Paz retórica y paces imperfectas

3 de julio de 2025

Paces imperfectas que llevan décadas gestándose, que son caminos de vida, comunidades de vida. Múltiples, diversas, imperfectas, pero nunca vacías ni insensibles.
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Dorita, memorias en la piel. / Fotografía de Luis David Acosta Rodríguez

Estamos todxs conmocionados aún por la imagen reciente de una violencia política repetida, loopeada y siniestra. Un intento de asesinato que termina enfrentando el cuerpo desgonzado de un hombre joven, con el de otro hombre aún más joven, casi un niño, arrastrado al piso, sometido. Las opiniones calientes o reposadas han hecho una suerte de lugares imaginarios, irreales o imposibles. En un camino de buscaminas que muchas veces estalla en generalizaciones, rupturas, paralelos, comparaciones.

Una de ellas ha sido la de comparar las líneas de tiempo de las Violencias. Que si se parece a esta o aquella, o es el retorno de la espiral en algún otro tiempo, al que volvemos sin entender las causalidades. De las violencias se dio el natural salto hacia la Paz. Y se instaló el discurso retórico de los que quieren la Paz: esa Paz retórica: la Paz palabra: Paz vacía de sentido y trayectoria.

Escribo entonces este texto para darle voz a esas paces imperfectas que conozco, que llevan décadas gestándose, que son caminos de vida, comunidades de vida. Múltiples, diversas, imperfectas, pero nunca vacías, ni insensibles, como esa Paz de “los que quieren la Paz”, como esa Paz que marcha de blanco respondiendo al llamado de un líder político.

Primero hablaré de la Paz de las víctimas (9,974,629 según el registro oficial de la unidad de víctimas). Casi 10 millones de personas en Colombia han sido víctimas formales. En una estadística simple: 1 de cada 5 personas que habitan en este territorio. Todxs ellxs han deambulado el largo camino de las reparaciones, personales o colectivas, han interactuado con una institucionalidad (que se conforma por gente que la hace posible) dedicándose todos los días, desde hace más de 10 años, a construir esa Paz.  

Luego está la Paz de la memoria. De todxs aquellos que nos hemos dedicado a contar la historias de esas innumerables violencias que hemos vivido. Desde la selva o el manglar. Desde el relato periodístico o la mediación artística. Recogiendo testimonios, conversando una y otra vez con una víctima, hasta recrear un relato-memoria, y en ese recrear reconstruir lazos invisibles de nuevos afectos, rutas y avenidas para movilizar los dolores acumulados. Ya sea la gente, las organizaciones, la academia, el ecosistema artístico-creativo o la institucionalidad (Centro nacional de memoria, Comisión de la verdad, JEP).

Está la Paz comunidad, ya sea ella comunidad de Paz, o zona de reincorporación o territorio étnico. Esas comunidades han convivido con la violencia durante tanto tiempo, que encontraron la forma de sostenerse en medio del fuego y de la barbarie.

Otra es la Paz de los Derechos Humanos, de esos que siguen trabajando día a día para hacer visible que la violencia no da tregua. La siguen contando, taxonomizando, entendiendo y difundiendo. Aún después de décadas de desgaste, señalamiento y persecución.

Hay otras paces que ni siquiera se recogen en la palabra, como las de los movimientos feministas, anticolonialistas y anticapitalistas que quieren sacarle el veneno a una estructura patriarcal de violencia y terror que parece descarriada. Ahora más que nunca.

Y muchas otras paces, imperfectas y en constante construcción. Que exigen respeto por la diversidad, la biodiversidad y la vida. De nada nos sirve de nuevo esa Paz retórica, que opaque las otras paces, convirtiéndose en una negación contenida de la rebeldía por tantas injusticias. Esa Paz retórica es una trampa, que ya conocemos. 

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Autor

  • Educador popular, gestor cultural y creador en lenguajes de la imagen con 20 años de trayectoria en el diseño y realización de iniciativas sociales, culturales y comunitarias. Gestor e Integrante de la Corporación Nodo.

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