Filosofía para la administración de empresas

22 de septiembre de 2025

Pero la filosofía útil no es la que está en los libros viejos, ni es la que enseñan e investigan en las universidades, y es un disparate eso de que las ideas abstractas sean inútiles.
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Las ideas filosóficas están estereotipadas como inútiles desde el punto de vista de la administración de empresas. El estereotipo es familiar. La imagen es de una persona poco práctica que solamente conoce de ideas abstractas. Esas ideas se encuentran en libros gordos, difíciles de entender, publicados hace siglos y poco relacionados con la realidad. La persona que conoce esas ideas trabaja manejando taxi, sirviendo café o, si tiene suerte, enseñando esas ideas a otras personas, que no les prestan atención.

La filosofía es venerable y pretenciosa. Algunos piensan que les puede cambiar la vida. Esas expectativas grandiosas hacen que quizás sea apropiado exigirle mucho a la filosofía. En ese contexto, el estereotipo tiene algo de cierto. El hecho mismo de que haya gente que fue a la universidad a estudiar una cosa que no se demanda en el mercado laboral parece evidencia suficiente de su inutilidad. Las universidades, que se encargan de impartir conocimiento a las nuevas generaciones, parecen más ocupadas en academicismos esotéricos. Mientras tanto, la administración de empresas necesita soluciones a problemas concretos.

Reconozco lo que tiene de cierto el estereotipo. Pero la filosofía útil no es la que está en los libros viejos, ni es la que enseñan e investigan en las universidades, y es un disparate eso de que las ideas abstractas sean inútiles. Es verdad que existe un gran cuerpo de ideas filosóficas encerradas en libros y artículos académicos. Pero es mentira que ese encierro sea evidencia de la inutilidad de esas ideas. Es verdad que la universidad, como institución, preserva y reproduce el acervo. Pero hay mucho trecho entre eso y decir que la universidad esté (o deba estar) a cargo de la promulgación de la filosofía para la administración de empresas.

Me parece mínimamente justo exigirle a la filosofía que sirva para algo. Si no sirviera para nada, sería mejor ignorarla. Pero basta mirar algunos ejemplos para ver el error del estereotipo.

Desde hace varias décadas para acá, las discusiones de la filosofía feminista calaron en el debate público y en la cultura popular. Esas discusiones no solamente se originaron en la filosofía, sino que ellas mismas son filosofía puesta en práctica. Buena o mala, estemos o no de acuerdo, la influencia feminista en el cambio cultural es palpable. Nuestras formas de interactuar han cambiado como resultado, cuando lo único que ha hecho el feminismo es el ejercicio filosófico básico de poner a prueba la lógica de ciertas ideas y costumbres establecidas. Tan influyente ha sido el feminismo en las últimas décadas que podemos escuchar las quejas de los administradores de empresas.

Otro ejemplo es el altruismo efectivo, una postura filosófica casi que diseñada para los administradores de empresas. La idea proviene de un cierto principio moral abstracto, que dice más o menos que uno debe hacer el mayor bien que pueda. Este principio se traduce en consejos específicos y relevantes para gente que está decidiendo qué hacer con su carrera y con su plata. Simplificando, el altruismo efectivo recomienda estudiar la carrera que mayores ingresos prometa, vivir una vida debajo de las posibilidades y donar el resto de la plata a la causa caritativa que, según la evidencia disponible, tenga mayor impacto. El altruismo efectivo no recomienda estudiar filosofía, pero los filósofos están en la conversación de dónde girar la plata.

Los ejemplos abundan, si los están buscando. La aparente escasez se explica, en parte, porque la función de la universidad como institución no es la de divulgar la filosofía. Otra parte de la explicación es lo mucho que cuesta imaginar instituciones diferentes que sepan cómo aprovechar el valor de las ideas filosóficas. Como resultado, los administradores de empresas terminan tomando decisiones y pensando el mundo usando filosofía, pero mala, fragmentaria y sin atención a principios básicos de coherencia. En el mejor de los casos, leen fragmentariamente perlas de sabiduría que suenan bien, y se valen de citas crípticas y lapidarias para alimentar la intuición. En el peor, hacen el mal sin darse cuenta.

Desde el punto de vista de la administración de empresas, la filosofía tiene algo de valor. Pero ninguna reflexión aislada va a servir de revelación. La utilidad concreta de las ideas emerge de la forma en la que se interpretan y aprovechan los libros viejos y los artículos difíciles. Si lo dudan, contraten consultorías pagas la próxima vez que conversen de filosofía en un taxi o en un café.

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