Cuando Fernando Macías Vásquez tenía cinco años a la mamá se le metió en la cabeza que su hijo sería cura. Su papá trabajó 50 años al lado del maestro Eliseo Tangarife, y con esa destreza aprendida le talló un sagrario, un cáliz y un altar de madera para que el pichón de cardenal empezara a practicar. Una prima del papá vio a Fernandito jugando a celebrar misa y se emocionó tanto que le pintó un cuadro de un ángel, para que complementara su ajuar. Era 1957 en Salamina, Caldas, en una casa ubicada a una cuadra de Toriles, el barrio de tolerancia del pueblo.
Fernando no fue cura y en 2022 el papa Francisco declaró beata a la prima pintora. En Salamina todos dan por descontado que la madre Berenice será santa. La esperanza consiste en que cuando la canonicen habrá peregrinación permanente, como ocurre hoy en Jericó con la madre Laura, y entonces ahí sí la Gobernación de Caldas arreglará los tramos de la carretera que a veces son malos y a veces peores. Por estos días se celebra el bicentenario de Salamina: 200 años de un pueblo bellísimo, monumento nacional, rodeado de pésimas vías. Ha sido tan difícil lograr una carretera digna para llegar a este municipio, que ese milagro está encomendado desde ya a la intercesión de la futura santa local.

La historia de las carreteras, de la talla en madera del maestro Tangarife, de los paramilitares y la guerrilla, de los sacerdotes y las monjas, de los escritores, del periodismo, del paisaje cultural cafetero (y aguacatero) y de todo lo que alguien necesite saber sobre Salamina está en la casa de Fernando Macías, quien, lejos de la vida religiosa, se dedica a un apostolado sin rezos: es el guardián de la memoria de su pueblo. Convirtió las paredes de su hogar en una enorme biblioteca en la que reposan periódicos, actas, documentos y libros heredados, comprados y regalados, que son el insumo fundamental de historiadores e investigadores que lo visitan desde distintas partes del país. El tamaño y la calidad de su archivo histórico solo se compara en la región con la colección personal de Ramiro Henao Jaramillo, en Manizales.
Alrededor de 800 ejemplares de periódicos constituyen el patrimonio más valioso de su archivo. Tiene las actas manuscritas de la tertulia literaria de Salamina, de 1898, que publicó El estímulo, el primer periódico del municipio, escrito a mano porque aún no había llegado la imprenta. Conserva también periódicos y revistas de comienzos del siglo XX como El Granuja, El Liberal, El Pueblo, El Orden, Tinta Roja, Tinta Azul, El Lauro, El Índice, Omega, El Estudiante, revista Liras, revista Gris, Liga Obrera, El Cirirí y muchos más. “La gente viene y me dona porque sabe que yo cuido y valoro estos materiales, y también compro en anticuarios cuando encuentro algo de interés. Pienso en la posibilidad de un incendio o en que pasará cuando uno ya no esté y esto se pueda perder. Sería muy bueno que alguien digitalizara esta colección. La Universidad de Caldas o alguna institución”, dice Macías.

Salamina no tiene teatro y las bibliotecas públicas son pequeñas y con colecciones “arrumadas”, según voces del propio municipio. Ante estas carencias la casa de Fernando Macías es un epicentro cultural de la memoria de Salamina. Su biblioteca recoge los archivos que antes fueron del padre Guillermo Duque Botero, de Héctor Cataño Trejos, creador de la revista Salamina Histórico y de Hernando Alzate López, entre otros.
Buena parte de la historia de la colonización antioqueña reposa allí, así como la literatura local. En su biblioteca hay 380 libros escritos por autores salamineños, desde poesía hasta novela. Esto le permitió trabajar con Jaime Bedoya Martínez, El Pijao Rebelde, en los 12 tomos de Más de un siglo de poesía en el Gran Caldas, un proyecto que empezó en 1995 y terminó hacia 2012, y en donde se incluyeron 172 poetas de Salamina “algunos buenos, otros regulares y la mayoría muy malos”.

Poeta e historiador
Los libros de Fernando Macías reposan en donde hace unas décadas estaban los tornos y las máquinas para tallar madera que usaba su papá, Fernando Macías Henker. Él era un liberal que guardaba en un baúl bajo llave libros como las novelas de José María Vargas Vila, para evitar que se mancharan con grasa, y colgaba en las paredes retratos de Rafael Uribe Uribe y de Jorge Eliécer Gaitán. En reemplazo de esos rostros hoy está la imagen de otro liberal radical: Ricardo Tirado Macías, salamineño y director del periódico bogotano El Republicano, de quien, por supuesto, Fernando Macías conoce detalles precisos de su historia.
“Mi papá era muy lector. En mi casa era más fácil que faltara la sal a que no tuviéramos El Tiempo y El Espectador. Se levantaba a las 5:00 a. m. a oír radio y a las 6:00 p. m., al finalizar la jornada, se ponía a leer la prensa hasta las 9:00 ó 10:00 p. m.”
El hijo le heredó el hábito lector y el rigor en los horarios. Desde hace 30 años asumió el oficio de escritor con una disciplina religiosa: “todas las noches me siento a las 10:00 p. m. y escribo hasta las 2:00 a.m”.

