Habitar un cuerpo gordo

7 de noviembre de 2025

El hecho de estar a gusto conmigo mismo no tiene que ver con el maldito Índice de Masa Corporal que la industria de los seguros y luego la de las dietas convirtió en un mandamiento.
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Desde hace años tengo problemas de circulación en mi pierna derecha y me salen varices. Acudí a un médico vascular para mirar la posibilidad de operarlas. Y sí, después de las pruebas me dijo que era posible pero si bajaba 30 kilos. En ese momento yo estaba pesando105 y le dije que sí, que era capaz de bajar hasta los 90, máximo hasta los 85, pero que de ahí en adelante no, que no me gustaba verme flaco. Sin alzar la mirada me respondió: ¿y a usted quien le dijo que la gordura era bonita?, la gordura es fea. 

No me dio tiempo ni de pensar una respuesta. Miré sorprendido su delgadez, su piel pegada a los huesos, sus pómulos casi inexistentes, su falta de abundancia, y lo único que pensé es que era un cínico. Ni rabia me dio del flacuchento. No le dije nada pero debí hacerlo. Pude preguntarle que si lo de lo rebajar los 30kilos era más un asunto de estética que de salud, o refutarle que el hecho de estar a gusto conmigo mismo no tiene que ver con el maldito Índice de Masa Corporal que la industria de los seguros y luego la de las dietas convirtió en un mandamiento.

El IMC ni siquiera lo inventó un médico o un nutricionista. Fue idea de un astrónomo, que además era matemático y estadístico. El belga Lambert Quetelet no estaba interesado en la obesidad, lo que tenía era una obsesión por hacer cuantificables las características de un hombre “normal” y al estudiar la relación entre la estatura y el peso encontró que iban asociadas y que los cuerpos con ciertos registros tenían más capacidad de aguante. Fueron las compañías de seguros, primero, las que comenzaron a asociar que los clientes en los que no coincidía su estatura con el peso eran de “mayor riesgo” y se les cobraba más…

Juan Gabriel Torres, artista plástico. / Crédito: Ramón Pineda.

El resto es historia: el Índice de Masa Corporal se volvió la medida que establecía el peso saludable o no, de una persona. El artista plástico Juan Gabriel Torres afirma que el mercado de las dietas lo asumió como una verdad de a puño, te miden de la misma manera, sin hacer diferencia si eres negro, indígena o viejo. “Se convirtió en indicador de exclusión adoptado por la industria de la salud, de las dietas, del bienestar”.

Él es un gordo que, al igual que yo, se siente cómodo, siéndolo. El piensa que desde las normas hegemónicas a los gordos nos obligan a sentir vergüenza por nuestros cuerpos, tener una actitud sumisa, permitirnos bromas o regaños cuando comemos de más. “Y para colmo, la gente por lo general asume que sí tenemos sobrepeso por lo menos debemos ser chéveres, buena ondas”.

“La pinta es lo de menos, vos sos un gordo bueno, alegre y divertido, sos un gordito simpaticón” dice aquella famosa balada argentina que le han dedicado a más de un gordo que es el alma de la fiesta. Pero “yo no soy nada de eso, soy un gordo cabrón, mala onda” dice Torres. “Me siento cómodo con mis 125 kilos, seguro de mí mismo, no tengo problemas de baja autoestima” y ello lo refleja en Chupame un gordo, la página de Instagram en la que exhibe su gordura y la de otros con frases como “Hace varias tallas que no entro en tus prejuicios”, “De negro también estoy gordo” o “Si la ropa no te entra… prueba con un empanada”.

Chupame un gordo, collage en tiempos de pandemia. / Crédito: Ramón Pineda

Chupame un gordo nació en tiempos de pandemia como un proyecto de difusión de unos collages de cuerpos gordos desde una perspectiva homoerótica. Pero no contaba con que su Instagram lo empezaran a seguir activistas en contra de la gordofobia y en defensa de la diversidad corporal.  “Eran sobre todo mujeres, y entre ellas, encuentro a una que quiere escribir sobre lo que hago, que ella considera una estrategia de desidentificación de la gordura, entre otras cosas porque pongo imágenes de gordos en una red social que está pensada para la exhibición de los cuerpos normativos”.

La desidentificación es un concepto que surge en Estados Unidos en relación a los procesos de construcción de la identidad de quienes son parte de grupos minoritarios, especialmente de los queer negros.  Ella propone una estrategia de supervivencia a la discriminación distinta a la de la someterse o rechazar las normas hegemónicas para más bien invertir esos códigos de la cultura dominante con prácticas artísticas, culturales.

