«Para conocer de arte hay que educar el ojo»

20 de octubre de 2025

Alberto Moreno Armella fue una de las personas que más le aportó a la región en temas de arte. Falleció este sábado, a los 85 años. Este es un perfil suyo publicado en La Patria en el 2018.
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En una de las mesas de acero inoxidable de la cafetería del supermercado Carulla, del sector de El Cable, en Manizales (Caldas), se encuentra el escritor y médico manizaleño Octavio Escobar Giraldo conversando con un hombre de 78 años. No hablan del Premio Nacional de Novela que el literato recién había ganado y por el que todo el mundo le pregunta. No. El viejo —de espalda levemente encorvada, barba y una tos que lo viene acosando desde hace días— le pregunta si debe irse a vivir a un sitio con mejor clima y menor altura que Manizales.

Antes de que la conversación termine el hombre mayor ha saludado por el nombre al panadero, a la cajera y le han llevado su baguette habitual a la mesa. También ha esquivado un par de llamadas a su celular de una señora que lo invita a almorzar. “Es una pintora que quiere que vaya a ver algunas de sus obras”, dice sin mayor entusiasmo.

Ese, que le pide consultas médicas a un escritor premiado y se niega a almorzar con señoras que salen con frecuencia en las páginas sociales del periódico local, es Alberto Moreno Armella. Miembro fundador del Museo de Arte de Caldas (MAC) en 1986, curador de esta institución hasta el 15 de marzo de 2016 y uno de los conocedores de las artes plásticas más importantes en la región.

Este arquitecto barranquillero, que fue profesor en la Universidad Nacional y en la Universidad de Caldas e instalado en la ciudad desde 1985, recibió en este 2018 un reconocimiento por su trayectoria profesional y contribución al sector cultural de Manizales. Señala, sin embargo, que el arte regional sigue siendo muy provinciano y su mayor frustración es que la ciudad no cuente con una sede propia para exponer las 260 obras que tiene el MAC.

“Uno aprende a ver arte yendo a los museos y leyendo para conocer la relación del artista con sus obras”.

Los amigos de Alberto señalan que sus conocimientos sobre las artes son tan amplios y su discurso tan convincente que, a modo de chiste, es capaz de transformar una baratija  en un pieza de artística. Aquí junto a «su hermano», el historiador y curador de arte Álvaro Medina. / Foto: Archivo personal
 

Pasiones 

La historia de Alberto Moreno con Manizales no comienza el 13 de noviembre de 1985, como se ha dicho. Arrancó mucho antes, en 1969, cuando de la mano del arquitecto Jaime Mogollón visitaba la capital caldense para trabajar en la planeación del diseño urbano de la ciudadela La Enea, al oriente de la ciudad. 

En ese entonces Alberto era un joven arquitecto, con un posgrado en Holanda, y que tenía una agitada vida social e intelectual en Bogotá. “Conocí y soy amigo de casi todos los artistas”, señala, y a muchos los trató por el vínculo que tuvo con la ceramista y pintora nortesantandereana Beatriz Daza González.

A ‘Bruja’, como Alberto le decía, la conoció en Barranquilla, en 1966, y vivieron juntos hasta su muerte, el 23 de junio de 1968, en un accidente de tránsito en Cali. “Además de ser una precursora del arte moderno en Colombia, fue una gran mujer. Muy inteligente”. De esa intensa relación quedó la obra Fragmentos de la tarde

El cuadro, que ahora está en poder de la colección del Banco de la República, estuvo mucho tiempo colgado en el estudio de Alberto, en su casa del barrio La Francia. Se trata de un collage de trozos de cerámica, yeso, hierro y un reloj roto que quedó eternizado a la 1:20. “A esa hora nos conocimos Beatriz y yo”, recuerda Moreno.

La conexión casi que instantánea que tuvo con Daza González —que era trece años mayor que él— se debió, en parte, a la inquietud intelectual y cultural de Alberto. Su papá, el ingeniero Antonio Moreno Vives, era amante de la ópera y el gusto por la música se lo inculcó a él y a su hermano José Antonio. 

