Pablo Oria es un creador de contenido español que hace poco estuvo entre las conversaciones de los bares madrileños por su participación como invitado en Noche para dos, un podcast dirigido por el psicólogo Adrián Chico, en el episodio titulado “¿Soy bisexual si me gusta un hombre?”. Oria confiesa que aunque se identifica como una persona heterosexual, esto no le impide reconocer que ha sentido atracción física y emocional por alguien de su mismo sexo. El episodio llegó a mí en medio de una crisis existencial y amorosa que me atraviesa sin piedad alguna.
Mis pensamientos alrededor de las declaraciones de Pablo me han remitido a los vínculos que he tenido de manera romántica y sexual durante mi vida. Podría afirmar, con algo de vergüenza ahora, que el 90% de los hombres con los que he estado se auto-perciben como personas heterosexuales. Al principio, comentaba con orgullo este tipo de relaciones porque el ambiente que se teje alrededor de estas historias es casi que alimento erótico para los gais. Sin embargo, ahora no está siendo un pedazo de morbo para compartir. ¿Por qué, mis queridos lectores? porque me enamoré de uno de ellos -pausa-.
¿Hasta qué punto permitir la experimentación sexual del otro es construir la humillación moral de uno? ¿Por qué seguir las condiciones sociales de lo que desee ser y hacer alguien heterosexual cuando simplemente hay vínculos que se crean con ciertas personas específicas y trascienden lo material? ¿Qué significa ser “heterocurioso” en un mundo que cada día da pasos más grandes por abandonar las etiquetas? Para quienes somos abiertamente homosexuales ¿qué se siente ser la rata de laboratorio de aquellos a quienes amar y ser amados aún significa un conflicto?
En la sexualidad cada día están apareciendo más aristas —y me encanta—. La exploración del cuerpo, el reconocimiento de los pensamientos, del deseo y sobre todo, la posibilidad de aceptar otros gustos, nos llevaría a pensar en la construcción de nuevos lenguajes basados en el respeto y el disfrute.
Sin embargo, cuando ese reconocimiento no se da, y castramos los sentimientos por el qué dirán, nos adentramos a la mala vida. Llevar máscaras que, como su nombre suena, salen más-caras, nos obligan a no poder sostener la mirada arriba porque el rostro pesa y hay que bajarlo, hay que agacharse, rendirse. Claro, y cómo no querer sostener ese personaje escondido y discreto, si el propio Pablo en sus redes sociales ha asegurado que después de confesar su atracción por otro chico, le han llovido comentarios, en su mayoría de mujeres escribiéndole que ha perdido su hombría y que jamás se fijarían en alguien que pueda meterse con otro hombre.
¿Y esto qué causa en los maricones como yo? Pues un efecto rebote, un sometimiento a romances secretos, fachadas construidas con mentiras y rechazo constante, porque el problema no es que sea heterosexual y viva una aventura a partir de la curiosidad, el problema es que la negación de la acción y sobre todo del sentir rompe el corazón de aquel a quien no le interesa esconderse.
El miedo de los llamados heterocuriosos, genera discursos machistas y agresivos. De los comentarios que más he recibido por parte de este tipo de amantes, han sido: ‘si tuvieras tetas, serías perfecto’, ‘por qué no eres una mujer; unas buenas tetas y todo sería más fácil’, o ‘si tú fueras una mujer, serías el amor de mi vida’. Y eso, por no mencionar tantos otros.
De alguna manera, el cuerpo, como instrumento de deseo supera el sentir afectivo que se construye dentro del vínculo.
Con estos hombres no solo he experimentado el abandono, porque siempre he perdido yo: después del disfrute, desaparecen. Muchos se han ido en medio de dramas, lloramos en conjunto afirmando que nuestro amor no puede ser y nos despedimos sabiendo lo que fue.
Pero, sobre todo, ha existido mucha culpa. Me he sentido muy culpable por atraerlos, convencerlos y confundirlos. Después del gozo, me ha invadido una profunda tristeza en la que no hallo explicaciones a lo que hemos hecho. He sentido que mi valor está por debajo de merecer a alguien que no me esconda, a quien le da miedo el “qué dirán” porque abandonar su hombría sería una vulgaridad.
Queridos lectores, recibo sugerencias de dosis para superar este despecho por el sujeto a quien por amor tengo que guardarle el secreto.
Y por favor, confirmen como yo, que un amor se pierde por muchísimas cosas, menos por no tener tetas.