I
Él iba cruzando la calle pero se detuvo de repente al ver en la acera de enfrente a la chica de cabello corto, falda larga y estrecha figura que lo convirtió en estatua por unos segundos, los precisos antes de que la muerte con forma de bus pasara raspándole la espalda. No se lo llevó de milagro. La muchacha sintiéndose un poco culpable le reclamó. “Vio, por andar mirando lo que no debe”. El, sonriente, vuelto a la vida, le lanzó este flechazo de Cupido: “Tranquila, mi amor, yo por usted me hago hasta matar”.
II
«Le vendo granadas de fragmentación». Al escucharlo lo miré. Eran las dos de la mañana en el Centro. Del asombro no fui capaz de preguntarle al joven vendedor a cuánto y mucho menos decirle que me las mostrara. Le contesté que no, que gracias y él siguió su camino. Diez pasos adelante, otro se interesó. Pude ver cómo pesaba en sus manos las granadas. Sacó dinero de su billetera, no sé cuánto, pagó y guardó su compra en la chaqueta.

III
“Chico de mi barrio, con la cara sucia y el cabello largo…”. De pie en la barra le seguía la pista a la canción. Cuando empinó el codo para tomarse otro ron su mirada tropezó con la del hombre al frente, el de la pared forrada en espejos. Por unos segundos, el encuentro lo dejó perplejo. Devolvió la copa aún llena a su lugar y se dijo en voz alta, pero a sí mismo: ¡Como estoy de viejo! Pidió la cuenta, pagó y se fue evitando otra ojeada a esa realidad que le llegó de golpe.
IV
Me ofreció unas frunas. Sólo cien pesos. Le di quinientos para que se quedara con el resto. No los aceptó. “Le doy otros cuatro” me dijo. Pero yo no quería más. Se puso nerviosa, tembló. “Es que tengo que vender todas las de esta caja. Si no mi mamá me pega”. Eran las once de la noche en una cantina y la niña se negaba a quedarse con los cuatrocientos pesos. Siguió temblando. “Tengo que venderlas” reiteró. Me puso los cinco paquetes de frunas en la mesa y salió corriendo como quien va a la boca del lobo.

V
Son las diez y 28 minutos de la noche en la Estación Berrío. Como fantasmas, dos personas esperan el Metro que va hacia el sur. Al frente, una empleada de corbata verde, brazalete naranja le dice a su novio cómo debe comportarse. En 32 minutos ella será libre y él podrá besarla.
VI
“Recen para que no me maten, parceros” vociferaba en medio del bar a sus cuatro amigos. “Recen para que no me maten” repetía mientras se echaba bendiciones. Ya había tomado demasiado aguardiente pero seguía en pie, contándoles a sus compañeros que en dos días se tenía que ir a prestar el servicio militar.

VII
Uniforme verde, bolillo en mano, pose de yo soy el que manda. Su mirada resbalaba por las curvas de esa muchacha que comía empanada acompañada de su novio. Ante la insistencia de ese acoso visual, los dos enamorados masticaron más rápido. Huyeron aunque no sabían exactamente de qué.
VIII
Casi todas las noches se para en la mitad de la concurrida esquina. Tiene un equipo de sonido hechizo y en sus zapatos puntudos está pegada una mujer caderona, pechugona, melenuda. Ella de trapo y pasta. Él de carne y años. Ambos bailan salsa y merengue. En las aceras, los transeúntes se detienen para sonreír con las coreografía. Luego de tres o cuatro canciones, el bailarín pregunta: “- ¿Qué quieren que siga bailando ¿un vallenato o el Aserejé”? Al unísono muchos dicen “Aserejé”. Entonces él se quita el sombrero y dice “bueno”, entonces, primero A recojeré”.

IX
Avenida El Poblado. Cinco de la tarde. El motociclista se descuidó y casi choca con la cuatro puertas. El conductor aceleró y le cerró el paso. De la ventanilla salió una mano y una pistola, negra, grande. Del susto el parrillero se bajó y se hizo al margen. El de la camioneta también se bajó y siguió apuntándole al de la moto. No escuché la discusión pero era claro que el amenazado no era un pillo. Se armó el taco. Y por casi un minuto los que estábamos ahí quedamos como petrificados, en suspenso. Por esta vez, ese dueño de la calle, de la vida, decidió no apretar el gatillo aunque se le notaban las ganas.
X
Fueron sus alumnos en la primaria. Por casualidad se topó con esa foto en la que todos están sonriendo al frente de la escuela. En ella ninguno pasa de los diez años. Y de eso ya han pasado otros diez. Ella, la profesora de Blanquizal se quedó mirándolos, recordándolos. Y luego del silencio dijo: “la mayoría están muertos”. Crecieron y la guerra en la Comuna 13 los atrapó, los enredó y se los llevó por delante.
Estos mini relatos fueron inicialmente publicados en La Hoja de Medellín.
Las fotografías de este texto son de Byron Alaff. Pueden ver sus imágenes en Flickr y en Instagram.