Me llegó al correo electrónico una invitación inusual. Más que una invitación era una advertencia: Detectar a tiempo el cáncer de próstata puede salvar tu vida. Esta enfermedad, dice el mensaje, causará la muerte de unos 100 mil latinoamericanos para el año 2030. Es la tercera causa de fatalidades masculinas y crece lentamente en la glándula prostática —“una parte del sistema reproductor masculino ubicada debajo de la vejiga”— pero puede tornarse agresivo y diseminarse a otras partes del cuerpo como los huesos y ganglios linfáticos. Acto seguido, y tras meterme miedo, vino la invitación a hacerme el examen de detección temprana.
Ya me he hecho el examen de próstata antes, pero nunca por prevención sino por reacción. La primera vez, hace unos años, por dolor al eyacular. Luego por una masa pequeña que me detecté en los testículos y que obligó a un chequeó general; resultó ser un lipoma que se reabsorbió solo. Después por aneyaculación causada por los antidepresivos. Pero esta vez iría sin síntomas, sin miedos ni dolores, a que me chequearan.
Le conté a mis amigos que me haría un examen de detección temprana del cáncer de próstata y no faltaron los comentarios: que si me gustaba que me hurgaran el culo, que ojalá me atendiera el doctor Manotas, que si en el momento del tacto sentía ambas manos del urólogo en otras partes de cuerpo es que no es un dedo lo que me está explorando… Sí, yo también he hecho esos chistes malos, alimentados por los prejuicios de un contexto social machista y por cobardía.
“En Colombia, el 58,1% de los hombres mayores de 50 años admite no haberse realizado nunca un examen de próstata. Las principales razones de esta omisión son la vergüenza, el desconocimiento y la percepción de que las pruebas pueden poner en duda su masculinidad”, reporta el periódico El Universal, usando como fuentes a médicos, instituciones e investigaciones. Y es cierto. En los días previos al examen de pronto me llegaban pensamientos intrusivos de mi ano y de mi próstata. ¿Estarán bien? ¿Serán presentables? O sea, vergüenza e incomodidad, que, como lo señala la ginecóloga Denis Sánchez, son las principales inseguridades que tienen las mujeres al momento de ir al ginecólogo.
Porque cuando vamos al médico con alguna dolencia o un problema el pudor y las inseguridades pasan a un segundo plano. Recuerdo cuando en el 2015 me llevaron al quirófano para una apendicectomía de urgencia y, en medio del dolor, dejé que una enfermera me rasurara los vellos púbicos y luego me llevara completamente desnudo sobre una camilla por los pasillos de una clínica bogotana, para luego dejarme ante el equipo médico que me acomodó en la mesa de cirugía con los brazos extendidos —como un Cristo— y con las vergüenzas encogidas de miedo y frío. En todo ese periplo no pensé en mi pene, ni en su tamaño, solo en que el apéndice no se rompiera. En que todo saliera bien. En buscar alivio.
Llegado el día para el examen preventivo de próstata, y habiendo seguido las recomendaciones previas (nada de actividad sexual o masturbación la noche antes), me aseguré de ir lo más pulcro posible. Sin entrar en detalles les cuento que de haber tenido a la mano el kit de Kim Kardashian para el blanqueamiento anal es posible que lo hubiese usado. Pagué el procedimiento y, con el recibo en la mano y mi mejor cara de “esto es lo que un hombre responsable de más de 40 años debe hacer”, me acerqué al sitio donde me atenderían.
“Es por aquí. Por favor, llene esta plantilla y firme en este espacio”, me dijo la asistente, “y quítese el saco”. Lo dejo sobe un butaco y, antes de llevar mis manos al cinturón para aflojarlo y dejar caer el pantalón, la mujer me toma el brazo derecho y me pone un torniquete. “Va a sentir un chuzoncito; apriete el puño”. Me toma la muestra de sangre, me pone una curita circular sobre la herida, me da las gracias y me despacha hacia las otras actividades que tuviese programadas para esa jornada. La invitación que me llegó al correo era para hacerme un análisis de sangre para Antígeno Prostático Específico – PSA, que mide los niveles de esta proteína producida por la próstata. No era el examen rectal para palpar esa glándula que a veces se inflama, a veces se atrofia y a veces le da cáncer.
Doy fe de la ignorancia que tenemos los hombres sobre nuestro cuerpo. De los miedos y escrúpulos con los que nos llenamos y las excusas que sacamos para no hacernos chequeos. Es preferible sentir el dedo enguantado de un urólogo para prevenir esta enfermedad, que engrosar la lista del reporte del Fondo Colombiano de Enfermedades de Alto Costo, que indica que el año pasado 3 mil 789 hombres fallecieron de cáncer de próstata. Hay que vencer ese tabú para que no sea la muerte la que se nos meta culo arriba.