Publicó su primer libro a los 50 años y desde entonces no ha parado, aunque nada en su biografía presagiaba que se iba a dedicar a la historia y la literatura. Fue maderero, trabajó en circos, fue trapecista, portero, electricista y taquillero; participó en organizaciones populares y sindicales; distribuyó clandestinamente el periódico Voz; conformó la primera célula del Partido Comunista en la muy conservadora Salamina; fundó el periódico mural El Banquillo, fue concejal por la Anapo, militó en el Nuevo Liberalismo y en 1985 presidió la Coordinadora Regional por la paz. “Primero mataron a Rubén Castaño, de la Unión Patriótica, y luego los fueron matando a todos. Yo fui el único que quedó vivo”.
Durante muchos años vivió lejos de Salamina. Regresó al pueblo, pero no a la militancia partidista. Se dedica a la talla en madera que aprendió de su papá, y a la restauración y reforma de inmuebles patrimoniales como la Basílica de la Inmaculada, la capilla de la Valvanera, la casa de Rodrigo Jiménez Mejía y la del coronel José Domingo Gallo, entre otras obras en las que ha participado. Y todas esas actividades las combina con la investigación histórica y la escritura.

Su próximo libro será una historia de Salamina, que planea tener lista para el Bicentenario que, insiste, se cumple el 8 de junio de 2027 y no en 2025. Ese libro pretende llenar un vacío en la historiografía de su municipio, porque, aunque en su biblioteca hay 380 libros de autores locales, abundan los poetas y escasean los historiadores: “Lo poco que hay lo escribieron Juan Bautista López, el Padre Guillermo Botero y Hernando Duque Maya. La historia está en la prensa, no en los libros”.
El ensayo histórico que está preparando lo tiene revisando cartografía antigua y archivos de prensa, sobre todo a partir de 1970, porque los años recientes son los menos documentados en formato de libro.
Este volumen será su título número 16. El primero fue el poemario El mito en la ventana, publicado en 2002, y luego vinieron otros como Salamina 175 años, Entrevista de corazón abierto; Salamina: dimensión de la luz y del patrimonio, Eliseo Tangarife, el Miguel Ángel de la Cordillera, El paisaje cafetero en la obra de Olga de Chica, Rubén Estrada obra total, Leyendas de arriería. y Clementina, la verdadera bruja salamineña, entre otros. Sin embargo, el que más reconocimiento le ha traído ha sido el que menos habría imaginado su mamá, que lo soñaba dedicado a la vida religiosa. “Toriles, el otro mundo”, su libro sobre la gastronomía, la moda, las relaciones familiares, el ocio, el sexo y la prostitución en la calle Toriles, de Salamina, ya va para la quinta edición, aumentada y corregida. Con frecuencia le llegan lectores que traen nuevos datos. “Me cuentan anécdotas que vivieron en Toriles y me piden que no mencione sus nombres”.
Sobre este libro el crítico Mario Jursich escribió en la revista Arcadia en septiembre de 2018: «En el futuro, cada vez que alguien quiera hablar del sexo pago y la bohemia, o del pudor y el relajo, o de la forma en que se reclutaba a las mujeres en las mancebías del Viejo Caldas, encontrará en estas páginas una cantera de información insospechada».

Por los documentos que reposan en su archivo, Fernando Macías Vásquez sabe que hace 100 años la celebración del centenario de Salamina fue fastuosa, con comparsas y desfiles, y la preparación de los 150 años comenzó con siete de antelación: «un comité priorizó 60 obras, de las que finalmente materializaron 15». Guarda silencio y luego pregunta de manera no tan retórica «¿Qué le queda a Salamina de este Bicentenario?»
El municipio está empapelado con pendones y afiches por los 200 años que celebraron el pasado mes. Si repiten los festejos en 2027 un buen regalo de cumpleaños podría ser entregar una carretera en buen estado y digitalizar el archivo de prensa de Fernando Macías. Así, cuando el pueblo celebre 300 y 400 años tendrá registros que permitan reconstruir la memoria de sus primeros dos siglos y contar la historia completa de la ciudad luz.
