Es claro que existen riesgos directos sobre el medio ambiente derivados de la construcción, como los tienen muchas otras actividades extractivas, productivas o industriales. La diferencia es que la construcción está presente de forma más visible y cotidiana en la vida de los ciudadanos, que en mayor proporción vivimos en las ciudades y centros urbanos. En particular la construcción de edificaciones para vivienda y oficinas que, además de una necesidad o aspiración de las personas, es una actividad económica de gran impacto, pues vincula a muchos otros sectores de la industria, además de la generación de empleo directo —calificado y no calificado.
Ya no solo “los casados casa quieren”, sino también el creciente número de emparejados no-casados y de solteros, con o sin perro; con o sin gato. Y para toda familia tener “una casita” y no seguir pagando arriendo es un objetivo de vida. Claro que la tendencia actual no es que la mayoría de las familias puedan tener una casa, sino un apartamento —pequeño.
La construcción de edificios de apartamentos en un barrio tradicional de la ciudad es el ambiente más propicio para que se presenten conflictos, estorbos y problemas que el sector no tenía. Lo primero que se verá es que se tumban viejas casonas para levantar edificios. El impacto siguiente es la eliminación de espacios abiertos o de jardín y arboledas para dar paso al concreto: eficiente y duradero, pero feo si se le compara con el prado, los arbustos y árboles. Vienen luego los molestos estorbos de las volquetas y camiones que traen los materiales, por las vías apenas adecuadas para la anterior vida más o menos calmada de la cuadra en la que ahora se construye. Y cuando por fin se termina la construcción del nuevo edificio, llegará una cantidad de vehículos que congestionarán las vías aledañas, en especial cuando visitantes, técnicos o residentes dejen su carro estorbando en la calle. Vendrán luego las quejas por la obstrucción de la vista o del paisaje que esa nueva torre le crea a los vecinos del sector, incluida la sombra que antes no tenían en especial en una ciudad fría. Y sin pretender ser exhaustivos, podrán aparecer efectos sobre la potencia del suministro de agua, el nuevo cableado por el servicio de conexión de cable, la permanencia de los nuevos residentes en los pocos espacios abiertos del barrio y las alteraciones de las zonas verdes cercanas.
Por estas razones me parece importante que se discuta lo que sucede en casos como la transformación que en Manizales viene sufriendo el sector de La Francia y se analicen soluciones a las quejas y problemas que allí se detectan. Además de que la situación de La Francia se ha agravado por los pocos accesos viales que tiene y las actuales y potenciales afectaciones de los taludes de esa zona, ya considerada como de necesaria atención.
El gremio de los constructores tiene un buen poder y defiende muy bien su actividad empresarial. Para ello hace uso de su legal posibilidad de hacer lobby, apoyar campañas políticas locales, regionales o nacionales, e invertir en la creación y mejora de su reputación, o en oponerse a las críticas o limitantes que les puedan imponer. Y es que se trata de una actividad económica regulada por varios tipos de leyes, por los planes de ordenamiento territorial, por la moda y tendencias del consumidor, por el mercado, y por la búsqueda de lucro: todas variables de carácter legal, pero sujetas a corrupción o desvíos, como lo pueden ser todos los controles y procesos legales.
En lo nacional, los legisladores pueden permitir o controlar los posibles excesos de los constructores; ahí se juega la ambigüedad entre proteger los empleos y proteger otros factores como el medio ambiente o la mejor calidad urbana. En lo local, los concejales pueden aprobar o no restricciones, incluir nuevas áreas de desarrollo o límites a la altura de los edificios y cesiones de áreas para espacios públicos: elementos que se regulan con los planes de ordenamiento territorial. Y en ambos niveles se necesitan puntos de vista, financiación de campañas y votos. Por todo ello, la construcción es uno de los tantos temas relevantes a discutir en las campañas electorales.
Construir o no, no es el dilema; cómo construir sí. Para un ambientalismo extremo, lo ideal tal vez sería no construir con hormigón o concreto, pero todos entendemos la imposibilidad de esa opción, como lo sería plantearse no utilizar o no “servirse de” las aguas limpias de los arroyos o quebradas. Y para un desarrollismo extremo se debería tumbar o derruir lo que toque, con tal de construir, lo cual es inaceptable -excepto para “trumpismos” extremos. Entonces, bienvenidas la búsqueda de opciones.
Y a propósito del futuro inmediato de la construcción de edificios, me imagino que en próximos años veremos más diseños con habitáculo para el perro —si no duerme en la cama del amo— y adecuaciones para ubicarle la caminadora eléctrica —del perro. O que los apartamentos ya vengan con el mueble-gimnasio tipo maqueta de edificio, para que los gatos se entretengan, y la malla incorporada al balcón para que no se escape (¡pobre gato!). Y las zonas sociales de los edificios o conjuntos deberán contar con áreas para el entretenimiento saludable de las mascotas, más que de los niños. ¿Cómo serán? Dependerá de lo que regulen quienes votan, o de cómo se mueva el mercado de vivienda. A votar pues.