Conspiradores montañeros

23 de septiembre de 2025

Me gusta pensar en que alguien se tomará la tarea de escribir una novela con este pretexto. Irá a las fuentes y nos propondrá conversaciones exquisitas entre Montoya y Carrasquilla. Imagino la preocupación, la ansiedad de la pobre Laura, queriendo hacer el bien y envuelta en habladurías.
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Leía la descripción de un hombre: “alto y fornido, de unos treinta años, gallardo ejemplar del cruce de razas, en quien se advertían las facciones finas y hermosas del blanco, oscurecidas por el pigmento oscuro del mulato”. Se trataba de un arriero: “El pantalón, remangado por debajo de la rodilla, mostraba la pantorrilla maciza, donde al caminar se dibujaba la vigorosa crispatura de músculos indomables”. No sé si fue su sombrero, “de iraca con el ala ligeramente levantada por delante, para dejar al descubierto la cara expresiva o truhanesca”, lo que me hizo pensar que estaba frente a un escritor ágil que sabía sugerir la psicología del personaje en los matices de sus gestos: “Probablemente la vida solitaria de los caminos lo había tornado silencioso y un tanto retraído; pero cuando hablaba, ya roto el primer brote de confianza, lo hacía con gracia”.

Aquel hombre era el Colorado, el protagonista de uno de los cuentos antologados por Eduardo Pachón Padilla, en el primer tomo de su historia sobre este género, publicada en 1973, en la colección del Instituto Colombiano de Cultura.

Con la escena central de la historia, antecederé el título: “Y con rapidez increíble, sin dar lugar a movimiento alguno de los presentes, saca el machete y agarrando con la mano izquierda el bucle de la frente del guapo, lo corta, con toda naturalidad”. Unas líneas atrás, el Colorado había provocado a su oponente, el Lempo, propietario de aquellos cabellos, convirtiéndolos en un trofeo por el cual valiera la pena batirse a machete: “Nosotros —le había dicho—sí nos tomamos el trago, pero, eso sí, con la condición de que nos regale ese crespo… Ése es mucho primor pa usted solo, compadrito, y yo lo necesito pa juntalo con un cachumbo que tengo de una novia”.

El Lempo fue un guapo atravesado y peleonero, hasta que el “machetazo” del Colorado lo domesticó quitándole su crespo. De ahí que el autor, Alfonso Castro, haya decidido llamar a esta historia: “Sansón Montañés”.

Celebré el gusto de don Pachón Padilla y entonces me fijé de nuevo en el cuentista: Alfonso Castro. ¿Por qué el nombre me decía algo más? Repasé en mi memoria tratando de ubicar mi interés en él. ¡Claro! ¡El calumniador de la Madre Laura Montoya!

Su nombre estaba fresco en mi memoria por los días de vacaciones que, con mi mamá y Juan Diego, pasamos en Jericó, Antioquia. Al visitar la casa natalicia de la santa, en el almacén de artículos religiosos, en la vitrina encontré dos pequeños librillos: Hija espiritual y Carta abierta. Los compré con afán coleccionista. Aunque sabía que no los iba a leer de inmediato, nada más pensar que me haría a estos documentos, sin stock en las librerías de novedades, bastaba ya para sentirme orgulloso de la adquisición.

La relación entre ambos librillos es más o menos la siguiente:

Laura, que aún no llega a los cuarenta, es la profesora directora del colegio María Inmaculada en Medellín. Una de sus estudiantes, Eva Castro, hermana de Alfonso, se niega al matrimonio que había concertado semanas atrás. Para muchas personas cercanas al círculo de los novios, la responsable de este impase es la maestra beata, sus ínfulas religiosas debieron permear a la joven lograron confundirla.

La boda se realiza, superadas las dudas de la novia, pero la señorita Montoya ha quedado en entredicho y ahora tiene que enfrentar la “cancelación” medellinense. No obstante, aún falta el golpe literario. A finales de 1905, en el no. 28 de la revista Lectura amena, sale la primera entrega de Hija espiritual, una noveleta de Alfonso Castro que hace suponer se trata de una burla enmascarada del carácter de Laura.

El descrédito que sufre ella por aquella historia de “ficción”, le quita las pocas estudiantes que aún tenía matriculadas. El voz-a-voz, por los días en que debía haberse celebrado el matrimonio, había abonado el terreno para los lectores, y aún más, entre los no lectores, ávidos de especular sobre la histeria de una mujer que ni era monja ni tenía marido.

