“En el caso de los hombres, que son la mitad de la población y con quienes muchas de nosotras aspiramos a vivir, ¿cuáles son las normas que rigen para los que aprendieron de sus padres que estaba bien susurrar frases soeces al oído de las adolescentes? ¿Puede ser igual el castigo para ellos y para el que exige sexo oral a la que desee conservar el puesto de trabajo? ¿El escarnio público es el castigo adecuado para ambos? Y de ser así, ¿cuánto escarnio? ¿Por cuántos días? ¿Quiénes son los que deben ir a la cárcel? ¿Debe haber juicio previo a la lluvia de trinos? ¿Cuándo? ¿Lo deciden las víctimas? ¿Las redes? ¿Las cortes?”, ¿Será que soy feminista?, Alma Guillermoprieto.
Hace algunos años se conoció el caso de El Profe, de Radiónica, quien abordaba a través de redes sociales a jovencitas que lo admiraban con un discurso empalagoso sobre su belleza y promesas de amor que repetía casi que idénticas a cada una de ellas. Hace pocos días me enteré de que una mujer adulta de Manizales abandonó un espacio que adoraba porque quien lo lidera tuvo algún tipo de actitud que la hizo sentir incómoda. Esta es una actitud repetida con las mujeres que hacen parte del mismo escenario.
Alma Guillermoprieto plantea en su libro ¿Será que soy feminista? unas inquietudes que me gustaría abordar y que se puede resumir así: no todo lo que hacen algunos hombres es violación, acoso o abuso, hay algunas conductas que son problemáticas, pero que no son punibles, es decir, no se pueden perseguir a través de la justicia ordinaria, están en el terreno de lo que consideramos respetuoso o digno, más no de lo judicial.
Cuando pienso en estas cosas concluyo que los señores han tenido durante tanto tiempo tan poca conciencia de que hay límites y líneas que no deberían cruzar, que no reconocen esos límites y esas líneas. Las cruzan casi sin percatarse, aunque, como bien dice una frase que recorre a través de memes el internet: para entender que los hombres sí saben sobre consentimiento solo basta intentar meterles un dedo por el culo durante el sexo. Entienden perfectamente sus límites, entienden el consentimiento, entienden que es posible decir primero sí y después no. ¿Por qué algunos señores no reconocen límites cuando se trata de nosotras? Eso tiene una explicación lógica: porque en su idea del mundo las mujeres y los hombres no merecemos el mismo respeto. Es tan simple como eso.
Cuántas veces nos hemos enterado de que la canción que nos dedicó ese señor que decía estar enamoradísimo de nosotras es la misma canción que le han dedicado a varias mujeres. Cuántas veces hemos hablado de los señores que repiten el mismo discurso, las mismas líneas, para enamorarnos. Señores que más que un estilo tienen un modus operandi. Señores que van de mujer en mujer como llenando un vacío tan grande como un agujero negro en el espacio. Lo que hemos conocido como “perros” o “mujeriegos” son señores que parece que necesitan un séquito de mujeres para sentirse muy varones. Y aunque hemos estado más que habituadas a convivir con esto, ya va siendo hora de que nos demos cuenta de que no es normal, ni está bien. Es otra manifestación machista de una cultura patriarcal. Y claro que hay mujeres que van de hombre en hombre, pero todos sabemos que estas son calificadas de “putas” y denigradas hasta más no poder.
Esto no se puede perseguir a través de la justicia, ni es deseable que así fuera, ni es lo que estoy proponiendo. Pero sí podemos darnos cuenta de que no es responsable con las demás y mucho menos si sucede en ámbitos institucionales con galanes que superan los 30 años (con más de 40 es francamente lamentable), y cuyos objetivos suelen ser mujeres de menos de 25.
Seguramente que este comportamiento no es solamente un eso, sino que es un síntoma y un reflejo de los vacíos que hay en la forma en la que son educados los hombres, pero de esto tendrán que encargarse ellos mismos en las conversaciones que deben tener sobre cómo superar una masculinidad que los castra emocionalmente.
Lo que quisiera apuntar aquí, de fondo, es que ese tipo de conductas son denigrantes de las mujeres. Pasar de una en una, evidencia una falta de respeto y una mirada menos que digna de lo que las mujeres son, de lo que merecen. Es, al fin y al cabo, otra conducta cargada de misoginia, porque aunque muchos se escudan en decir que lo que les sucede es que adoran a las mujeres, que les encantan las mujeres, realmente lo único que valoran y lo único que les encanta es llenar su ego con los cuerpos de esas mujeres y con la admiración y el cariño que ellas les brindan. Es usar y tirar. Es estupro, que cómo se decía simpáticamente, es prometer para meter y después de haber metido no cumplir lo prometido, y eso es estafa.
Si, además, las mujeres se percatan de la intención y de todas maneras se insiste, se fuerza, se presiona, se impone, se convierte en acoso, abuso y violación. La línea no es delgada, ahí está, y es bueno que los señores empiecen a ver que hay límites que no deben cruzar.