En 1953 Alberto compró su primer disco. Fue La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky, pieza que cuando se lanzó en 1913 fue incomprendida por el público por su carácter vanguardista y moderno. A Moreno también le costó, al principio, digerir este concierto, pero fue el primer paso para convertirse en un conocedor de la música culta contemporánea. Gusto que compartió con los oyentes manizaleños en una espacio radial a finales de los 80 en un programa que se llamó Música de nuestro tiempo, donde, junto al ortopedista Julio César Samper (que ponía jazz) y el anestesiólogo Rafael Macías (encargado del rock), proponían una alternativa musical diferente a la radio comercial del momento.

Durante la juventud de Alberto la capital del Atlántico era un hervidero de ideas y junto a su amigo —“mi hermano”—, el historiador del arte Álvaro Medina, participaron de las tertulias que se hacían en el legendario bar La Cueva. “Éramos los más jóvenes del grupo y allá escuchábamos las historias de Alejandro Obregón, de Álvaro Cepeda Samudio, de Alfonso Fuenmayor y de Gabriel García Márquez. Fue la mejor época de mi vida”.

Cuando se dio el boom de la literatura latinoamericano, con García Márquez y Cien Años de Soledad a la vanguardia, a Alberto no lo sorprendió el realismo mágico de sus palabras. “Muchos eran cuentos y anécdotas que ya les habíamos escuchado a los del Grupo de Barranquilla y Gabo lo que hizo fue recogerlas y escribirlas”.

De ese combo también surgió una estrecha amistad con el pintor Enrique Grau, considerado uno de los artistas más importantes del siglo XX en Colombia, junto a Obregón y Fernando Botero. Mantuvieron contacto y se visitaron con frecuencia hasta la muerte del artista en 2004. La evidencia de esa hermandad se evidencia en las paredes de la casa de Alberto, donde hay varios trabajos del pintor nacido en Panamá, pero cartagenero por adopción. 

Todo ese bagaje, amistades y viajes le dieron a Alberto suficientes herramientas para formarse como conocedor del arte. “Uno aprende este oficio usando el ojo, que es una conexión con el mundo. Uno debe educarlo, enseñarle a ver y conocer lo que es el arte. Y uno aprende a ver arte yendo a los museos y leyendo para conocer la relación del artista con sus obras”.

En el cuadro Fragmentos de la tarde quedó inmortalizado el momento en que Alberto Moreno se conoció con la artista Beatriz Daza. / Foto: Archivo Banco de la República

Sacudida

En Bogotá, Alberto vivió por 25 años antes de instalarse en Manizales. Y sí, partió hacia la Ciudad de la puertas abiertas el mismo día en el que el volcán Nevado del Ruiz hizo erupción y una avalancha acabó con la población tolimense de Armero (Tolima), y trajo daño y muerte en Caldas al bajar por el cauce del río Chinchiná.

“Me tomó tres días llegar a la ciudad, pues me tuve que desviar por el norte de Caldas. Llegué como catedrático a la Universidad Nacional en Diseño y Arquitectura y no fue fácil adaptarme sobre todo porque la ciudad estaba conmocionada por lo del volcán”. La adaptación no fue fácil: “A los tres meses me hacía falta la escena cultural de Bogotá; los conciertos, las exposiciones…”, recuerda Moreno de esa Manizales provinciana.

Esa necesidad de llenar el vacío cultural que había en la ciudad también la encontró en un grupo de docentes e intelectuales que se reunían con frecuencia en la librería Palabras, en el Centro de la ciudad. Personas que habían vivido en otros lugares y que querían que Manizales recuperara esa aura de culta y desarrollada que llegó a tener en la primera mitad del siglo XX.

De esas tertulias, en las que participaron personajes como Octavio Arbeláez Tobón (director artístico del Festival Internacional de Teatro de Manizales), Jorge Enrique Robledo (arquitecto tolimense y senador), y la economista y experta en planeación Carmenza Saldías Barreneche (entonces pareja de Alberto), surgieron proyectos como recuperar el Festival Internacional de Teatro; fomentar espacios para divulgar y promover géneros como el rock, el jazz y la música culta contemporánea; y crear el Museo de Arte de Caldas. 