Laura, que desde niña había aprendido a sobreponerse a una dificultad tras otra, prepara su defensa. Cuenta entonces con el apoyo de don Tomás Carrasquilla y con él redacta un alegato con casi la misma cantidad de páginas que la novelilla. Y es que, vale la pena recordar aquí que Laura había sido profesora en Santo Domingo, Antioquia, de donde era oriundo Carrasquilla, razón que puede explicar su amistad.

El ejemplar de Carta abierta que conseguí en Jericó, reeditado en 1974, termina con una respuesta firmada por Castro, fechada en Pereira, julio de 1906. Las últimas líneas dicen así: “la modesta advertencia del final de no conocer sino libros devotos, son alas más que suficientes, alas de cóndor, puestas a su nombre, para que vuele muy alto, y libre, con holgura y gentileza, esta cruenta batalla del mendrugo cuotidiano”.

Al parecer este evento no tuvo mayor trascendencia en la vida de los tres. El médico tuvo una amplia trayectoria en su campo, hasta en el político también. Laura iba a enfrentarse a verdaderos problemas años más tarde y don Tomás siguió escribiendo obras por las que aún demandan interés.

Me gusta pensar en que alguien se tomará la tarea de escribir una novela con este pretexto. Irá a las fuentes y nos propondrá conversaciones exquisitas entre Montoya y Carrasquilla. Imagino la preocupación, la ansiedad de la pobre Laura, queriendo hacer el bien y envuelta en habladurías. A la vez, en lugar de encontrar consuelo en los ministros eclesiásticos, quien la acompaña y la reconforta es Carrasquilla. ¡Uf, y eso es mucho decir! Mientras a ella le asoman los lagrimones, él se ríe. Con su pluma ingeniosa trata de contestar a la provocación del joven médico, quien le dedica Hija espiritual llamándolo: “excelso, perturbado y maldiciente”.

En la otra esquina, Castro, cirujano de la palabra, observador de los caminos entre Antioquia y Cauca, va discutiendo los alcances administrativos de la creación de Caldas, mientras baja de Manizales a Pereira, a lomo de mula. No, no quiero creer que haya mala voluntad en él. Quiso hacer una comedia sin conocer la magnitud del daño y el dolor que ocasionaba en el bolsillo y el ánimo de la pobre mujer que hoy está en los altares.

Sería una novela sobre los inicios de la literatura, con datos pocos y muy importantes sobre la industria de las imprentas y las editoriales. Bueno, también, en atención al contexto industrial de la capital antioqueña, que aparezca la Pilsen. Sí, déjenme que Laura la pruebe, aunque sea con engaños de Tomás, un sorbito. No para que se emborrache, ni más faltaba. Ahí como por la complicidad entre amigos, mientras los alumbran unas cuantas velas de sebo y Laura trae unas arepas de alma negra recién asadas. Conspiradores montañeros, sí, claro, entre la camándula y la pluma. ¡Y bien alimentados!

Estamos en el año del Señor de mil novecientos y cinco. Es presidente de la República de Colombia, el General Rafael Reyes. Efe Gómez está sumergido en las minas de la la selva del Chocó de donde saldrá su novela Mi gente. Alfonso Castro es un muchachito de 27 años, médico desde los 23, inquieto literato. Laura Montoya es apenas cuatro años mayor que él. Aún no es la indigenista, ni siquiera la misionera. Don Tomás Carrasquilla, es el verdadero protagonista. A sus 47, con la fama ascendiendo por la publicación de Frutos de mi tierra (1896), participa con entusiasmo del lado de una mujer tan sencilla como el Peralta de su cuento.

Y si no aparece quién, quizá entonces me toque a mí consagrarle tiempo y dedicación. Esperaré a que Juan regrese del otro lado del Atlántico para que armemos rutas de nuevo, para viajar por una Antioquia que ni siquiera intuimos. Mientras tanto, prepararé a mi mamá leyéndole a Castro: “Descendían la cuesta los cuatro jinetes y Colorado, un mozo de a pie, que les servía de espolique. Iban para una de las haciendas del Cauca…”

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  • Licenciado y Magíster en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Docente en la IE Miracampos de Quinchía (Risaralda). Ha cultivado la narrativa en cuentos y novelas, así como la reseña de libros en prensa.

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