Ahora que en Manizales nacemos menos, deberían quedarnos mejores recursos para cuidar a las madres más. Y claro que debería quedarnos más infraestructura para cuidar niño por niño. Pero, sobre todo, deberían acabarse estas excusas de seguir viendo la maternidad como algo individual.
Criar hijos no es un pasatiempo privado, ni un deber individual, escribió Angela Garbes en su libro Essential Labor: Mothering as Social Change. Lo leí en este informe maravilloso de Jia Tolentino en The New Yorker, en 2022. Criar hijos, continúa Garbes, “es una responsabilidad social, que requiere un apoyo comunitario sólido”. Siendo así, el maltrato contra los niños no siempre nace del odio, sino también de una soledad de las madres —y a veces de los padres— que nadie quiere ver.
Tuvimos que aterrizar esa idea con Antonella, de dos años. La encontraron con una herida en el cuello, al lado de su madre, también acuchillada, en una casa del barrio San Sebastián, en Manizales. La menor murió minutos después. Su madre fue hospitalizada y enfrenta hoy un proceso judicial como presunta responsable. Si se le encuentra culpable, tendrá que pagar. El caso se investiga como un crimen, a punta de fotos grandes en las secciones judiciales. Pero también debería leerse como un fracaso de ciudad, en las páginas de política o economía, a ocho columnas, donde los expertos suelen analizar las políticas públicas que no llegan o que no dan.
Cuatro días antes de la muerte de Antonella, en Manizales Cómo Vamos presentábamos el informe Cómo Vamos en Primera Infancia 2024. Contamos allí que, según datos de Medicina Legal, Manizales fue la sexta capital del país con mayor tasa de violencia intrafamiliar judicializada contra niñas y niños de cero a cinco años, y la tercera con mayor tasa de presuntos delitos sexuales.

Ese año, 108 menores ingresaron a procesos de restablecimiento de derechos por violencia, según el ICBF. Otros 27 por violencia sexual. Ese día dijimos que esas cifras pueden deberse a una ciudadanía con menos temor y menos trabas para denunciar. Pero el caso de Antonella nos recordó que, más allá de esas interpretaciones técnicas, esas niñas y esos niños reportados sí existen, están ahí.

Si la maternidad es una responsabilidad social, es urgente analizar la situación de los niños desde la situación de sus madres. En Manizales, solo el 54 % de las personas jefes de hogar con primera infancia trabaja. Un 23 % se dedica a oficios del hogar y el resto enfrenta limitaciones para laborar o estudiar. Además, el 61 % tiene solo educación básica o media. En esto, cualquier esfuerzo focalizado que permita el acceso al trabajo o garantice continuidad en las trayectorias educativas de las madres puede traducirse en una mejor maternidad y en bienestar para la primera infancia.

La pobreza también se concentra en mayor medida en estos hogares. En 2023, la pobreza monetaria llegaba al 17,6 % en la ciudad. Sin embargo, cuando se le pasa la lupa a los hogares con niños de cero a cinco años, el 29,2 % estaba por debajo de esta línea de pobreza. Es decir, los hogares con primera infancia tienden a estar más pobres.

A esto hay que sumar que las mujeres siguen encontrando más barreras en el entorno laboral. Entre 2007 y 2024 se lograron emplear 74 mil mujeres más en la ciudad. Sin embargo, en 2024 había 124 mil hombres empleados frente a 103 mil mujeres, lo cual muestra una brecha indiscutible en el acceso al trabajo. Según el DANE, cuando se les pregunta a las mujeres de Manizales a qué actividad dedican la mayor parte del tiempo, el 40 % responde que a oficios del hogar. Solo el 4 % de los hombres contesta de esta manera.
Aunque el 99 % de los hogares con primera infancia tiene acceso a servicios básicos y el 97 % no vive en hacinamiento, nos cuesta contar con cifras que revelen la carga emocional, física y mental de las madres, al maternar sin apoyos. Ni el peso de hacerlo sola. Algunas investigaciones en el Reino Unido sugieren que entre el 80 y el 90 % de las madres recientes se sienten solas. Encontraron que el 43 % de las madres menores de 30 años se sentían solas todo el tiempo. Dice Lucy Jones, columnista de The Guardian, que “la soledad es más frecuente en la etapa inicial de la crianza que en la población general, y es más común entre ciertos grupos en situación de riesgo, como padres jóvenes, madres inmigrantes y refugiadas, madres sin una pareja que brinde apoyo, madres que cuidan a hijos con problemas de salud significativos, y padres transgénero o no binarios”.
Esta es la idea central: cuando una niña es asesinada no solo falló quien la asesina. Fallamos todos. La muerte de un niño es también el fracaso de una sociedad al proteger a quienes cuidan. Porque proteger a la infancia empieza con cuidar a sus madres. Ninguna madre debería estar tan sola como para que en el lugar del amor anide el daño.