“Me niego a probar que existo”, dice Dios, “porque la prueba niega la fe, y sin fe no soy nada”.
“Pero”, dice el Hombre, “el pez babélico es una prueba irrefutable, ¿no? No pudo haber evolucionado por casualidad. Prueba que existes y, por lo tanto, según tus propios argumentos, no existes. QED”.
“¡Ay, Dios mío!”, dice Dios. “No había pensado en eso”, y desapareció de inmediato en una bocanada de lógica.
Douglas Adams, Guía del Autopista Galáctico
Me sorprendió leer a mi compañera de Barequeo, Ana María Mesa Villegas, confesarse atea. “Soy incapaz de creer en Dios, o de decir que creo en Dios, para buscar allí todos esos beneficios que ofrece la religión”, escribió hace unos días en la columna De cómo sobrevivir sin religión. No entiendo cómo alguien como Ana —tan querida ella, tan educada en colegio católico— niega la existencia de Dios, sobre todo cuando Él (porque Dios es de género masculino), la bendijo con tantos talentos.
Ana… Anita, te escribo con la condescendencia que se tienen con las ovejas descarriadas que deben regresar al redil. Eres amor y Dios es amor, la Biblia lo dice y San Pablo lo repite: “Búscalo y verás en el capítulo cuatro, versículo ocho, primera de Juan”. Además, Dios te dio el don de la palabra, Anita, y “Dios es verbo, no sustantivo”, canta Ricardo Arjona.
Pero podía intuir tu ateísmo desde antes. La prueba está en que no sigues a ningún equipo de fútbol y, como te lo puede decir cualquier hincha, hay momentos en los que debemos encomendarnos a un ser superior en medio de un partido. Un hincha se persigna y hace promesas para que a su equipo le vaya bien: “Dios, que el arquero tape el penalti”, “¡Ay, Diosito lindo! Que el árbitro no pite esa falta”, “¡Golazo, hijueputa, Dios es grande!”. Yo, por ejemplo, aproveché un paseo a Buga (Valle del Cauca) y visité al Milagroso y le pedí que al FC Barcelona le fuera bien ante el Real Madrid, pues esa mañana se jugaba El Clásico español. Ese día el Barça le metió 6 goles a los merengues. No solo eso, el Barcelona ganaría los seis títulos posibles de ese año. Prueba de que Dios existe y es culé.
Ana… Anita, no es necesario que creas en el Dios católico. Dios se manifiesta de muchas maneras y está presente en diversas creencias. Llámalo Yahvé, Jehová, Elohim, YHWH, Adonai, Jah, Abba, Tsur, Brahma, Amitabha, Allah o cualquiera de los otros 98 nombres que los musulmanes le dan. Pero cree. “Es poder de Dios para la salvación de todos los que creen”, dice en Romanos 1:16. No seas Jezabel. Si el Dios católico —bondadoso y castigador; misericordioso y vengativo— no se acomoda a tus principios, puedes buscarlo en otro lado. La iglesia maradoniana queda descartada por tu poca afición al fútbol, y no te veo en el sintoismo, conversando con helechos y piedras. Un hijab te luciría, pero no creo que comulgues con el islam y su Sharia. Creo, Anita, que tu fe puede estar en el pastafarismo.
Allí podrás creer en ese ente supranatural benevolente llamado Monstruo de Espagueti Volador —MEV. Deja que ese fideo llene el vacío de fe que hay en tu alma… o tu estómago. Esta es una religión pacífica, con unos 10 millones de seguidores en el mundo, que lucha contra la enseñanza del diseño inteligente en los colegios, y podrás participar de intensos debates como el famoso Sagrada pasta y auténtica salsa: Las enredadas implicaciones del Monstruo de Espagueti Volador para teorizar sobre la religión.
Podrás creer que es una burla, Anita, y que esta epístola no es más que un ejercicio de mansplaining. Y podrás mantener tu posición de ateísmo, pero ese no es más que el MEV obrando sobre ti, porque, como dice uno de los principios del pastafarismo: “El monstruo guía continua e invisiblemente la conducta de cada ser humano, creyente o no, por medio de sus apéndices tallarinescos”. Solo tienes que creer.