(Parte II)
(Encuentre la primera parte en este enlace)
Camilo, aún queda mucho por decir de las abejas. Leo a Maurice Maeterlink y me siento atrevido con lo que estoy postulando. Ya con su texto nos basta y sobra cualquier afán de interpretarlo. Sin embargo, quiero detenerme. Quiero pausar el ritmo y agacharme, experimentar el abandono de quien abraza el suelo y pide no tener mayor posesión en la tierra. Quiero posarme en una hoja, sin estremecerla, y contemplar. Que mis ojos y mis oídos contengan el ritmo, porque el ritmo es bello. Bien sabes todo el miedo que me invade y cómo para exorcizarlo necesito desprenderme de mí mismo para ver si algún día puedo volar de nuevo. Acompáñame.
VIII
El alma-abeja frente a una orquídea, se estremece de beatitud. La flor es la encarnación de alguno de los atributos de la divinidad. Fuerza, perfección, madurez, eternidad. Pero esa bendición embriaga un instante nada más. A pesar de ser fuerte se marchitará. Si bien tiene un lugar muy alto en la escala de la evolución, necesita un árbol para asentarse. La orquídea no deja de ser genuina y sigue combinando sus propias arquitecturas. Su belleza es eterna y, sin embargo, su presencia es fugaz.
IX
Nuestra pequeña alma del jardín, elige la catleya. Recorre los sépalos como quien desata los botines de una bailarina que necesita un poco más de levedad. Pasa por los pétalos más pequeños como si desatara el nudo de su falda. Se adentra allí, reverente, donde el color es más fuerte, para recoger con ternura la dulzura que en su centro condensa la casta doncella.
X
La catleya, como la sabana de una novia que espera la noche del desposo. El alma-abeja no se pertenece a sí misma, sino que ya es toda-él. Nadie podrá arrebatarles la seguridad de su vínculo. De ahí que la oración sea como el recuerdo de ese pecho en el que se goza de augusta morada.
XI
No obstante, cuando observas la división del trabajo que existe al interior de un panal, te das cuenta de que es necesario ir un poco más allá al asociar abejas y almas. Ni tú ni yo tenemos una abeja reina que, como semilla, defina nuestra forma de ser. Somos reinas y zánganos a la vez, aunque la mayor parte del tiempo parezcamos obreras.
Nuestra alma es colmena, de la que van y vienen pensamientos y sentimientos que nos enriquecen o nos empobrecen de cera y miel.
XII
Porque usamos el idioma de la rentabilidad asignamos a los zánganos una función reproductiva, sin mayor retórica. No nos fijamos en que, gracias a ellos, sabemos qué es lo que amamos. Careceríamos de seguridad para hacer lo correcto, no tendría objeto nuestro discernimiento, si no habitasen nuestra colmena.
Sin zánganos somos abejas que pierden la memoria y perecen en los caminos.
El arte es un intercambio de zánganos que van a la danza de las azucenas, al vuelo nupcial y fecundan reinas para que las obreras se pongan en ejercicio.
XIII
Insatisfecho de la metáfora castillo-alma utilizada por Teresa de Jesús, he querido repetirte las mismas enseñanzas esta vez diciendo jardín, enjambre, colmena, panal, obrera, zángano, reina.
XIV
Camilo, cada vez hay menos tiempo, lugar y oportunidad para las abejas. Es hora de enjambrar.