Debe ser algo entre sorna y humildad, o solo una fórmula de despedida ya estandarizada. Pero esas frases finales que me dan quienes piden u ofrecen en los semáforos o andenes me dejan algo preocupado. Al no darle limosna o no comprarle dulces en el semáforo o en la calle, la señora o el señor me dice “Gracias”, “Dios le pague” o “Dios lo bendiga”. Y en mi interés por entender a los demás, sus intereses y preocupaciones, yo me pregunto inmediatamente si me lo dice como frase sarcástica, algo así como el “gracias por nada”, o como retruécano para maldecirme sin decirlo “ojalá Dios se dé cuenta de que no dio…”.
Entonces, trato de escrutar la mirada y el tono de la frase de mi interlocutor, buscando la clave del mensaje cifrado: sé que en lo no-verbal y en lo para-verbal hay mucho de contenido. La forma más que lo semántico directo… Y por lo general no acabo de convencerme de la buena intención de quien acaba de decirme tal expresión.
He pensado que si yo necesitara pedir limosna, con seguridad no les agradecería a los que no me dieron; o si me “rebuscara” la vida vendiendo bombones, no les desearía que les vaya bien o que su dios las proteja, si creo que pudiendo hacerlo unas personas no me colaboraron comprándome un dulcecito. Mejor miraría hacia otro lado con calma, o les diría “hasta la próxima”, con la esperanza de que en su otra pasada tal vez sí me compren o me den la monedita, “cualquier cosita, 200 pesitos” (como “cover” mínimo no-consumible). O tal vez, siendo muy magnánimo pero interesado, les desearía buena suerte, para que cuando los vuelva a ver tal vez les sobre la plata y me compren o me regalen algo del dinero que tendrán de sobra… ¡Ah! Pero eso no va a ocurrir —digo, es más probable que yo tenga que pedir, a que ellos se ganen una lotería y que cuando me vuelvan a encontrar me regalen algo de ese dinero.
Dar limosna o comprarles dulces a los vendedores de la bolsita en los semáforos o en los andenes pueden ser señales de “buen corazón”, pero a algunos simplemente no nos gusta comer confites, y si se da el caso —por las aparentes condiciones graves de quien nos ofrece—, preferimos regalarle la moneda equivalente al precio del confite ofrecido, o más. Paralelamente, los expertos nos aconsejan no dar limosna en las calles, sino apoyar la labor de fundaciones que asisten a quien lo necesita. En todo caso, supongo que quien regala la monedita lo hace sin esperar que le retribuyan nada, ni las bendiciones que encierran las fórmulas de agradecimiento típicas de quien recibe limosna.
De paso, me parece un poco ingenuo y presumido suponer que si algún mortal “normalito” —o “bien jodido”— le desea a uno que el dios de uno lo bendiga, efectivamente su frase mágica operará el conjuro de que entonces sí el dios de uno lo beneficiará, cosa que no hubiera ocurrido si esa persona no nos lo dice. En forma paralela, que si ese no-complacido solicitante de monedas me desea que mi dios me castigue, entonces seré castigado. No sé, pero me temo que este puede ser un profundo asunto de discusión metafísica escolástica —¿teológica, tal vez?—, o de magia tipo Harry Potter —caso en el cual se requeriría que me desearan el bienestar en latín y no en castellano, entiendo, pues no soy fan de esa saga…
Por ahora, la próxima vez que no les compre y me salgan con la misma frasesita diplomática o bien-educada replicaré irónicamente: “estaba muy bueno ese dulce” —que no me comí—, o “que le aproveche” —la ganancia de lo que no le compré—. Y a la señora que me pidió moneda: “que dios se lo multiplique” —lo que no le dí, claro está. También puede ser que deba cargar una varita de mago, para potenciar (¿catalizar?) el efecto de mis palabras —aunque no sé latín y ellos tampoco -supongo que mi dios sí.