En uno de los relatos tecnofuturistas que aparece en la colección de cuentos “Exhalation”, el autor norteamericano de ciencia ficción Ted Chiang explora la analogía entre delegar colectivamente la memoria a la tecnología de la escritura y delegar individualmente la memoria a un dispositivo instalado en cada usuario individual. Remem, una prótesis de la memoria, permite conjurar cualquier recuerdo de forma inmediata (a diferencia de Funes, el memorioso, los usuarios de Remem retienen su capacidad de abstracción descargando toda responsabilidad de contener y conjurar las memorias). Por cierto mecanismo, el usuario puede acceder en su campo visual al video relevante de cualquier parte de su pasado. En el mismo relato, una historia paralela muestra cómo una comunidad oriental, a su primer contacto con una cultura europea, comienza a experimentar los beneficios de la escritura, y experimenta en consecuencia el declive del valor de la narración oral como tecnología para contener la memoria.
La hipótesis explorada por Chiang es que la memoria individual, al exponerse por primera vez a Remem, pasará por una curva de aprendizaje que le enseñará a reconocer su propia falibilidad. Como tecnologías para la memoria, la escritura es a la narración oral lo que Remem es a la memoria individual: aumentos en la capacidad de almacenamiento, versiones refinadas de instrumentos toscos. Para ciertos usuarios, el aprendizaje implicará conflictos. Las nuevas herramientas darán evidencia de la arbitrariedad de la propia memoria y de la correlación imperfecta entre la certeza y la verdad del recuerdo. Como narradores orales de su propio pasado, esos usuarios verán con sospecha a los fetichistas de la precisión, que pierden el foco de lo importante; pero como entusiastas de la nueva tecnología, no podrán seguir viendo las cosas como antes.
Hoy, así como ayer, así como hace décadas, y siglos y milenios, navegamos por el mundo en medio de la adaptación a nuevas tecnologías. Por experimentación con nuestros nuevos juguetes, aprendemos del abismo entre nuestras propias capacidades cognitivas y nuestras ambiciones. Abandonamos nuestras pretensiones de independencia absoluta, nos permitimos las ayudas, hacemos lo que creemos que es mejor.
Pero a veces, movidos por la fuerza de nuestras propias ambiciones, nos dejamos llevar por el sesgo de la novedad. Moverse por el sesgo de la novedad viene de asumir que cualquier juguete nuevo es digno de comprar porque es nuevo. Así olvidamos que nosotros mismos queremos y tenemos que hacer parte. Podría suponerse que la precisión de algo como Remem es una panacea, y así llegar a creer que nuestra historia personal está a salvo siempre y cuando la tecnología misma contenga los recuerdos. Llevados por la idea de que la tecnología misma contiene los recuerdos, creeríamos en últimas que la tecnología misma tiene memoria. Olvidamos que recordar trae alegría, y que el valor de guardar los recuerdos no está en la precisión con la que un recuerdo es contenido, sino en el gusto que trae interpretarlo. Olvidamos que interpretar los recuerdos implica rechazar explícitamente malas interpretaciones y en el camino de esa decisión revelarnos a nosotros mismos. Recordar bien es, en parte, recordar con precisión, pero la alegría de recordar se encuentra en otra parte.
En los tiempos que corren, la actitud incorrecta frente a la llegada precipitada de nuevas tecnologías es moverse por el sesgo del status quo, el sesgo contrario del de la novedad. La actitud correcta quizás sea preguntar qué queremos hacer y en qué, precisamente, nos pueden ayudar las nuevas tecnologías. No siempre, pero muchas veces, la sencillez de la respuesta es engañosa: simplemente queremos pasarla bueno.
