Cada día y cada año

13 de septiembre de 2025

Como sociedad nos tenemos que preocupar por los contextos sociales y culturales de discriminación, de falta de oportunidades o de crueldades y violencias en los que se van incubando las intenciones suicidas, en medio de una percepción de desesperanza o de carencias afectivas graves.
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Autolesionarse dicen los expertos, con un cierto halo de tecnicismo y de recato, en particular ante varias críticas que se hacen por algunas referencias al suicidio. La cautela es necesaria en este como en muchos fenómenos que se divulgan. Y es que puede haber espectacularidad, amarillismo o explotación morbosa del suicidio, como de cualquier acto violento, trágico o de un delito común grave o curioso. En ese sentido, me parece excesivo el temor acerca de que se difunda información sobre personas que se quitan la vida o intentan hacerlo, en particular si se trata de famosos, de personajes de la vida pública, o de personas no famosas que deciden tomar esa acción en lugares públicos. La noticia existe: novedad, implicaciones públicas o actividad en espacios públicos y la posibilidad de advertencia, cautela o prevención para la comunidad. El cómo se lleve a cabo la difusión —privada o en los medios informativos— es lo que hará la diferencia.

Complementariamente, la susceptibilidad de las audiencias, el grado de sugestionabilidad, el qué tan influenciable sea una persona, pueden incrementar la probabilidad de que alguien se involucre en el comportamiento suicida luego de enterarse de que otra persona lo hizo. En particular los adolescentes y jóvenes tienden a ser más influenciables por figuras que ellos admiran (sus “héroes”), como los artistas o “influenciadores” de su entorno digital, incluso más que del entorno social inmediato. Hay que tener en cuenta que mayoritariamente a la juventud la información no le llega por los medios masivos de comunicación tradicionales, sino que ellos curiosean, especulan y se impactan con la muerte por autolesión de alguien a quien “siguen” o admiran, a través de las plataformas digitales, redes y aplicaciones. Pedir prudencia, respeto y consideración por los familiares de una persona que se suicida no puede conducirnos a una especie de negacionismo sobre este fenómeno. De la misma manera que tampoco podemos promover el sensacionalismo o la banalización de los hechos violentes en contra de la vida de las personas, así se trate de actos terroristas, consumos peligrosos, o cualquier tipo de delitos.

Hay que hablar del suicidio y hay que hacerlo sobre todo en términos de prevención: todo lo que se pueda. Pero prevenir no es solo aconsejar o escuchar a quien ya ha tenido ideas suicidas. De hecho, que alguien, en determinada situación piense que sería preferible no seguir viviendo, es algo bastante normal o común; lo preocupante es que esa idea sea constante y prevalente sobre la búsqueda de opciones y adaptaciones.

Hay que aceptar también que decidirnos a escuchar a esas personas nos puede asustar y preocupar; y que tendemos a negarle importancia a las preocupaciones de los demás, con lo cual es probable que seamos muy propensos a regañarlos o a minimizar sus emociones e ideaciones. Pero tenemos que intentarlo en nuestros espacios diarios. Adicional a ello, en los contextos institucionales se debe tener mayor cantidad de personas que puedan servir de escuchas, apoyo y compañía para quienes tienen ideaciones suicidas, en particular para los menores de edad. En todos los casos queda la duda sobre la conciencia de este acto, en particular si la persona está en estado profundo de depresión.

Sin embargo, como sociedad nos tenemos que preocupar por los contextos sociales y culturales de discriminación, de falta de oportunidades o de crueldades y violencias en los que se van incubando las intenciones suicidas, en medio de una percepción de desesperanza o de carencias afectivas graves. Y eso va de la mano no solo de la vida en medio de pobrezas económicas, sino también de la falta de adecuados empleos o fuentes de ocupación para las personas según sus intereses. Prevenir tiene que ser principalmente eliminar o reducir los factores de riesgo; o sea las circunstancias que aparecen asociadas a una mayor probabilidad del comportamiento suicida.

Personas que se suicidan han existido desde no se sabe cuántos años atrás: la muerte voluntaria ha sido otra de las tantas formas de morir que han tenido las personas, con lo cual no podemos pensar que es culpa de la sociedad contemporánea o solo problema de nuestros países. Asimismo, la reacción ante ese acto ha sido variable: desde aceptarlo en aras de una menor disponibilidad de personas con problemas, hasta considerarlo un delito y castigarlo, como en la antigua Grecia, cuando se castigaba con “la mutilación del cadáver, los entierros aislados e incluso la deshonra familiar del suicida”, o en el Imperio Romano, en el cual “no era extraño, y a veces se consideraba honorable entre los líderes cívicos e intelectuales»; e incluso parece haber estado presente en algunos comunidades indígenas (*).

Es claro que el apoyo, los vínculos sociales, el reconocimiento, las oportunidades, la ausencia de críticas crueles por la forma de pensar o de ser, son parte de una sociedad más sana y probablemente con menos suicidios. Así mismo, la identificación o pertenecia a alguna forma de grupo o las creencias religiosas pueden ayudar a darle esperanza a las personas: Al parecer las religiones que prometen que se puede “sufrir en la tierra” para lograr un paraíso posterior, mientras que la acogida o soporte que la misma comunidad de creyentes ofrece tiende a brindar salidas a la desesperación de las personas practicantes de alguna religión o práctica similar.

Los especialistas en el tema nos hablan también de la diversidad de personas y tipos de personalidad que deciden quitarse la vida: no son solo jóvenes, no son solo personas con situaciones económicas difíciles; no son solo las personas “depresivas”.

Cada día se quitan la vida algunas personas en el mundo y cada año tenemos un día dedicado  a la prevención del suicidio. Esta experiencia es más impactante cuando  alguien querido es quien se quita la vida, peor aún si es joven. Las personas allegadas a quien se suicida podemos reaccionar con sentimientos de culpa o de desesperanza. Pero hay mucho que se puede hacer para reducir la posibilidad de que una persona tome esa decisión, desde lo personal, institucional y social. Sin embargo, entre mayor cantidad de factores de frustración, señalamientos y pérdida de sentido de sus vidas tengan las personas, más difícil será que abandonen la idea de no seguir viviendo.

(*) Minois, 1996, History of Suicide, Voluntary Death, in Western Culture. Baltimore, Md: Johns Hopkins University Press; 1999, y Suicidio: consideraciones históricas, descriptivas y epidemiológicas, citados por Amador Rivera, 2015, en Suicidio: consideraciones históricas

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  • Psicólogo, comunicador-periodista y magister en comunicación. Exprofesor y exdirectivo en la Universidad de Manizales. Experiencia en radio informativa, periodismo científico y columnista. Corriendo a des-atrasarme de lo que no había hecho antes.

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