Collage de Juan Gabriel Torres

Desde hace doce años se realiza en Medellín un encuentro de prácticas escénicas contemporáneas. Se llama Liminales, es organizado por la Corporación Artística Imagineros y propone descentrar lo hegemónico con propuestas que mueven el centro y de las que emergen cuerpos, fugas, periferias que no son puristas, que no encajan en las categorías de las bellas artes y que son a la vez teatro, perfomance, instalación, concierto, danza, artes plásticas, exposiciones, carnaval y ritual. Proyectos como el de Juan Gabriel Torres y su Chupame un gordo han tenido cabida allí, en ese escenario de diversidades, de cuerpos disidentes y disidencias corporales que construyen procesos de desidentificación, que miran de frente a la norma para cuestionarla, hacerle preguntas y volver ello un acto creativo.

En la más reciente versión de Liminales hizo presencia Erika Bulle, una mexicana activista, gorda, feminista y artista que dirige Cuerpa Lab, un proyecto que un laboratorio de ideas, de performances que con su mera presencia confrontan los ideales de belleza, delgadez y perfección que el sistema hegemónico le impone a los cuerpos que no encajan en sus estándares. “Desde allí exploro los límites entre cuerpo y entorno, entre lo visible y lo oculto. Mi cuerpo gordo, envejecido y neurodivergente es mi herramienta”.

Sentada en un trono, con una corona que puede ser de reina o de virgen, con trapos que la cubren como un manto, los espectadores se acomodan alrededor de ella en una escenario circular. Se le puede ver de frente, de lado, de espaldas. A sus pies un micrófono que amplia la lectura de sus Textos pesados, nombre que tiene su performance. “Habito un cuerpo gordo, un territorio de más de cien kilogramos que ha recorrido cincuenta años de otros y en otros territorios, protegiéndose de la inevitable herida del dolor de las palabras, del rechazo, la herida que como un gran paso decidí hacer mía, sin embargo a veces caigo en la trampa, en el juego infausto del otro y lloro».

Erika Bulle en Liminales 12, sala Imagineros. / Crédito: Katherine Gómez.

A medida que lee sobre ella, sobre su cuerpo, sus búsquedas, sus resistencias, el sonido se va distorsionando, el ruido no le permite ser entendida, una metáfora tal vez de lo que pasa afuera, de que a nadie le importe lo que diga. En su performance, el ruido es protagonista, es tan incómodo, tan fuerte que da náuseas. Con amplificadores de sonido, logra que su agitada respiración, sus gárgaras, sus sorbidos y hasta sus caricias sean ruidosas, repulsivas y uno entiende por qué ella afirma que “su cuerpa es un territorio de resistencia y exorcismo”.

“Mi cuerpo gordo, feminista, lleno de estrías y cicatrices, enfermo y en continuo malestar pulmonar que ocasiona que mi respiración sea dolorosa y se entrecorte constantemente, como si un cúmulo de grandes clavos se atoraran desde mi esófago hasta mi garganta y me impidieran emitir el más leve de los sonidos… ese cuerpo, el de una bruja, alquimista, que le gusta tocar lo prohibido, pero que a su vez se tiene que esconder para no ser quemada por aquella inquisición que sigue existiendo bajo el velo del auto amor, de la autoestima, de la salud y la pureza moral…”

Textos pesados es un performance que es a la vez un ritual, un exorcismo que aturde con la poderosa presencia de Erika, una gorda que hace del arte no un representar sino un ser. En sus dolores y resistencias están muchas mujeres como ella que han encontrado en los colectivos feministas, en los artistas, una manera de expresarse. En general, en los movimientos que existen contra de la gordofobia, lo que más se ven son ellas, no ellos.

“Tanto las mujeres gordas como los hombres gordos, sentimos la presión, pero lo de ellas está mas en el orden de lo público y lo de nosotros en lo privado” afirma Juan Gabriel Torres para dar cuenta que son dos tipos de exclusiones distintas. “Las mujeres tienen círculos de afecto para hablar de ese tema. Los hombres no hablan tanto entre ellos, no tienen un escenario para ello, no lo han construido”.

Reina, bruja, exorcista, la presencia de Erika Bulle es poderosa. / Crédito: Katherine Gómez
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  • Periodista, editor y magister en Estudios Socio espaciales. Trabajó en La Hoja de Medellín y La Patria, entre otros. Ha sido profesor de periodismo en la Universidad de Antioquia y la Pontificia Universidad Bolivariana. Callejero y relator de polvos urbanos.

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