Señoras no niñas

22 de julio de 2025

La profesora de Aquafitness alienta así a sus estudiantes, todas pensionadas y señoras: «¡Vamos, niñas, que las piernas salgan del agua!». ¿Cuál es la obsesión con llamar «niñas» a las mujeres adultas?
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Hace seis meses volví a Manizales después de vivir más de dos décadas por fuera. Me fui cuando terminé el colegio y estoy a punto de cumplir cuarenta años. En ese lejano 2003, la ciudad no tenía escaleras eléctricas y solo había dos centros comerciales. La Kevin Ángel, o mejor, la avenida del Río, cruzaba un territorio poco urbanizado y el parque de la Mujer se llamaba el parque de los Novios. El cable aéreo no existía y ni siquiera estaba proyectado. La ciudad y yo crecimos bastante, hasta convertirnos en señoras.

Sin embargo, cuando me subo a un taxi el conductor me saluda: «¿Cómo está, niña?»; en la revueltería, como llamamos a esos sitios donde venden frutas revueltas con verduras, me dicen: «Bien pueda, niña»; y la profesora de Aquafitness alienta así a sus estudiantes, todas pensionadas y señoras: «¡Vamos, niñas, que las piernas salgan del agua!». ¿Cuál es la obsesión con llamar «niñas» a las mujeres adultas? Se supone que es una tradición colombiana, pero yo la he sentido más usada en Manizales.

La respuesta es clara: es una expresión machista normalizada. Lo explica la periodista Catalina Ruiz-Navarro: «Infantilizar a las mujeres disminuye nuestro poder y desautoriza nuestras palabras», y para su colega Susan Madsen, «el mensaje sutil es que no somos maduras, ni profesionales, ni responsables».

Llamarnos «niñas» es una técnica del patriarcado para hacernos sentir inferiores; para decirnos que somos sujetos en construcción, todavía no madurados; para acariciarnos con su lengua condescendiente porque no, a los hombres adultos nadie les dice «niños». ¿Se imaginan al taxista saludando de «cómo está, niño» a un señor que lleva corbata? En la revueltería no le dicen «niño» a mi marido y seguramente en las clases de natación tampoco les dicen «¡vamos, niños!» a sus estudiantes varones.

Como ya asumí el papel de «feminista aguafiestas», al que la escritora Sara Ahmed dota de sentido político (el lema de su blog «Feminist Killjoys» es «Aguar fiestas como proyecto para construir un mundo»), les corrijo: «No soy niña, soy señora» o «no me diga niña, que estoy llena de canas»; y recibo el gesto que se le hace a una persona amargada, o respuestas del tipo: «Es de cariño» o «es un piropo», que me resultan todavía más inquietantes. ¿Significa que la juventud de las mujeres es un halago?, ¿es decir que la vejez es un insulto?

Todavía no llego a la parte más triste. Tengo una amiga del colegio con la que nado todas las semanas. El dueño del sitio nos dice «niñas»; cuando lo corrijo diciendo: «señoras no niñas», mi amiga me corrige a mí: «A mí sí me puede decir niña» y lo más grave es que entre ellos dos concluyen que: «A las mujeres solteras sí se les puede decir niñas», como si el matrimonio fuera una garantía de madurez o peor aún, que las casadas ya nos podemos resignar a ser llamadas señoras.

Desdeñar el estatus de señora alimenta el temor a envejecer y eso golpea la autoestima, ya bastante apaleada gracias a la publicidad que le rinde culto al cuerpo o al imaginario de que si luces más joven de lo que eres debes estar orgullosa. Así que, si te dicen «niña», te sientes linda, todavía eres atractiva y deseable, ¿no es extraño revolver esos conceptos? Si es obvio que somos señoras, esa es una mentira socialmente aceptada, pero profundamente dañina.

Esa amiga que niega su edad y que prefiere que la llamen «niña» no tiene espejos en su casa y me confesó que es para no verse a sí misma, porque no se gusta del todo. La profesora Sandra Lee Partky explica que «La mujer vive su cuerpo como lo ve otro, un Otro anónimo y patriarcal». ¿Acaso a nadie le importa la salud mental de las señoras?, ¿prefieren decirnos mentiras en lugar de contribuir con el duro camino de la aceptación personal?

Cuando nos llaman «niñas» a las mujeres adultas ocurre un maltrato silencioso disfrazado de galantería. Además, es un discurso incoherente porque ratifica que, entre más vieja, una mujer es menos valiosa, cuando es precisamente lo contrario: a mayor edad estamos más llenas de vida, tenemos más peso en la historia, la intimidad erótica la vivimos con mayor fulgor y honestidad, podemos ofrecer conversaciones más críticas y ponemos a disposición de la sociedad la medicina de un pensamiento profundo.

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  • Feminista decolonial, escritora y editora. Autora de las obras Las ballenas son más sutiles (FCE, 2024), El oráculo térmico (Seix Barral, 2023) y El aparato que late (Domingo Atrasado, 2021). Ha ganado dos premios nacionales de narrativa. Es comunicadora social y magíster en Escrituras Creativas. Dirige la escuela La Maletra.

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Directora Adriana Villegas Botero