No se trata de para dónde vamos; a esa pregunta ya le están proponiendo respuestas desde las palomas cabales y vicarias del senador herido, los exministros y observadores de ballenas, hasta los médicos de la política y guionistas. Todos en camino a las elecciones de 2026. Se trata más bien de hablar de la crisis que —al menos yo veo desde hace unos años— en el poder o capacidad de reunir, de convocar, de que asistamos a eventos, conversatorios (“conversas” dice los conversos), charlas, mesas redondas y demás que se organizan en especial dentro del amplio mundo cultural y académico; es decir de lo que se denomina “consumo cultural”, diferente de los conciertos, ferias o espectáculos.
Puede ser que antes hubiera mucha menos oferta y que a las pocas actividades que se programaban asistía mayor cantidad de personas; además, que dentro de las instituciones educativas había mayor fuerza de convocatoria y menor libertad de elección de los alumnos, pero algo pasa. Tenemos que analizar factores como el interés por el tema —que nos tiente a asistir—, la disponibilidad para hacerlo (tiempo y demás), la prioridad de la temática frente a otras, y la diversidad de ofertas. Hablamos de actividades en las que no se cobra la entrada, con lo cual se facilita la asistencia.
Lo que veo que sucede es que unos expertos en el tema van: es su saber, su área de trabajo o su campo de interés; pero son dos o tres. Los estudiantes no van, pues particularmente los jóvenes no le van a invertir su precioso tiempo a escuchar a una señora no tan famosa en Tiktok, en lugar de charlar, “chatear” (adaptación de la palabra inglesa chat, o sea charlar) o “trollear”. Si ya durante las clases los profesores deben competir con los celulares, al ser eventos de asistencia abierta por fuera de las horas de clase (no-obligatoria), no hay prioridad de ir. Recientemente dentro de una universidad éramos tres personas presentes fuera de los organizadores, una de ellas estudiante de posgrado.
Otra característica es que los pensionados y en general personas de la tercera edad somos el público mayoritario, así no seamos el “público objetivo” de la presentación.
En otra actividad, entre los ocho asistentes —mayores, mayores— una era la pareja del expositor (muy bueno, por cierto); claro que había seis personas más conectadas a la transmisión por la red. Por cierto, que la actividad tuvo un remate negativo a mi juicio, pues solo se permitieron dos preguntas de los asistentes, a pesar de que esos poquísimos presentes querían preguntar más; es decir, no se incentiva al público que va ni a los contados vinculados por streaming.
En el caso de otro evento con gran asistencia de público, pero con variedad de presentaciones simultáneas, me tocó quedarme en una charla, aunque a los diez minutos ya me había dado cuenta de que no era lo que me interesaba: en el auditorio para cien personas, éramos cuatro los asistentes, y salirse implicaba darle la espalda a la expositora que muy bien había preparado sus elegantes diapositivas, y que no nos quitaba los ojos de encima a los pocos presentes.
La cara optimista de todo esto es que los escritores reconocidos (entiéndase de todos los géneros -erótico-identitarios y literarios) que invitan a las ferias del libro tienen una gran audiencia y al parecer buenas ventas. Es decir, la literatura sigue teniendo buen número de adeptos y buen poder de convocatoria.
Hay que reconocer que a los eventos anuales de las federaciones, asociaciones o gremios económicos nacionales sí van muchas personas, pero esos son de naturaleza diferente. En especial si se trata de grupos con poder económico e influencia política. Y en un año pre-electoral irán más todavía, además de que los medios replicarán lo tratado, para la gente del común: la pauta publicitaria viene detrás.
En este amplio mundo de la difusión de la cultura y la ciencia, puede ser mayor el número de seguidores (audiencia) de un podcast, que los asistentes a una conferencia con el experto en el tema. Creo que lo que nos queda a las minorías es acostumbrarnos a ser minorías. Conservando la ilusión de la apropiación social masiva de ciertos conocimientos, estudios o creaciones en humanidades o literatura, como la loable justificación para organizar y asistir a este tipo eventos, así sea en pro de la creación o formación de públicos.
Nos toca ahora tener la convicción de que lo normal es que seamos pocos los presentes, por lo cual será recomendable programar estas actividades en recintos pequeños. Nada más cruel para un expositor que en un auditorio con 300 sillas sólo estemos presentes ocho personas dispersas a lo ancho del recinto.
¡Ah…! y transmitir por alguna vía digital, para esos otros poco de interesados distantes.