A las 5:13 de la mañana del miércoles 10 de septiembre, un carro embistió a Martín por detrás. Era aún de noche, pero el amanecer estaba despejado. Martín y Carlos se habían encontrado a las 5:11 en el Puente de la Libertad. Ambos en bicicleta, tomaban la ruta hacia Sabinas, por la vía que conduce a Maltería, luego al Alto de Letras y, unos 300 kilómetros después, a Bogotá. Conversaban; comenzaban el recorrido de todos los días. Cuando menos pensó, Carlos sintió que un carro se llevó a Martín y que lo dejó a diez metros de él.
Carlos llegó en bicicleta para socorrer a su amigo y se dio cuenta de que aún tenía pulso, pero el golpe lo había dejado inconsciente. Su cuerpo, de lado, a un costado de la carretera. Carlos miró hacia el carro —un automóvil Renault Kwid gris— que había arrollado a su amigo y se devolvió a sacar al conductor, quien no se quería bajar. Carlos insistió y se dio cuenta de que el conductor estaba absolutamente borracho. Treinta segundos después apareció una persona en una moto. Esa persona dijo que el conductor del Renault, cuadras más atrás, casi la atropella. Carlos entonces llamó a la policía y a la ambulancia. La ambulancia tardó largos quince minutos en llegar.
A las 6:30 de la mañana ya sabían la esposa, los primos, el hermano, los padres y los amigos. Martín Arango Hincapié, de 33 años, administrador de empresas de la Universidad Nacional, había muerto arrollado por un conductor borracho. Sonaba tan trágico como increíble. Luego los medios de comunicación difundieron imágenes, los grupos de ciclistas en redes sociales compartieron la indignación y los familiares empezaron a sentir el peso de esa tragedia y a vivir el proceso indigno e inhumano de la burocracia mortuoria.
Martín llevaba montando en bicicleta toda la vida. Hacía bicicleta de ruta desde más de seis años. Había acabado de comprar una casa en La Florida (Villamaría), donde vivía con su esposa y sus dos gatos. Tenía planes de viajar a África y a Suiza por trabajo; le iba muy bien con su empleo en Cafexport. Era una persona muy importante para su familia y para sus amigos. Quienes lo han recordado en redes —no pocos— mencionan que era alguien que “amaba la vida”, alguien “alegre”, “tranquilo” y que solo tenía una forma de hacer las cosas: “hacerlas bien”.
Un amigo suyo —con quien también montaba en bicicleta— me escribió por chat y me dijo: “Justo lo último que hablé con Martín es que estaba supercontento con su nueva casa y que podía montar bici más tranqui porque le quedaba al lado de Sabinas”. Sin embargo, el accidente parece prueba de que Manizales no es ciudad tranquila para bicicletas —¿ni para peatones?—. El conductor borracho está siendo judicializado, su defensa busca bajar la potencial pena. La familia, por su parte, quiere contactarse con el motociclista para que funja como testigo.
Justo el día anterior a la muerte de Martín, la selección Colombia ganó su partido contra Venezuela, 6-3. Los narradores deportivos gritaban cosas como que esa victoria era “lo que necesita la patria para unirnos como hermanos” y otras exageraciones bárbaras. En realidad, lo que dejan las victorias de los partidos de fútbol son peleas, conductores borrachos y muertos.
Martín se sumó a Luis Alberto Velasco Villegas (de 59 años) y a Leonardo Pachón Vélez (de 44 años) como muertos en Manizales por accidentes en bicicleta. Ellos y sus familias no piden que Colombia clasifique al Mundial, sino que los ciclistas no mueran haciendo lo que aman. Siempre hay accidentes, claro, pero debería ser una excepción que los ciclistas tengan que morir en bicicleta por un conductor borracho.
Hasta siempre, Martín, parcero.
