A los colombianos nos queda un año de gobierno de Gustavo Petro y muchos estamos a la expectativa de lo que sucederá en estos 365 días, con elecciones encima y un país polarizado. Será un periodo en el que el presidente se jugará el poquito prestigio que le queda; en el que salva algunos muebles del naufragio que fue su mandato o termina de hundir a la izquierda colombiana y todo lo que huela a Colombia Humana. Una tarea nada fácil y en la que Petro se autosabotea de manera constante.
En estos tres años, Petro se encargó de deshacer una a una las promesas que hizo en ese bonito discurso que dio el 7 de agosto de 2022. Ese día prometió: “terminar, de una vez y para siempre, con seis décadas de violencia y conflicto armado (…) Defenderé a los colombianos y colombianas de las violencias y trabajaré para que las familias se sientan seguras y tranquilas”, pero el Ministerio de Defensa informa que el terrorismo pasó de 91 casos reportados hace tres años a 295 en lo que va del 2025. La violencia intrafamiliar aumentó en 6%, la extorsión en un 43%, y el secuestro extorsivo creció un 98% del año pasado a la fecha. A esto se suma que la Defensoría del Pueblo reportó presencia de grupos armados ilegales en 790, de los 1104 municipios que tiene el país.
El MinDefensa da como positivo el aumento en las cifras de incautación de sustancias ilícitas como la cocaína, la heroína y la pasta base de coca. Sin embargo, esto se debe a que, como reportó la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito – Unodc, la producción de estas drogas y la expansión de cultivos ilícitos se dispararon. La producción de cocaína aumentó en 34% (diez veces mayor a lo reportado hace una década) y tenemos unas 253 mil hectáreas de cultivos ilegales. Colombia es el principal productor de cocaína del mundo y esto tiene un impacto directo en la deforestación, que aumentó en un 43% respecto al año anterior, reconoció el Ministerio de Ambiente. “Que el futuro verde sea posible”, prometió Petro, pero hoy tenemos 113.608 hectáreas de bosque menos.
Para colmo de males, las constantes salidas en falso del presidente —sus desapariciones, incumplimientos de agenda y alocuciones incoherentes e impresentables— alimentaron esa narrativa de que es drogadicto. Desde su excanciller, Álvaro Leyva, a periodistas como María Jimena Duzán, lo señalan de esto. “No se gobierna a distancia, alejado del pueblo y desconectado de sus realidades”, dijo el día de su posesión, pero en sus discursos muchas veces su cabeza está en otro lado. A esto se suma que el impresentable Armando Benedetti reconoció ser consumidor de cocaína y un alcohólico, y en esa redención logró cinco cargos en el gobierno… y lo que falta. Efectivamente, como enunció Petro hace tres años: “la guerra contra las drogas ha fracasado rotundamente”.
Pero Petro también fracasó “rotundamente” en sus reformas. Va colgado en educación, en lo fiscal, en salud, en lo laboral, en lo pensional, en la paz, en lo ambiental. Sin embargo, el tema en el que más tiene desconcertado a los colombianos es en el de igualdad. “Que la igualdad de género sea posible”, dijo en su discurso de posesión, teniendo a Francia Márquez a su lado como su vicepresidenta. Sin ella, Gustavo Petro no llega a la Casa de Nariño. Esta líder afro le llevó a los “nadies”, a las minorías decepcionadas, y a cambio recibió desdén.
Hay que reconocer que Márquez tampoco hizo mucho en su cargo ni como ministra de Igualdad y Equidad; se ganó el desprecio de muchos cuando reconoció el uso de helicópteros del Ejército para sus diligencias personales y traslados innecesarios. Pero mostró dignidad —algo raro en este gobierno de arrastrados, lambones y bodegueros— al oponerse abiertamente a la presencia de Benedetti en el gabinete. Un tipo que, además de dipsómano y periquero, tiene denuncias por maltrato a su pareja. Y de corrupto, por supuesto.
Petro no solo la relegó, sino que desfinanció ese ministerio. A su sucesor, Carlos Rosero, lo descalificó públicamente: “a mí nadie que sea negro me va a decir…”, le dijo a este político afrocolombiano. Y tras su renuncia nombró a Juan Carlos Florián Silva, una persona con suficientes credenciales académicas para ocupar el cargo, pero que carga el lastre de haber sido actor porno y de prostituirse en las calles de París. Muchos piensan que es lo más bajo que ha caído el presidente en nombramientos, pero olvidan que ahí siguen Benedetti y el “pastor” Alfredo Saade.
Petro nos ilusionó. Nos prometió no fallarle a la sociedad colombiana. “Los muertos se lo merecen. Los vivos lo necesitan”. Pero no cumplió. Su gobierno va dando tumbos, con escasos aciertos, y, junto al expresidente Iván Duque, dejó el rasero para ser presidente tan abajo que hoy hay 75 ciudadanos que por ahora aspiran al cargo. Unos personajes de todo tipo de pelambre, intereses y filiaciones políticas que tienen algo en común: no seguir los pasos de Gustavo Petro. Tal vez esa es la única promesa que cumplió de su discurso inaugural: “Y, finalmente, uniré a Colombia”. Lástima que lo haya hecho en contra suya.