a los periodistas que les preguntan —peor si contra-preguntan. ¡Ah! Y con dinero propio para respaldar su campaña (entiendo que tenía más dinero Rodolfo que Abelardo, pero este precandidato lo muestra más).

Pero lo que deja más claro esta encuesta es que hay una mayoría de potenciales votantes indecisos y centristas, susceptibles a los comentarios, informaciones, noticias o falsas noticias, y situaciones que tengan impacto emocional. Los resultados de las encuestas de opinión política son solo uno de los criterios que ayudarán a que los indecisos se decidan, pero pueden no ser el más importante. De todas maneras, es su derecho conocer lo que muestran esas encuestas. En todo caso, es preferible que sobren encuestas y que se contradigan entre ellas, que prohibirlas. Está bien que se presione para que se hagan bien, lo que no significa que sus resultados tengan que ser iguales. Finalmente, esa buena parte de la población los ciudadanos sin intención de voto clara -o del centro, si les toca en segunda vuelta-, como la “donna mobile”, pueda mutar “d’accento e di pensiero”.

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  • Psicólogo, comunicador-periodista y magister en comunicación. Exprofesor y exdirectivo en la Universidad de Manizales. Experiencia en radio informativa, periodismo científico y columnista. Corriendo a des-atrasarme de lo que no había hecho antes.

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