Este último se convertiría en la mayor ambición de Alberto. Con esfuerzo y usando sus contactos y amistades llevó a la ciudad las obras de algunos de los artistas nacionales más relevantes. También apoyó las carreras de futuros talentos y armó, a punta de donaciones, una colección de tesoros para el MAC. Obras que, para algunos de pensamiento parroquial, pueden ser chocantes o transgresoras.

En 1987, por ejemplo, lo criticaron por la elección de la imagen que sería usada como afiche promocional del Festival Internacional de Teatro, del que Moreno fue curador. No entendían ese fondo negro y las líneas amarillas y azules que lo atravesaban, «era la tramoya y la parte de atrás del escenario, que es oscura. No lo entendieron». Y un año después, también con el afiche del Festival, un grupo de ciudadanos se le acercó y le dijo que debía regresarse a su tierra porque no compartían que la Catedral, símbolo de la ciudad, «estuviera decorada como un circo y rodeada de saltimbanquis y actores”.

“En Caldas, el tema del arte tiene una evolución lenta”.

Esperanza

La idea de un Museo de Arte de Caldas se archivó por cuestiones burocráticas hasta 1995, cuando Elvira Escobar Newman de Restrepo, Luz María Calderón y Gabriel Barreneche contactaron Alberto para revivir el proyecto. Desde entonces ha sido una lucha titánica en busca de un espacio para enseñarle a ver arte a los ciudadanos.

Les prometieron el edificio donde antes estaba la Alcaldía de Manizales, pero este lo demolieron para hacer la Plaza Alfonso López. Luego estuvieron en el Fondo Cultural del Café y desde hace un par de años tienen la sede en la sala Óscar Naranjo del Centro Cultural y de Convenciones Los Fundadores. Allí han exhibido desde artistas regionales hasta cotizados pintores como Carlos Jacanamijoy. “Ellos se encargan de la parte de los contactos y los recursos; yo me encargaba de pensar las muestras, buscar a los artistas, elegir las obras y organizar el montaje”, resalta Alberto, haciendo énfasis en que él ya no es curador del MAC.

Indica que siempre hay una expectativa grande con respecto al museo y cree que Manizales, considerada una ciudad culta y universitaria, merece un espacio como este. “El arte es necesario porque permea las capas de la sociedad. Una sociedad que desarrolla una visión del mundo a través del arte es más avanzada”.

Considera, además, que debe existir un lugar adecuado para que los artistas locales se sientan motivados a exponer sus trabajos. “El talento emigra porque están saliendo de colegios donde les incentivan a viajar y a conocer. No se quedan en la ciudad y se van a estudiar a Europa o Estados Unidos. Allá se quedan”.   Pone como ejemplo a Miguel Escobar Uribe, artista manizaleño formado en el exterior y que este año expuso sus trabajos en la sala Óscar Naranjo. A pesar de que está retirado, Alberto fue quien le hizo la curaduría.

Ya los años de bohemia en La Cueva, de fiesta en el apartamento de Beatriz Daza y sus amigos o de tertulia en Palabras o en Juan Sebastián Bar quedaron atrás. Hoy Alberto busca la tranquilidad que le da la rutina de comprar el pan en el supermercado, encontrarse con amigos en la calle y pasar las tardes con su hija Sofía. 

Finalmente, Octavio Escobar lo persuade de que no hay mayor diferencia de altura entre el barrio La Francia y Pereira. “Pero allá sí tienen Museo de Arte Moderno”, responde Alberto con gracia. Vuelve a sonar el celular y es Elvira o la Mona Calderón. “Me siguen llamando y consultando sobre las próximas exhibiciones. Soy un mal necesario para el museo”, concluye este barranquillero de andar despacio, pero siempre atento a la vanguardia del mundo del arte. Un hombre cuyo legado será dejarle a la ciudad una generación de ojos educados.

“Ya no hay arte sino artistas”, indica Moreno, refiriéndose a que hoy día las personas consumen y admiran cualquier objeto tan solo porque alguien de renombre o un mercader de arte dicen que “eso” tiene valor. Aquí en el estudio de su casa en Manizales. / Foto: Archivo personal
 
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  • Periodista y diseñador industrial. Profesor en la Universidad de Manizales. Ganador del Premio Nacional de Periodismo “Orlando Sierra Hernández” 2024.

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