La política al filo de la bala

20 de septiembre de 2025

La sangre que corrió entre el público no solo reveló el cuerpo que cayó el 10 de septiembre, sino el discurso que lo sostenía. Charlie Kirk sí murió por lo que dijo. Intentó generar un estado de neurosis, de incertidumbre. ¿Quién podía confiar en el otro si sostenía en su cinto un revólver?
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Hace dos días un compañero me señaló un nombre: Charlie Kirk. Dizque si lo conocía, si sabía quién era, qué hacía, qué comía, qué decía, etc. Después de eso, me mostró un video donde aparecía el susodicho hablando en la Universidad del Valle de Utah. El escenario estaba dispuesto para que la carpa en donde se encontraba el joven Kirk fuese el centro de atención. El techo mostraba esa frase tan distintiva del Partido Republicano: The American Comeback (“El americano regresa”). También en sus bordes se podía leer un eslogan: Prove me wrong (“demuéstrame que estoy mal”). Él se veía estoico, con las manos caídas en sus piernas, sujetando el micrófono que solo era levantado para hablar sobre el porte legal de armas. Se divisaba a la multitud, sosteniéndose de la valla metálica para escuchar el debate, con gorras que decían Make America Great Again (“haz a Estados Unidos grande otra vez”)y soportando el gentío que se agolpaba con el sol inclemente. 

Kirk escuchaba apaciblemente, casi despóticamente, las preguntas que le hacían: 

Estudiante: Do you know how many mass shooters there have been in the United States in the last ten years? (“¿Sabes cuántos autores de tiroteos masivos ha habido en Estados Unidos en los últimos diez años?”)

Charlie Kirk: Counting or not counting gang violence? (“¿Contando o sin contar la violencia de pandillas?”)

Después de eso (si no estoy mal) fueron dos segundos, ¡o menos! Se sintió (también se oyó, pero se sintió) el dolor de un hombre. La sangre se le escurría por el cuello. Su mirada prepotente se desvanecía y se convertía en miedo genuino. Él, que no intentaba devolver la sangre a su sitio, ni tampoco llevó sus manos para detener la sangre, se recostó en el espaldar de la silla. Alzó sus brazos como un borracho: una mano se retorció y la otra apretó con más fuerza el micrófono. Sin embargo, su agarre cesó rápidamente. El micrófono se deslizó, llevando consigo el cable que le daba vida. Kirk mostró una expresión confusa, semejante a quien padece con resignación. Luego se deslizó lentamente hacia su costado izquierdo y cayó de manera siniestra al piso, hasta que su existencia se esfumó. 

Las personas que antes se encontraban entusiasmadas por la presencia de Kirk en ese momento huyeron de la muerte. Cuando escuché sus gritos, se me vino de manera inmediata el video que mostraba a un Miguel Uribe recostado en el capó de un vehículo, también echando sangre, también con los mismos alaridos impotentes, y también con el mismo (quizá no de la misma manera) desenlace. 

Después de eso, Trump afirmó: “este es un momento oscuro para EE.UU” y añadió que tal hecho lo dejó “lleno de dolor e ira por el atroz asesinato de Charlie Kirk”. Apenas se descubrió que el asesino era un joven de 22 años, de complexión delgada, tez clara, cabello oscuro, y que tenía por nombre Tyler Robinson, fue que el presidente le deseó la pena capital.

No obstante, no pretendo criticar las formas en que se nos presenta la muerte, sino cómo es instrumentalizada. Después de que este joven fue entregado, el gobernador de Utah, Spencer J. Cox, pronunció en una rueda de prensa una frase potente pero extraña: Las palabras no son violencia. La violencia es violencia”. Si bien no nos dice nada esa expresión de que la violencia es violencia, lo que nos debe interesar es la forma en que hoy desestimamos el poder de las palabras y del discurso. 

Charlie Kirk en Live in SLC, pronunció la siguiente frase respecto al porte de armas: «Nunca vivirás en una sociedad con una ciudadanía armada y sin una sola muerte por arma de fuego. Eso es un disparate. Son tonterías. Pero creo que vale la pena. Creo que vale la pena pagar, lamentablemente, con algunas muertes por arma de fuego cada año para que podamos tener la Segunda Enmienda y proteger nuestros demás derechos divinos. Es un acuerdo prudente. Es racional»Y está claro: el gobernador Cox se equivocaba. Por eso el mismo joven tirador de 22 años decía, haciendo alusión a Charlie, que él estaba lleno de odio y lo propagaba”. Sus balas tenían grabadas aquella canción antifascista italiana: “Oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao ciao”.

Así pues, la sangre que corrió entre el público no solo reveló el cuerpo que cayó el 10 de septiembre, sino el discurso que lo sostenía. Charlie Kirk sí murió por lo que dijo. Intentó generar un estado de neurosis, de incertidumbre. ¿Quién podía confiar en el otro si sostenía en su cinto un revólver? Lamentablemente, su discurso, pese a su sesgo utilitarista, se le adelantó, ¿no fue él una de esas muertes que valieron la pena pagar por nuestros derechos divinos? No ha de resultarnos extraño que la palabra violenta sea respondida con violencia. 

En Colombia abundan casos similares, por ejemplo, el antes enunciado: la muerte de Miguel Uribe. En el barrio la Modelia en Bogotá, Miguel dijo estas palabras: Sin seguridad no hay nada, seguridad física, orden público, seguridad jurídica, seguridad institucional, estado de derecho”. Después de un chispazo, terminó tendido sobre el capó de un carro, chorreando sangre a borbotones, siendo auxiliado con varias manos que intentaban detener las aberturas de su cabeza. También este caso fue instrumentalizado por la política: para algunos un mártir y para otros como una advertencia.

La política al descubierto revela un estado de cosas convulsas. La violencia se nos pega en los huesos y parece que no hay esperanza. No obstante, en estos tiempos me cobija la frase de Mao

“Todos los hombres deben morir, pero la muerte puede variar en su significado. El antiguo escritor chino Szuma Chien dijo: ‘Aunque la muerte les llega a todos por igual, puede ser más pesada que el monte Tai o más ligera que una pluma.’ Morir por el pueblo es más pesado que el monte Tai, pero trabajar para los fascistas y morir por los explotadores y opresores es más ligero que una pluma.”

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  • Bogotá, 2003. Manizales por obligación. Estudiante de Derecho y Filosofía y Letras. Escritor a destiempo. Miembro del Cine Foro Cantaleta.

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